o no he sabido evitarlo.
—¿Quieres... quieres contármelo?
—Quiero contártelo –asintió ella–, pero sé que no soportaré mirarte a la cara después. No estoy preparada, Jack. No quiero perderte.
Jack cerró los ojos y la abrazó con fuerza. «Yo tampoco quiero perderte a ti», pensó. «Y siento que te vas... muy lejos. Me gustaría saber dónde estás ahora. Y si puedo acompañarte».
Pero no lo dijo en voz alta.
—No vas a perderme, Victoria –le aseguró–. Estoy aquí, ¿ves? Y estaré aquí... siempre que me necesites. Esperando a que vuelvas... de dondequiera que estés en estos momentos.
—Pero... pero si estoy aquí Pero Jack negó con la cabeza. –murmuró ella, perpleja.
—No, no estás aquí. Estás muy lejos... donde yo no puedo alcanzarte.
A Victoria se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Tienes razón, Jack. Estoy muy lejos... en el último lugar donde te gustaría verme. Por eso... no merezco que me hables así, no merezco tu cariño ni tu amistad.
Se separó bruscamente de él, se levantó de un salto y echó a correr hacia la casa. Jack se incorporó.
—¡Victoria! –la llamó, pero ella no se detuvo.
No podía dejarla así. No soportaba verla sufrir de esa forma, quería mecerla entre sus brazos, tranquilizarla, susurrarle al oído palabras de consuelo... hacer lo que fuera para que se sintiera mejor.
Corrió tras ella, trató de alcanzarla, pero ella ya había entrado en el edificio, y Jack intuía dónde iba a encontrarla. Subió rápidamente a la biblioteca y llegó a verla rozando con los dedos la esfera en la que se manifestaba el Alma de Limbhad. Jack sabía que regresaba a su casa, pero temió que tardara varios días en volver, como la última vez, y él no podía esperar tanto tiempo. Corrió hacia ella y alargó la mano para cogerla del brazo, pero no llegó a rozarla. Sin embargo, sin quererlo introdujo la mano en la esfera, y su luz lo deslumbró. Sintió que todo daba vueltas, y que el Alma le preguntaba, sin palabras, adónde deseaba ir. Jack percibió su desconcierto, pero él mismo tampoco podía explicar cómo había logrado contactar con ella, y solo pudo suponer que la magia de Victoria seguía activa cuando él había tocado la esfera. «Con Victoria», pensó, pero luego se corrigió: «A la casa de Victoria».
Cuando todo dejó de dar vueltas, se encontró de pronto en una habitación oscura y silenciosa. Miró a su alrededor, incómodo, y reconoció algunas de las pertenencias de su amiga, por lo que supuso que se encontraba en el cuarto que tenía Victoria en la mansión de su abuela. Buscó a la muchacha, pero no estaba allí. Vio que el despertador de la mesilla marcaba las dos de la madrugada. Se preguntó dónde habría ido Victoria, y si se había equivocado al pedirle al Alma que lo llevara hasta allí.
Reflexionó. Tenía dos opciones: esperar allí a que volviese Victoria, que regresaría tarde o temprano (y arriesgarse a ser descubierto por su abuela) o salir a explorar los alrededores, para ver si la veía (y arriesgarse a ser descubierto por su abuela, de todos modos).
Optó por la segunda alternativa. La casa parecía estar en silencio; todos estarían durmiendo y, por otro lado, si tenían que encontrarlo allí, prefería que fuera en cualquier parte excepto en la habitación de Victoria. Sería muy embarazoso.
De modo que salió al pasillo, intentando no hacer ruido, y buscó la puerta de salida.
Victoria bajó deprisa por la escalera de piedra hasta el pinar que se extendía más allá de la mansión. Por alguna razón, el bosque la llamaba. Habría deseado permanecer bajo el sauce de Limbhad un buen rato más pero, simplemente, no podía estar cerca de Jack sin que los remordimientos la atormentaran cada vez más. Sintió una cálida emoción por dentro al recordar la sinceridad y la dulzura con que él había dicho: «Estaré aquí... siempre que me necesites. Esperando a que vuelvas... de dondequiera que estés en estos momentos». Pero él no sabía..., porque, si supiera...
Se dejó caer sobre la hierba, bajo un árbol, temblando. Se sentía confusa y desorientada. Las emociones la sobrepasaban y le costaba pensar con claridad.
—Es duro pensar que estás traicionando a tu gente. La voz de Christian la sobresaltó. Alzó la cabeza y lo vio de pie, junto a ella, apenas una sombra recortada contra la luz de las estrellas.
—Sí –murmuró Victoria–. ¿Sabes cómo me siento? Christian se sentó junto a ella y asintió en silencio.
—Pero, ¿cómo puedes saberlo?
—Ya te dije una vez que tú y yo no somos tan diferentes.
Victoria recordó entonces cómo su música le había llegado al corazón. Y alzó la cabeza para preguntarle algo que llevaba tiempo rondándole por la cabeza.
—¿Por qué cantas?
Christian se encogió de hombros.
—Supongo que porque necesito expresar una serie de cosas. ¿Te gusta mi música?
—Sí –confesó ella, con cierta timidez–. Me gustaba mucho antes de saber que eras tú el que cantaba. Me gusta, sobre todo, Beyond. No puedo parar de escucharla.
Christian sonrió.
—Beyond... –repitió–. La compuse pensando en ti. El corazón de Victoria se aceleró.
—¿Pensabas en mí ya entonces?
—He pensado mucho en ti –respondió él–, desde aquella noche en que pude matarte y no lo hice. Aquella noche en que debí matarte. Pero me intrigas, Victoria, y me fascinas, y cada vez que miro en tu interior siento ganas de protegerte.
Victoria suspiró y apoyó la cabeza en el hombro de Christian. Él vaciló, como si no le gustara el contacto, pero no se movió.
—¿Crees que es amor? –se atrevió a preguntar.
—No encuentro necesario buscarle un nombre –replicó él–. Es lo que es.
—Sí –musitó Victoria–, supongo que sí. Pero hay tantas cosas de ti... que no comprendo, que me dan miedo... y que no puedo perdonarte.
—Lo sé.
—Y no sé cómo puedo sentir lo que siento, sabiendo lo que sé de ti.
Christian se volvió para mirarla.
—Es más lo que no sabes de mí que lo que crees que sabes –dijo con suavidad–. Pero la pregunta es: ¿qué te importa más: mi vida y mis circunstancias, o tus sentimientos?
Ella vaciló.
—Todo es importante –se defendió.
—Todo es importante –repitió Christian en voz baja–.
¿Hasta qué punto? Yo también me lo he preguntado. Sabiendo lo que sé de ti, debería haberte matado. Debería hacerlo ahora mismo..., pero no lo he hecho, y estoy empezando a asumir que nunca lo haré. ¿Y todo por qué? –la miró de nuevo, intensamente–. Por un sentimiento. Dime, ¿vale la pena?
—No lo sé. Yo... oh, no lo sé. La razón me dice que debo odiarte. Pero el corazón...
No terminó la frase.
Christian se puso en pie de un salto, y Victoria lo imitó.
—¿Qué puedo esperar de ti? –le preguntó.
—¿Preguntas qué te ofrezco? –dijo él, con una media sonrisa–. No estar siempre a tu lado. No seré un compañero con el que puedas contar en todo momento. Siempre he sido un solitario, no estoy hecho para compartir mi vida con otra persona. Pero, a pesar de todo, esté donde esté, tendré un ojo puesto en ti. Y te protegeré con mi vida si es necesario. Por un sentimiento.
Victoria calló, confusa.
—¿Qué