Victoria, con un escalofrío–.
¿Puedo llamarte de otra manera?
Él se encogió de hombros.
—Como quieras. No es más que un nombre. Como Victoria –la miró con intensidad, y ella sintió que enrojecía–. No es más que un nombre, ¿no es cierto? Lo importante es lo que somos por dentro.
La chica desvió la mirada, sin entender del todo lo que quería decir.
—En la Tierra se te conoce como Chris Tara –murmuró–. ¿Por qué elegiste ese nombre?
—Yo no lo elegí. Mi representante no sabía pronunciar mi nombre, y lo cambió por ese. Me dio igual. Como ya te he dicho, no es más que un nombre.
—¿Qué significa Chris? ¿Christopher, Christian...?
—Como gustes.
—¿Christian? ¿Puedo llamarte Christian?
—No me define muy bien, ¿verdad? Yo diría que Kirtash cuadra más con mi personalidad –añadió él con cierto sarcasmo.
—Pero, como tú mismo has dicho –señaló Victoria–, no es más que un nombre.
El muchacho la miró con una media sonrisa.
—Llámame Christian, entonces. Si eso te hace sentir mejor. Si eso te hace olvidar quién soy en realidad: un asesino idhunita enviado para mataros a ti y a tus amigos.
Victoria desvió la mirada, incómoda.
—Yo, en cambio, seguiré llamándote Victoria, si no te importa –añadió él–. También me hace olvidar que tengo que matarte.
La muchacha sacudió la cabeza, confusa.
—Pero tú no quieres matarme –dijo. Hubo un largo silencio.
—No –dijo Christian finalmente–. No quiero matarte.
—¿Por qué no?
Él se volvió hacia ella, alzó la mano para coger su barbilla y le hizo levantar la cabeza, con suavidad. Pareció que buceaba en su mirada durante un eterno segundo. Pareció que se inclinaba para besarla, y Victoria sintió como si el corazón le fuera a estallar.
Pero él no la besó.
—Haces muchas preguntas –observó.
—Es natural –respondió ella, apartando la cara, y tratando de ocultar su decepción–. No sé nada de ti. En cambio, tú lo sabes todo acerca de mí.
—Eso es cierto. Sé cosas que ni tú misma sabes todavía. Pero siempre hay algo nuevo que aprender. Como esa casa, por ejemplo –añadió, señalando hacia la mansión.
—¿Qué le pasa a la casa?
—Tiene una especie de aura benéfica que te protege. Me resulta desagradable.
—No es más que la casa de mi abuela –murmuró Victoria, perpleja.
—Claro, y esa mujer no es más que tu abuela –comentó Christian, sonriendo, con algo de guasa–. De todas formas, vivir aquí es bueno para ti. Te guardará de muchos peligros.
—¿También de ti?
Christian la miró de nuevo con aquella intensidad que la hacía estremecer.
—Pocas cosas pueden protegerte de mí, Victoria, y esa casa no es una de ellas. Como ves, estoy aquí.
Victoria desvió la mirada.
—¿Por qué me dices esas cosas? Me confundes. No sé lo que siento, y tampoco sé lo que sientes tú.
Christian se encogió de hombros.
—¿Acaso importa?
—¡Claro que importa! No puedes seguir jugando conmigo, ¿sabes? Tengo sentimientos. Puede que tú no los tengas, pero debes entender que yo... necesito saber a qué atenerme. Quiero saber qué sientes por mí, quiero saber si te importo de verdad, yo...
Se interrumpió, porque él la había agarrado del brazo y se había acercado a ella, tanto que podía sentir su respiración.
—Sabes que tengo que matarte –siseó Christian–, y no lo he hecho todavía. Ni tengo intención de hacerlo, y no te imaginas la de problemas que me puede acarrear eso. ¿Me preguntas si me importas? ¿A ti qué te parece?
La soltó, y Victoria respiró hondo, aturdida y con el corazón latiéndole con fuerza. Tardó un poco en recuperarse y, cuando lo hizo, miró otra vez a Christian. Pero él se había vuelto de nuevo hacia delante y seguía contemplando la luna, serio, inmóvil como una estatua de mármol.
—Pero eso no va a cambiar las cosas –dijo ella en voz baja–. Lo que sintamos los dos, quiero decir. Porque tú seguirás luchando contra nosotros. ¿Verdad?
—Y tú seguirás escondiéndote en Limbhad –respondió él sin volverse–. Lo cual es bueno, hasta cierto punto. Porque de momento funciona..., pero verás, Victoria, no podrás esconderte siempre. Si no soy yo, vendrá otro a matarte. Alguien ha decidido que debes morir, y no va a detenerse hasta que lo consiga. La única manera de escapar de la muerte es uniéndote a nosotros –se giró hacia ella para mirarla a los ojos–. Ya te lo dije una vez, pero te lo vuelvo a repetir: ven conmigo.
La mirada de él era intensa, electrizante, pero también sugerente y llena de promesas y velados misterios. Victoria supo que había quedado cautivada por aquella mirada y que, pasara lo que pasase, no la olvidaría jamás.
—¿A Idhún? –preguntó, con un hilo de voz.
—A Idhún –confirmó Christian.
Se separó de ella, y Victoria se sintió sola y muy vacía de pronto. Se preguntó cómo sería Idhún, aquel mundo del que tanto había oído hablar, pero que todavía no conocía. Recordó entonces que había sido invadido por los sheks, las monstruosas serpientes aladas.
—¿Alguna vez has visto un shek, Christian? Él la miró como si se riera por dentro.
—Sí, muchas veces.
—Y... ¿cómo son?
—No tan horribles como imaginas. Son... hermosos, a su manera.
Victoria iba a comentar: «Jack odia a las serpientes», pero se mordió la lengua a tiempo. Intuía que no era una buena idea mencionar a Jack.
Pensar en Jack le hizo recordar que, si se iba con Christian, no volvería a ver a sus amigos. Peor aún, los traicionaría. Y aquella perspectiva le parecía aún más espantosa que la idea de morir a manos de Christian. Confusa y avergonzada, deseó por un momento que él la hubiera matado cuando tuvo ocasión. Las cosas habrían sido mucho más sencillas.
Trató de apartar aquellos pensamientos de su mente.
—Y... ¿conoces a Ashran, el Nigromante? ¿En persona?
Hubo un breve silencio.
—Sí –dijo Christian al fin–. Lo conozco muy bien –se volvió hacia ella, sonriendo–. Es mi padre.
Victoria lo miró, atónita.
—¿Qué? –pudo decir.
Se puso en pie de un salto y retrocedió un par de pasos, temerosa. Christian... Kirtash... el hijo de Ashran, el Nigromante... aquello la había cogido completamente por sorpresa y, sin embargo, tenía sentido y explicaba muchas cosas.
Sin dejar de sonreír, Christian se levantó también y se acercó a ella. Victoria quiso seguir retrocediendo, pero topó con el antepecho del mirador y, cuando se quiso dar cuenta, Christian estaba muy cerca de ella, mirándola a los ojos.
—¿Crees que no cumplo mis promesas? –susurró–. Te dije que, si venías conmigo, serías la emperatriz de Idhún, a mi lado. ¿Creías que estaba mintiendo? Nuestro mundo, Victoria, es inmenso, es hermoso, y nos