Jack estaba allí para recogerla. La sujetó entre sus brazos, preocupado. La chica se había desmayado.
—¡Victoria! ¿Qué...?
—Está cansada –respondió Alexander–. Necesita reponer fuerzas. No usa el báculo para curar, y su magia, a diferencia de la de ese artefacto, no es inagotable. Llévala a su habitación y déjala dormir. Se recuperará –añadió al ver que Jack miraba a su amiga con una expresión profundamente preocupada–. Solo tiene que descansar.
El chico asintió. Cargó con Victoria y se la llevó en brazos de vuelta a su habitación. La tendió en la cama y la tapó con la sábana, con cuidado. Se quedó mirándola un momento. Evocó de nuevo el instante en el que la había visto junto al estadio, yaciendo en el suelo, como muerta. Todo su mundo se había roto en mil pedazos, y su corazón no había vuelto a latir hasta que había descubierto que ella seguía viva. En aquel momento, hasta habría dado las gracias a Kirtash por no habérsela arrebatado. La había estrechado con fuerza entre sus brazos y le había susurrado al oído lo mucho que significaba para él. Pero en aquel momento, ella no podía oírle.
Y ahora, tampoco.
Jack sonrió y le acarició el pelo con dulzura.
—Descansa, pequeña –susurró–. Cuando estés mejor, hablaremos. Tengo que contarte muchas cosas... pero ahora tienes que dormir y recuperar fuerzas. Yo estaré cerca por si necesitas algo... ahora y siempre.
Victoria se despertó de madrugada. Tardó un poco en recordar todo lo que había pasado pero, cuando lo hizo, miró a su alrededor. Vio a Jack, dormido en el sillón, junto a ella, y sonrió, conmovida, dándose cuenta de que él había preferido quedarse a velar su sueño antes que el de Alexander.
Se incorporó un poco y se mareó. Aguardó a sentirse un poco mejor para levantarse en busca de su mochila, que estaba junto al sillón. Mientras hurgaba en ella en busca de su reloj, que marcaba la hora de Madrid, se volvió para mirar a Jack. Sonrió de nuevo, recordando lo mucho que él se había preocupado por ella. Sin saber muy bien por qué, alargó la mano para acariciarle el pelo, pero no llegó a hacerlo, por vergüenza y por temor a que se despertara. Sin embargo, le rozó la frente con la punta de los dedos. Jack no se movió. Siempre había tenido el sueño muy profundo.
Volvió a la cama, aún con la mochila, y rebuscó en su interior, sin saber muy bien qué era lo que esperaba encontrar. Vio el discman, y recordó enseguida cuál era el CD que había en su interior. Abrió la tapa y lo sacó, y se quedó mirando a la luz de la luna la imagen de la serpiente que entrelazaba sus anillos en torno a la palabra Beyond. Sintiéndose furiosa y humillada, fue hasta la papelera para arrojar el disco en su interior. Pero antes de regresar a la cama ya había vuelto a cambiar de idea. Recuperó el CD, lo insertó en el discman, se puso los auriculares y oprimió el botón de play.
Las notas de la música de Chris Tara, Kirtash, volvieron a invadir su mente, llenas de significados ocultos. Victoria volvió a escuchar Beyond por enésima vez, intentando imaginar por qué decía Kirtash aquellas cosas, por qué era la voz de su enemigo la que le traía palabras de consuelo que llegaban a lo más profundo de su corazón.
«Victoria...»
Se enderezó, alerta.
«Victoria...»
Apagó el discman. Por tercera vez sonó la llamada en su mente, pero, en esta ocasión, seguida de una invitación:
«Victoria... tenemos que hablar».
La chica se estremeció. Estaba demasiado débil como para luchar, pero deseaba volver a ver a Kirtash. Había estado a su merced, había perdido contra él y, sin embargo, el joven la había dejado marchar. Victoria necesitaba saber por qué.
Por otro lado, él no iba a hacerle daño. Si hubiese querido matarla, o secuestrarla, lo habría hecho ya. Había tenido ocasiones de sobra.
Como en un sueño, Victoria se levantó y, en silencio, se cambió de ropa. Jack se removió en sueños, pero no se despertó. Victoria se puso las zapatillas y se encaminó a la puerta.
Titubeó un momento y se volvió para mirar el Báculo de Ayshel, que descansaba en un rincón, embutido en su funda, apoyado contra la pared. Finalmente, decidió no llevárselo. Si Kirtash había cambiado de idea y estaba empeñado en llevársela consigo, no obtendría el báculo gracias a ella.
Se deslizó fuera de la habitación, con el corazón latiéndole con fuerza. Recorrió los silenciosos pasillos del hospital. Pasó por recepción sin que la enfermera levantara la cabeza siquiera, lo cual no era de extrañar. Victoria tenía un maravilloso talento para pasar inadvertida.
En la calle, la recibió una ráfaga de viento frío, pero ella apenas lo notó. Miró a su alrededor, desorientada. Ni siquiera sabía dónde se encontraba.
«Victoria...», la llamó él de nuevo. Y la muchacha no tuvo más que seguir aquella llamada.
Sus pasos vacilantes la llevaron hasta un parque cercano. Victoria se encaminó por la senda, bordeada de hierba y tenuemente iluminada por pequeñas farolas, hacia el corazón de aquel pequeño pulmón en medio de la ciudad.
Se detuvo cuando vio una sombra al fondo, apoyada contra un árbol, y supo que había llegado a su destino.
Avanzó un poco más, hasta quedar a unos pocos metros de él. Los dos se miraron.
Kirtash había metido las manos en los bolsillos de su cazadora negra, y la esperaba con la espalda recostada contra el tronco del árbol, en actitud relajada. No llevaba la espada. Si no fuera por aquel extraño halo de misterio que lo envolvía, habría parecido un muchacho normal, como tantos otros.
Pero no lo era.
Victoria se dio cuenta entonces de que se había escapado del hospital, sin decir nada a sus amigos, para encontrarse con Kirtash, el asesino, su enemigo, y se sintió culpable. Quizá por eso preguntó con brusquedad:
—¿De qué quieres hablar?
La respuesta la confundió, sin embargo:
—De ti.
Los ojos azules de Kirtash se clavaron en los suyos, y Victoria se estremeció.
—No lo entiendo –murmuró–. ¿Qué quieres de mí?
—No estoy seguro –confesó él–. Tal vez entenderte, tal vez conocerte. Tal vez... no volver a verte. Estoy tratando de averiguarlo.
—Pero, ¿por qué...? –sintió que no encontraba las palabras adecuadas; llevaba años temiendo a aquel chico, temblando ante la sola mención de su nombre, y allí estaban los dos, hablando como si nada hubiera sucedido; era demasiado surrealista–. ¿Por qué te tomas tantas molestias? ¿Por qué soy tan importante para ti?
Él ladeó la cabeza, la miró, pero no dijo nada.
—Contéstame, por favor. No entiendo nada. Estoy confusa. A veces pienso que... debería matarte. Por todo lo que has hecho. Pero otras veces... –calló, azorada.
—Acércate –dijo Kirtash con suavidad.
Ella lo hizo. Había algo en su mirada que la atraía como un imán.
Kirtash alzó la mano y le acarició la mejilla. Victoria cerró los ojos y se dejó llevar por la caricia, que despertaba sensaciones insospechadas en su interior. Aquello solo podía ser un extraño sueño...
—Sabes que estamos en guerra –dijo él entonces. Victoria abrió los ojos, devuelta bruscamente a la realidad.
—Pero no es mi guerra –dijo la chica–. Es la guerra de Alexander, y la de Jack, porque sus padres murieron en ella. Y era la guerra de Shail –añadió en voz baja–. Pero yo... yo no tengo nada que ver con todo esto.
—Eso es lo que piensas y, sin embargo, has estado estos dos años entrenándote para matarme –observó él.
Ella meditó la respuesta que debía darle.