su cuerpo), ella le preguntó,
—Deseo saber ¿cómo gestionar mis emociones cuando les ocurre algo a mis seres queridos, sin entrar en pánico?
A lo que el guía le contestó,
—Respira. En esos momentos respira. Entiende que nada de lo que ocurre es para hacerte sufrir. Son cosas para aprender tú. Aprender a aceptar los momentos de tristeza aquí. Pues al desencarnar, no tienen importancia. Cuando te encuentres así, piensa en mí, pues siempre estoy contigo.
Yo te animo a que busques tus respuestas dentro de ti, con o sin ayuda. Y para ello el primer paso es aprender a respirar. Así que siéntate, cierra los ojos y…
Respira
Cada vez que pregunto a alguien si respira, me contesta invariablemente lo mismo.
—Claro que sí ¿Cómo podría vivir sin respirar?
A lo que yo le contesto
—Pues malamente, supongo —y sonrío
En nuestra sociedad no es fácil vivir relajado. Esto nos lleva de forma habitual a no respirar sino a hiperventilar, con los consiguientes problemas que eso trae consigo.
Por otro lado, nuestra mente es incapaz de mantenerse callada ni un solo segundo, ni aun estando dormidos. Con, y me repito, los consiguientes problemas que eso nos genera. Nuestra mente es un gran ordenador que trabaja día y noche, las 24 horas del día, los 365 días al año, año tras año. Si mantuviéramos un ordenador encendido a ese ritmo, llegaría un momento en que se recalentaría de tal forma que se quemaría, o como mínimo dejaría de funcionar correctamente. Por lo que hay que reiniciarlo.
Sí, ya sé que hay ordenadores súper maravillosos que pueden hacerlo, pero no nuestra mente. Hazme caso, lo sé. Para sobrevivir como humano el requisito indispensable es tener la mente que tenemos, pero aprendiendo a controlarla y no dejándonos avasallar por ella.
Con la respiración, y la concentración de nuestra mente en esa respiración, conseguimos dos resultados: Primero, respirar profundamente. Con lo que oxigenamos todas las células de nuestro cuerpo que, como consecuencia de esa hiperventilación que llamamos respiración, han estado sobreviviendo como pueden. Y, Segundo, al concentrar nuestra mente en la respiración, aunque solo sea unos segundos, estamos reiniciando ese “ordenador” que tenemos en la cabeza. Durante ese tiempo, no hemos pensado en nada, ni en los niños, ni en el jefe, ni en la hipoteca, ni en la comida, ni en lo que me han dicho que me ofendió…, absolutamente en nada, y os aseguro que es un gustazo.
Si mantenemos la dinámica de respirar profundamente varias veces al día, o como mínimo, dos veces al levantarnos y dos veces al acostarnos, nuestra vida mejorará notablemente.
Pero, ¿Cómo tengo que hacerlo?
Siéntate. Cierra los ojos y centra tu mente en el aire que entra y sale. Mientras, cuenta mentalmente… uno, dos, tres, cuatro… al tomar aire… y otra vez… uno, dos, tres, cuatro... al soltar el aire... Ahora haz la prueba. Cierra tus ojos, y con el libro en tus manos, pruébalo. Inspira, cuenta,… suelta, cuenta…
Desde estas líneas quiero agradecer la gran tarea que realizan los profesores de yoga, meditación, mindfulness y tantas otras disciplinas. Estas prácticas nos ayudan a acallar nuestra mente y nos enseñan a escuchar a nuestro cuerpo, y éste es el primer paso para escuchar a nuestra alma. Gracias.
Lao Tse decía: “Un viaje de 10.000 leguas empieza por el primer paso”. Yo os animo a darlo. Pues, aunque a veces parece que siempre estamos dando ese primer paso, la realidad es que avanzamos, seamos conscientes de ello o no.
Publicado en viajerosdeluz. blogspot.com.es
13 de Abril de 2013
Quizás no podamos evitar que nos sucedan cosas buenas, malas o regulares.
Quizás podamos o no, sanar lo que sucede a nuestro cuerpo, nuestra mente o nuestra alma, en esta vida, pero…
Lo que sí podemos hacer es sacarle todo el partido que podamos a nuestro crecimiento interior.
Así que, ahora que ya sabes respirar…
Relaja
Seguro que alguna vez te han dicho eso de: “ lo que tienes que hacer es relajarte”, y seguro que tú también se lo has aconsejado a alguien, pero... ¿cómo hacerlo?
Si has logrado aprender a respirar, la relajación viene tan solo dando un pasito más. Mira qué fácil.
Busca un lugar tranquilo y una posición cómoda, pero si no puedes, no importa. Yo he llevado a personas a cierto nivel de relajación en cualquier sitio, desde un bar hasta un banco en plena calle.
En primer lugar, independientemente del lugar donde estés y siempre que tu trabajo lo permita, cierra los ojos y centra tu atención en la respiración, tranquila, suave, abdominal y por la nariz... todo de seguido. Toma aire lentamente y lo expulsas muy despacito. Ya lo acabas de practicar, ¿verdad?
¡Ah! Que no. Pues retrocede unas líneas y respira. No me “hagas novillos”, que al final me entero.
Eso es… Muy bien. Así me gusta.
Sígueme.
Ahora, suelta la mandíbula y nota como se relajan los músculos de tu cara... Disfruta de esa sensación.
Da otro pasito más y suelta los músculos del cuello, que a su vez relajarán tus hombros y... disfruta de la sensación.
Si tienes tiempo y estás en un lugar tranquilo ve relajando todas las zonas de tu cuerpo poco a poco, hasta llegar a los pies. Si andas escaso de tiempo o el lugar no es del todo el apropiado, limítate a soltar los músculos de la mandíbula, abdomen y glúteos.
El proceso lleva solo unos minutos y te aporta una mejora sistemática de tu calidad de vida. Lo puedes hacer en el trabajo, en el aseo, en un banco de la calle, en el cine, en una terraza al aire libre... y si es en la playa o en la montaña, ni te cuento las sensaciones que puedes llegar a sentir.
De esta forma cuando alguien te diga… “relájate”, ya sabrás como hacerlo. Y si alguna vez se lo dices a alguien, ya sabrás indicarle cómo lo tiene que hacer.
Te animo a que lo practiques cada día. Te llevará unos minutos nada más. Verás como tu vida cambiará a mejor. Y si lo combinas con un masaje Reiki, ya de ahí al paraíso.
Publicado en viajerosdeluz.blogspot.com.es
01/04/2013 Fina Navarro
De hecho, yo lo practico diariamente, tanto la respiración como la relajación, pues hay días en los que convivir con mi necesidad de entender se vuelve terriblemente incómoda. Me provoca dolor de cabeza y no dejo de darle vueltas al asunto que trato de discernir, como un perro que ha hecho presa en un hueso.
Aprendizajes. Cada uno el suyo.
Aquel era uno de esos días. Quizás porque no dejaba de darle vueltas a lo aprendido la noche anterior: “Bolitas de luz”. No dejaba de pensar. Tan sencillo como eso. ¿Quién lo hubiera dicho? Pero entonces, ¿a qué complicar tanto nuestra existencia? ¿Qué papel juega el sufrimiento en todo esto?
En mi necesidad de entender el sufrimiento y muerte de los niños, mi mente se escapó a una terapia que había hecho unos meses atrás a una amiga.
Hacía casi cuarenta años había perdido a su sobrina Nerine y nunca se había permitido sacar todo el dolor que aquello le provocó.
Ellas estaban muy unidas. Mi amiga era entonces una preadolescente y su sobrina una niñita de apenas dos años. Vivian en la misma casa. Compartían juegos. Muchas noches la dormía en sus brazos. Hasta que un día Nerine enfermó y murió, y el trauma que dejó atrás puso a toda la familia en jaque.
Pero ¿por qué? La eterna pregunta que nos martiriza. Quizás estas líneas nos puedan aclarar algo.
Hace muy poco, mi amiga me dijo,
—Ojalá