Laura Gallego

Memorias de Idhún. Saga


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que de verdad sentía algo por ella? Solo de pensarlo se le aceleraba el corazón.

      Pero, ¿y Jack? Había comprado la vida de Jack besando a su enemigo. Se estremeció, pensando en la cara que pondría su amigo si lo supiera. Victoria sospechaba que Jack habría preferido enfrentarse a Kirtash aquella noche, fueran cuales fuesen las consecuencias, que permitir que Victoria le suplicase por su vida.

      Avergonzada, la chica bajó la cabeza, incapaz de mirarlo a la cara. Cada vez que lo hacía recordaba que lo había traicionado. Aunque no hubiera nada entre Jack y Victoria, aunque solo fueran amigos, el chico odiaba a Kirtash con todo su ser. Para Victoria, besar a Kirtash había sido como clavarle a Jack un puñal por la espalda.

      —No es por ti –siguió diciendo el chico, ajeno al torbellino de emociones que sacudían el corazón de su amiga–. Alexander dice que tiene miedo de hacerte daño, pero creo que lo que le pasa, en el fondo, es que... no quiere que lo veas así.

      Victoria se esforzó por centrarse en la conversación.

      —Pero... tú te vas a quedar –logró decir.

      —Porque alguien tiene que hacerlo. Vamos, Victoria, no es tan grave. Le harás un favor a Alexander, y creo que el pobre ya lo está pasando bastante mal.

      Victoria esbozó una sonrisa forzada.

      —Claro –dijo.

      —Bien, pues... era eso solamente –murmuró Jack, incómodo–. No te molesto más.

      Se levantó de un salto, pero Victoria lo retuvo cogiéndole del brazo.

      —Jack...

      Se miraron. Los ojos de ella estaban húmedos. A Jack se le encogió el corazón.

      —¿Qué... qué te pasa?

      Súbitamente, Victoria le echó los brazos al cuello y hundió la cara en su hombro, temblando. Jack, confuso, la abrazó, sintiendo que su corazón ardía como el núcleo de un volcán al tenerla tan cerca. Si de él hubiera dependido, ya no se habría separado de ella.

      —Por favor –le susurró Victoria al oído–, por favor, Jack, no me odies...

      —¿Qué...? –soltó Jack, perplejo–. ¿Odiarte, yo...? Pero, si yo...

      Iba a decirle que la quería más que a nada en el mundo, pero ella se separó de él con brusquedad y echó a correr hacia el interior de la casa. Y Jack se quedó allí plantado, en la terraza, muy desconcertado y preguntándose si todas las mujeres eran igual de complicadas, o era solo cosa de Victoria.

      Victoria no volvió a Limbhad ni una sola noche en toda la semana, y Jack empezó a preguntarse si había hecho o dicho algo que la había molestado. Según fue pasando el tiempo, las dudas y la angustia lo atormentaban cada vez más, y tampoco lo ayudaba el hecho de que no podía salir de allí ni comunicarse con Victoria. La eterna noche de Limbhad, sin ella, sin saber cuándo volvería, sin comprender qué pasaba por la mente o el corazón de su amiga, lo estaba volviendo loco. Así que decidió centrarse en otras cosas para no pensar más en ello.

      Se acercaba el plenilunio, Alexander estaba cada vez más arisco y sus ojos empezaban a adquirir aquel brillo amarillento que denotaba la presencia de la bestia. La puerta del sótano llevaba mucho tiempo hecha añicos, y Jack y Alexander tuvieron que emplearse a fondo para repararla antes de que llegase la noche en que el joven se transformaría por completo. Aquellos días, los dos practicaron esgrima, se prepararon para el plenilunio y, sobre todo, hablaron mucho. Habían pasado muchas cosas en aquellos dos años, y ambos tenían muchas aventuras y vivencias que compartir.

      Pero, a pesar de que Jack trataba de mantenerse ocupado, no podía dejar de pensar en Victoria.

      Ella, por su parte, se encerró en su mundo y se sumió en una profunda melancolía. No prestaba atención en las clases y la riñeron más de una vez. Apenas tenía ganas de comer, y por las noches casi no dormía. Se pasaba el tiempo escuchando por los auriculares la música de Kirtash, cerraba los ojos y se dejaba llevar por ella, y soñaba con volver a verlo, y recordaba aquel beso, y deseaba que se repitiera. Y, cada vez que lo hacía, se sentía más y más miserable.

      Su abuela notó que estaba distinta, extraña y melancólica, y trató de hablar con ella. Y, aunque Victoria respondió con evasivas, a aquellas alturas Allegra sabía ya que lo que le ocurría a su niña era, simple y llanamente, que se había enamorado. Pero Victoria se sentía tan avergonzada que no contestó a las preguntas que ella le formuló al respecto. Su abuela la miró con un profundo brillo de comprensión en los ojos, como si pudiera leer en lo más hondo de su corazón, sonrió y le dijo:

      —Tienes catorce años, sé que es una edad difícil y que lo estás pasando mal. Pero pasará, y tú serás mayor y más sabia. Solo ten paciencia...

      Victoria asintió, pero no dijo nada. Y, cuando se quedó sola de nuevo, se preguntó con seriedad, por primera vez, si era verdad, si se había enamorado de Kirtash. El corazón le latió más deprisa, como cada vez que pensaba en él, y hundió la cabeza en la almohada. ¿Cómo podía haber hecho algo así? ¿Cómo había permitido que él la sedujese, que la engañara de esa manera? ¿Por qué? Se sentía débil e indigna de pertenecer a la Resistencia, y recordaba que Shail había muerto por salvarle la vida. Y a cambio, ella, ¿qué hacía? Verse a solas con Kirtash, permitir que él la besara... enamorarse de él.

      Deseó poder hablar con Jack y confesárselo todo, pero pensó que él no lo entendería. No porque no fuera comprensivo sino porque, simplemente, cualquier cosa que tuviera que ver con Kirtash, desde su música hasta el color de su ropa, lo sacaba de sus casillas. Y, en realidad, Victoria no podía culparlo por ello.

      Aquella noche, después de dar muchas vueltas sin poder dormir, había tomado ya la determinación de olvidar para siempre a Kirtash, cuando él la llamó de nuevo.

      Oyó su voz en algún rincón de su mente, y supo que él estaba cerca. Con el corazón latiéndole con fuerza, Victoria se levantó y se vistió, y luego salió en silencio de su habitación, caminando de puntillas para no hacer ruido.

      Una vez fuera, alzó la vista hacia el cielo. Una bellísima luna llena brillaba sobre ella, y Victoria recordó entonces a Alexander, y a Jack, que se había quedado con él en Limbhad, y se preguntó si estarían bien.

      Se apresuró a bajar la enorme escalinata y a seguir a su instinto.

      Y este la llevó directamente hasta Kirtash.

      El joven la estaba aguardando en la parte posterior de la casa, donde había un mirador que dominaba un pequeño pinar. Se había sentado sobre el pretil de piedra y contemplaba la luna llena. Victoria avanzó y se sentó junto a él. Los dos se quedaron un momento callados, admirando la luna que lucía sobre ellos.

      —Es hermosa la luna, ¿verdad? –musitó Victoria. Kirtash asintió en silencio. Victoria lo miró, y se sorprendió de que alguien como él pudiera contemplar la luna llena de aquella manera, como hechizado por su belleza. El joven se dio cuenta de que ella lo observaba, y se volvió para mirarla.

      —Victoria –dijo solamente.

      —Kirtash –dijo ella; era la primera vez que pronunciaba su nombre ante él, y, por alguna razón, le supo amargo.

      —¿Por qué has venido?

      —Porque tú me has llamado –respondió Victoria con suavidad, como si fuera evidente–. ¿Por qué no mataste a Jack la otra noche?

      —Porque tú me pediste que no lo hiciera.

      El corazón de Victoria latía con tanta fuerza que le pareció que se le iba a salir del pecho. No era posible que las respuestas a aquellas preguntas fueran tan simples, tan directas, tan obvias. No era posible... que ambos sintieran algo el uno por el otro.

      Y, sin embargo...

      Hechizada por la mirada de aquellos ojos de hielo, Victoria pronunció de nuevo su nombre, con un susurro que acabó en un suspiro:

      —Kirtash...