Agustin Paniker

El sueño de Shitala


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ya no estoy hablando de cuestiones lingüísticas en su sentido restringido, sino sobre todo de los supuestos, las metas, las asociaciones, los valores, los comportamientos, los conceptos o las cosmovisiones de otras culturas. No son siempre trasladables con facilidad.

      Obviamente, no quiero criticar el enorme valor del ge-yi. El geyi se asienta precisamente sobre la universalidad de los mensajes y es responsable de muchas de las transformaciones y dinámicas de las culturas. Lo decíamos. La labor de traducción de los Sutras aportó al sánscrito y al chino ecos, sensibilidades y asociaciones nuevas. Podría decirse que el Chan (Zen) en su totalidad es un caso de ge-yi magistral. Es la sinización plena del budismo. Pero pudo serlo, y atención a lo que digo, una vez el budismo chino ya había dado con las formas de traslación apropiadas (algo ya patente con Kumarajiva, en el siglo V). Por tanto, no podemos decir que fuera una equiparación, pues el ge-yi ya había sido trascendido. El Chan representa una magistral fusión de horizontes, fruto de cierto bilingüismo [véase §43].

      El interrogante que deseo plantear en este capítulo es si acaso no estamos realizando una traslación de conceptos apresurada, un geyi poco crítico, cuando hablamos de los fenómenos religiosos fuera del ámbito donde el concepto religio apareció y en los que estuvo incrustado durante siglos. No me refiero a que estemos realizando una mala traducción, sino a si la mismísima traslación es lícita. ¿Es el concepto “religión” universal? ¿Podemos hablar de teologías, de filosofías o de religiones en el mundo yoruba, malgache, japonés o zoroastriano? ¿No proyectamos nuestras ideas de lo religioso sobre otras tradiciones y comportamientos? ¿Podemos equiparar el nirvana al wuwei o brahman a Dios? ¿Estamos superponiendo conceptos judeo-cristianos sobre otras dimensiones?

      Voy a tratar de arrojar algo de luz a través de dos ejemplos: la religión que llamamos hinduismo, y las religiones del mundo chino.

      Existe amplio consenso en que el vector que ha apelmazado la civilización índica ha sido la religión hinduista. No en vano puede que la practiquen 900 millones de personas. Pero lo cierto es que a muchos indios y, desde luego, a los no hindúes, les cuesta aprehender qué diantre es eso tan elusivo. Y es que lo que hemos llamado “hinduismo” plantea interrogantes preciosos para nuestra reflexión intercultural. (Lo haremos deliberadamente via negativa.)

      Las religiones más conocidas del planeta suelen tener detrás algún nombre propio. Al decir detrás nos referimos tanto a sus orígenes como a su retaguardia. Las religiones famosas (porque también las hay de anónimas) parecen haber sido fundadas por alguien; al menos así lo han recogido algunas de ellas. Honradamente, tengo mis dudas acerca de muchos supuestos “fundadores” de religiones. A Jesucristo no le interesaba el cristianismo, sino el Amor. No obstante, piense yo lo que quiera, la gente hoy tiende a imaginar a un hombre llamado Jesús fundando o conceptualizando la “religión cristiana”.

      Normalmente, esa figura de los orígenes sirve de faro que ilumina y de arquetipo que invita a ser emulado. Piénsese en el Buddha para el budismo y los budistas; y en Jesucristo para sus seguidores; o en Laozi para el taoísmo. Y la lista podría proseguir con Moisés, Zarathushtra, Mahavira, Kongfuzi, Mani, Muhammad, Guru Nanak… y hasta con Mao Zedong. El hinduismo es la gran excepción a la regla. No existe fundador del hinduismo. Ni hay un gran profeta, ni hijo de Dios, ni iluminado que pusiera en marcha la Rueda de la Ley. Cierto, santos, videntes, maestros, sabios y avatars los hay a miles, y todos pueden ser modelos a imitar, pero ninguno institucionalizó nunca una nueva religión.

      Ahora, fíjense en que esa religión infundada no posee Iglesia ni institución de la máxima autoridad. No existen papas, obispos, dalai-lamas, ayatolás… jamás se ha visto una fumata, ni se lanzan encíclicas; ni nadie tiene potestad para llamar a la guerra santa, para excomulgar, ni nada por el estilo. Es verdad que existe la vaga noción de “ortodoxia” (aquella encarnada en ciertos círculos y maestros de renombre), pero ninguna organización ha osado monopolizar la tradición. El hinduismo está repleto de corrientes filosóficas, grupos religiosos, fraternidades espirituales, asociaciones de culto, tradiciones locales… Alguien lo comparó una vez con el Ganges: una vastísima cuenca alimentada por miles de riachuelos y arroyos, por grandes ríos y afluentes; un caudal descomunal que desemboca en un intrincado delta en el Golfo de Bengala. De ahí la variedad, su asombrosa capacidad de adaptación y la colorida anarquía del hinduismo. Pero una anarquía que funciona. Al fin y al cabo, algo que después de 3.000 años sigue en espléndido estado de salud, es porque debe hacer las cosas más o menos bien.

      Si no existe institución que defina la ortodoxia, habrá que olvidarse también de la noción de dogma. No se cree en el hinduismo. Un hindú puede ser un teísta, un panteísta, un ateísta y creer lo que le venga en gana, porque lo que lo convierte en hindú son las prácticas rituales que lleva a cabo y las reglas a las que se adhiere. De ahí que se insista en que existe antes una ortopraxis que no una ortodoxia. Toda corriente religiosa hindú posee sus propias normas, mitologías, cosmogonías, ritos o filosofías. Muchas de ellas compartidas, desde luego. Existen ideas recurrentes y prácticas comunes; pero ningún grupo se molestó lo suficiente como para imponer sus reglas sobre los demás. Por ende, no puede haber “secta” en el hinduismo; esto es, secesión de una Iglesia. Ni siquiera cabe la “herejía”. A lo sumo, cabría hablar de heterodoxias. Empero, esta calificación ha quedado reservada en la India a los grupos muy disidentes (budistas, jainistas, sikhs); es decir, a los que se mostraron tan disconformes con no se sabe muy bien qué, que acabaron por dar forma a lo que son “religiones” distintas y diferenciadas.

      Puesto que ningún punto de vista ha monopolizado la tradición, existe una larga historia de debates, polémicas y préstamos entre las escuelas. De ahí, también, la tremenda vitalidad y sofisticación de las corrientes filosóficas hindúes. Es cierto que, una vez más, existen algunos rasgos comunes a muchas teologías-filosofías. Pero, en cualquier caso, está claro que las filosofías siempre han ido a remolque de las prácticas. Ante todo, prima lo que el hindú hace y practica por encima de lo que piense o crea.

      Como ya podrán suponer, tampoco existe una forma de culto universal en el susodicho hinduismo. Este varía sustancialmente de una región a otra; y dentro de una misma comarca hallamos asombrosas variantes entre aldeas, castas o linajes. Ni siquiera hay nada semejante a la llamada a la oración diaria, ni obligatoriedad de asistencia al templo algún día de la semana. Por supuesto, el peso de las costumbres familiares o regionales es poderoso, pero el hinduismo no parece alejado de aquella máxima que dice que hay tantos hinduismos como hinduistas existen. La libertad a la hora de practicarlo es absoluta. El hindú escoge sus creencias, sus divinidades, sus maestros, su forma de religarse con lo Real o de desligarse de lo mundano. Y decide su forma de culto: vegetariano, sacrificio animal, ofrenda al fuego… Y su finalidad: liberación, purificación, prosperidad, felicidad, descendencia, expiación, conocimiento, amor… Y puede combinar las modalidades según el contexto: culto vegetariano en el gran templo de liturgia brahmánica para venerar a su divinidad, sacrificio animal en otro santuario para protegerse de un mal de ojo, consulta a un hombre santo de poderes milagrosos para conseguir mundanal provecho, etcétera.

      La forma más extendida de culto, que genéricamente llaman puja, puede realizarse donde a uno le plazca y cuando a uno le apetezca. El culto es un asunto estrictamente personal. A lo sumo, familiar. Ninguna escritura ni nadie obliga a hacerlo. Siquiera exige la presencia de sacerdotes.

      Sin duda, uno de los tópicos que más asombra a los crecidos en medios laicos o monoteístas es el famoso politeísmo hindú. (Yo preferiría llamarlo pluralismo mitológico; y aún mejor: hospitalidad teológica.) Vaya lío con las genealogías, las gestas y los atributos de semejante cantidad de dioses, diosas, espíritus semidivinos o personajes etéreos. Falta orden en el panteón. Pero ¿cómo iba a haberlo si para muchos hindúes no existe Dios? Para otros, en cambio, el cosmos está repleto de seres numinosos. Y para los más existe un Ser Supremo. Pero curioso es este Ser que puede concebirse de miles de formas distintas: como una colérica dama, como un apuesto joven de