Laura Gallego

Memorias de Idhún. Saga


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para que el mundo fuera un lugar más seguro para ella. Este pensamiento le dio fuerzas. Percibió a Kirtash junto a él y se volvió con rapidez. Domivat dejó escapar una breve llamarada, y Kirtash tuvo que saltar a un lado para esquivarlo. Jack apenas le dejó respirar. Golpeó con todas sus fuerzas. Kirtash interpuso su espada entre ambos, y de nuevo se produjo un choque brutal. Las dos espadas legendarias temblaron un momento, henchidas de cólera. Ninguna de las dos venció en aquel enfrentamiento. Jack y Kirtash retrocedieron unos pasos, en guardia. Jack volvió a atacar.

      Sin embargo, estaba desentrenado, y la velocidad de Kirtash lo superaba. Durante un par de angustiosos minutos, ambos intercambiaron una serie de rápidas estocadas... hasta que Kirtash golpeó de nuevo, con ligereza y decisión. Jack alzó a Domivat en el último momento, pero no pudo imprimir a su movimiento la firmeza necesaria. Cuando las dos espadas chocaron de nuevo, algo estalló en el impacto, y Jack fue lanzado con violencia hacia atrás, mientras que Kirtash permaneció firmemente plantado sobre sus pies, en guardia, con la espada en alto.

      Jack se estrelló contra el chorro de agua de la fuente y cayó de espaldas al suelo. Se esforzó por levantarse, mojado y aturdido, y alzó de nuevo su espada, pero vio que Kirtash ya combatía contra otro rival.

      Alexander había desenvainado su espada, Sumlaris, también llamada la Imbatible, un acero lo bastante poderoso como para resistir la gélida mordedura de Haiass.

      Pero la oscuridad jugaba a favor de Kirtash. El joven se movía como una sombra, tan deprisa que costaba seguir sus evoluciones, y su espada golpeaba una y otra vez como un relámpago en la noche. Jack observó, sorprendido, cómo respondía Alexander, que peleaba con una fiereza que él, siempre tan sereno y contenido, jamás había mostrado antes. Con un nudo en la garganta, Jack contempló la luna creciente en lo alto del cielo, y se preguntó hasta qué punto tenía poder la bestia sobre el alma de su amigo.

      También Kirtash pareció encontrar interesante el cambio operado en su contrincante, porque le lanzó varios golpes arriesgados, con la intención de provocarle. Alexander respondió con ferocidad, pero sin dejarse llevar por la cólera, y por un momento pareció que tenía posibilidades de vencer.

      Pero fue solo un momento. Kirtash pareció desaparecer un instante, y al instante siguiente, el filo de su espada se hundía en el cuerpo de Alexander.

      El joven emitió un sonido indefinido, mezcla de dolor y sorpresa.

      —¡Alsan! –gritó Jack, llamándolo inconscientemente por su antiguo nombre. Se levantó de un salto, tiritando, y corrió hacia ellos.

      Alexander había conseguido detener con su espada el filo de Haiass antes de que lograra penetrar más en su cuerpo. Con un esfuerzo sobrehumano, empujó atrás a Kirtash y lo hizo retroceder.

      Después, cayó al suelo, aún sosteniendo a Sumlaris en alto, para mantener las distancias.

      Kirtash no lo dudó. Alzó a Haiass sobre él, para matarlo.

      Jack llegó corriendo para tratar de detenerlo, pero alguien se le adelantó.

      Victoria se alzaba entre Kirtash y Alexander, serena y desafiante, y la luz del báculo palpitaba en la noche como el corazón de una estrella. Kirtash descargó su espada contra ella, pero la joven estaba preparada, y levantó el báculo para detener el golpe. Saltaron chispas.

      Mientras tanto, Jack se había arrodillado junto a Alexander, que había dejado caer la espada. Le abrió la camisa para ver si la herida era de gravedad. A la luz de Domivat descubrió, aliviado, que Alexander había logrado desviar la estocada en el último momento, y no parecía que el filo de Haiass hubiera atravesado ningún órgano vital. Con todo, la piel de la zona herida mostraba una apariencia extraña, como si estuviese recubierta de escarcha.

      Kirtash había retrocedido un par de pasos. El débil resplandor blanco-azulado de Haiass iluminaba su rostro, y Victoria pudo ver que la miraba a los ojos... y sonreía.

      Y entonces, de nuevo, Kirtash desapareció. Victoria se mantuvo en guardia, esperando verlo emerger de entre las sombras en cualquier momento. Jack también se incorporó de un salto, se situó junto a su amiga, enarbolando a Domivat, y escudriñó la oscuridad. Pero Kirtash no apareció, y Victoria supo, de alguna manera, que se había ido.

      Jack se volvió hacia todos lados, desconcertado.

      —¡Por ahí! –exclamó entonces Victoria, señalando una sombra que se deslizaba entre los árboles.

      Echó a correr tras él, con el báculo preparado, y su extremo encendido como un faro.

      —¡Victoria! –la llamó Jack–. ¡Victoria, espera!

      Se volvió hacia Alexander, indeciso, sin saber qué hacer. Su amigo seguía tendido en el suelo, tiritando de frío, y Jack supo que debía entrar en calor cuanto antes, o todo su cuerpo se congelaría por completo. Tenía que recibir atención médica con urgencia. Pero Jack no podía dejar sola a Victoria, no con Kirtash acechando en la oscuridad.

      Alexander entendió su dilema.

      —Ve a buscar a Victoria, Jack –le dijo–. Hay que detenerla. Va directa a una trampa.

      El chico no necesitó más. Asintió y echó a correr tras su amiga.

      Victoria había llegado junto al Memorial Stadium, y se volvió hacia todos lados, indecisa. Se dio cuenta entonces de que había perdido a sus amigos, y se preguntó cómo había sido. Recordó que Alexander había resultado herido, y supuso que Jack se habría quedado con él. En cualquier caso, ahora estaba sola.

      Sintió aquel aliento gélido tras ella, y oyó la voz de Kirtash desde la oscuridad.

      —¿Has considerado ya mi propuesta, Victoria?

      —¿Propuesta? –repitió ella, mirando en torno a sí, preparada para luchar.

      —Te tendí la mano –la voz de Kirtash sonó junto a su oído, sobresaltándola, pero tan suave y sugerente que la hizo estremecer–. La oferta sigue en pie.

      Victoria se obligó a sí misma a reprimir su turbación y se giró con rapidez, enarbolando el Báculo de Ayshel.

      —No me interesan tus ofertas –replicó ceñuda–. Voy a matarte, así que da la cara y pelea de una vez.

      —Como quieras –dijo él.

      Y el filo de Haiass cayó sobre ella. Victoria reaccionó y alzó el báculo. Una vez más, ambas armas se encontraron y se produjo un chisporroteo que iluminó los rostros de los dos jóvenes. Victoria aguantó un poco más, giró la cadera y lanzó una patada lateral. Kirtash la esquivó, pero tuvo que retirar la espada. Victoria recuperó el equilibrio, bajó el báculo y se puso de nuevo en guardia. Los dos se miraron un breve instante, pero Victoria no dejó que los sentimientos contradictorios que le inspiraba aquel muchacho aflorasen por encima de su determinación de acabar con él. Volteó el báculo contra él, y Kirtash lo detuvo con su espada. Victoria volvió a moverlo, con rapidez, y logró rozar el brazo de su enemigo. Hubo un centelleo y olor a quemado; Kirtash hizo una mueca de dolor, pero no se quejó. Se movió hacia un lado, rápido como el pensamiento, y, antes de que Victoria pudiera darse cuenta, lo tenía tras ella, y el filo de Haiass reposaba sobre su cuello.

      —Me parece que ya hemos jugado bastante, Victoria –dijo él, con un cierto tono de irritación contenida.

      Ella no quiso rendirse tan pronto. Aun sabiendo que se jugaba la vida, se agachó y giró para dispararle una patada en el estómago.

      Kirtash pudo haberla matado con un solo giro de muñeca, pero no lo hizo; se limitó a esquivar la patada. Victoria se volvió y golpeó con el canto de la mano, con todas sus fuerzas. Notó que alcanzaba a Kirtash en la cara pero, antes de que la chica supiese siquiera cómo había pasado, él ya la había cogido por las muñecas y la tenía acorralada contra la pared. Se miraron un breve instante; estaban físicamente muy cerca, y Victoria sintió que se olvidaba de respirar por un momento. Había en él algo tan misterioso y fascinante que le impedía pensar con claridad.

      Pero