los hilos que la ataban a la vida, y supo que iba a morir. Gritó, intentó debatirse, pero se dio cuenta de que en realidad no se había movido ni había salido el menor sonido de su boca, porque estaba paralizada de terror.
Su último pensamiento fue para Jack. No volvería a verlo, y ni siquiera había podido despedirse.
Y fue su rostro lo primero que vio cuando abrió los ojos.
—Jack... –murmuró; se incorporó y trató de mover la cabeza, pero le dolía muchísimo–. ¿Qué...?
No pudo decir nada más, porque de pronto su amigo la abrazó con fuerza, sin una sola palabra, y Victoria sintió que se quedaba sin respiración.
—¿Jack?
—Pensé que te había perdido –dijo él con voz ronca–. Cuando llegué y te vi ahí en el suelo... pensé que había llegado demasiado tarde, que Kirtash te había... Victoria, Victoria, no me lo habría perdonado nunca.
La chica cerró los ojos, mareada, y recostó la cabeza sobre el hombro de Jack. No entendía muy bien lo que había ocurrido, pero sí sabía que le gustaba aquel abrazo.
—Estoy viva –dijo–. Estoy... estoy bien. Creo. ¿Qué ha pasado?
Jack se separó de ella para mirarla a los ojos.
—Estás en un hospital. Kirtash te atacó, y te dejó inconsciente. Te recuperarás, pero necesitas descansar.
Victoria intentó ordenar sus pensamientos.
—Pensé... que iba a matarme –musitó.
—Pues no lo hizo –dijo Jack; parecía tan desconcertado como ella, y añadió, no sin cierto esfuerzo–: Y tuvo ocasión. Pudo haberte matado, pudo haberte llevado consigo... pero te dejó allí, inconsciente.
—No quería pelear contra mí –murmuró ella.
«¿Por qué?», se preguntó, desconcertada. «¿Por qué no quiere matarme?».
Jack le acarició el pelo con ternura.
—Lo importante es que estás bien –vaciló antes de continuar–: Siento mucho haberme enfadado contigo en el concierto.
—Por... –a Victoria le costaba recordar los detalles–. Ah, ya. No pasa nada.
—No, sí que pasa –insistió él; le cogió el rostro con las manos, con dulzura, y la miró a los ojos–. Me estoy peleando contigo cada dos por tres, y he estado a punto de perderte esta vez, y... bueno, si te ocurriera algo, yo...
–se había puesto rojo, y parecía que le costaba encontrar las palabras adecuadas–. Lo que intento decir es que todo eso no va en serio, Victoria, que en el fondo me importas mucho y que no quiero estropearlo todo con peleas tontas, porque... bueno, porque, ahora que hemos vuelto a la lucha... no puedo evitar pensar que cada vez que nos vemos puede ser la última. ¿Me entiendes?
La miró intensamente, tratando de transmitirle todo lo que sentía. Victoria le devolvió la mirada, un poco perdida. Sentía que Jack estaba intentando decirle algo importante, intuía que había algo más detrás de aquellas palabras, pero le costaba mucho centrarse en la situación. Por alguna razón, no podía dejar de recordar la mirada de los ojos de hielo de Kirtash. Y ahora estaba mirando a Jack, pero apenas lo veía. Su mente y su corazón se encontraban muy lejos de allí.
—Quieres decir... que has pasado miedo por mí –logró decir.
—Sí, eso quería decir –respondió Jack, tras un breve silencio; abrió la boca para añadir algo más, pero se dio cuenta de que Victoria apenas lo estaba escuchando, y permaneció callado.
—Pero... no debes hacerlo –murmuró ella, mareada–. Kirtash no va a matarme. No va a hacerme daño.
No sabía por qué estaba tan segura de ello, pero sí estaba convencida de que no se equivocaba. Pero todo era tan confuso... Gimió, y se llevó una mano a la cabeza.
—Estás hecha un lío –dijo él–, es natural. Llevas un par de horas inconsciente, y necesitarás recuperar fuerzas, pero yo creo que mañana ya estarás en condiciones de volver a casa.
—¿Seguimos en Seattle? Jack asintió.
—Sin ti, no podemos volver a Limbhad.
—Yo debería estar en clase ahora mismo –murmuró ella, llena de remordimientos–. Avisarán a mi abuela diciéndole que he faltado. ¿Qué voy a decirle?
—Ya lo pensarás mañana.
Victoria recordó una cosa, y se volvió hacia Jack, preocupada.
—¿Cómo está Alexander?
—También, hospitalizado, pero recuperándose. Los médicos están un poco desconcertados porque nunca habían visto una herida como esa. Le ha congelado parte del vientre.
—Haiass –murmuró Victoria–. Debo intentar curarle con mi magia. Se recuperará más deprisa.
—Pero ahora no, Victoria. Ahora, duerme, ¿vale?
—No –cortó ella con energía–. Tengo que ver cómo está Alexander.
Se levantó de la cama de un salto, pero se mareó, y tuvo que apoyarse en Jack. El chico la ayudó a salir de la habitación. Miraron a uno y otro lado del pasillo, pero no vieron a nadie. El hospital estaba en silencio, y solo se oía el murmullo de la conversación de dos enfermeras un poco más lejos.
Jack guió a Victoria hacia la habitación de Alexander. Pronto, el paso de la chica se hizo más seguro, pero ella no dejó de apoyarse en Jack. Después de todo lo que había pasado, su contacto la hacía sentir mucho más segura.
Además, la mantenía con los pies en la tierra. Porque, si se descuidaba, volvía a recordar a Kirtash y, por alguna razón, su voz volvía a resonar en su mente, suave y seductora, confundiéndola, pero también transportándola a lugares lejanos, donde todo era posible.
Entraron en la habitación de Alexander. Estaba dormido, pero los oyó entrar y abrió los ojos de inmediato; se volvió hacia ellos y los miró, y sus ojos relucieron en la oscuridad con un brillo amenazador.
—Alexander, somos nosotros –murmuró Jack, algo inquieto.
—Ah. Pasa, Jack. No encendáis la luz.
Se acercaron a él, con precaución. Victoria se sentó en la cama, junto a Alexander, que entendió cuáles eran sus intenciones. Retiró las sábanas y dejó que ella examinara su costado, bajo la suave luz que entraba por la ventana.
—Me han vendado la herida –dijo–. ¿Necesitas...?
—No hace falta –cortó ella–. Mi magia puede pasar a través de las vendas.
Colocó las manos sobre la zona dañada, sin llegar a rozar a Alexander, y dejó que su energía fluyera hacia él.
Tuvo que esforzarse mucho. El hielo de Kirtash se resistía a retirarse y, por otro lado, ella seguía débil y distraída. Pero se obligó a sí misma a seguir transmitiendo energía y, poco a poco, el calor de su magia derritió la escarcha que se había adueñado de la piel de Alexander.
Sin embargo, pronto se dio cuenta, asustada, de que había puesto tanto empeño en curar a Alexander que ella misma se estaba quedando sin fuerzas. Apretó los dientes. Si lo dejaba ahora, tal vez el hielo volviera a extenderse, y ella estaría demasiado débil para intentar otra curación. No, debía terminar lo que había empezado.
Solo un esfuerzo más...
Sintió de pronto la mano de Jack aferrándole el brazo.
—Déjalo ya, Victoria –dijo él, muy serio–. No puedes más.
Por alguna razón, el contacto de Jack le dio las fuerzas que necesitaba. Victoria transmitió un último torrente de energía, y el hielo desapareció por completo.
Alexander