no, y sólo preguntó si ganaría mucho dinero. Ella no se atrevió á insistir; pero su apurada situación y el deseo de que los chicos aprendieran á leer y escribir en la escuela del pueblo, la obligaron á llevar á cabo el proyecto. El marido tampoco dijo nada.
Aquella noche, á eso de diez y media ú once, cuando las estrellas brillaban ya en el cielo que la tempestad ha despejado, estaba Sisa sentada sobre un banco de madera, mirando algunas ramas que medio ardían en su hogar, compuesto de piedras vivas más ó menos angulares. Sobre uno de estos trípodes ó tunkô, había una ollita en donde cocía arroz, y sobre las brasas tres sardinas secas, de las que se venden tres dos cuartos.
Tenía la barba apoyada sobre la palma de su mano, mirando la llama amarillenta y débil que da la caña, cuyas pasajeras brasas se volvían pronto ceniza; triste sonrisa iluminaba su rostro. Se acordaba del gracioso acertijo de la olla y del fuego, que Crispín le propuso una vez. El muchacho decía:
Naupú si Maitim, sinulut ni Mapulá
Nang malaó y kumara kará6.
Era aún joven y se conocía que un tiempo debió ser bella y graciosa. Sus ojos, que, al igual de su alma, diera ella á sus hijos, eran hermosos, de largas pestañas y profunda mirada; su nariz era correcta; sus pálidos labios, de un gracioso dibujo. Era lo que los tagalos llaman kayumanging kaligatan, esto es, morena, pero de un color limpio y puro. Sin embargo de su juventud, el dolor, ó acaso el hambre, empieza á socavar las pálidas mejillas, la abundante cabellera, en otro tiempo gala y adorno de su persona, si está aún aliñada no es por coquetería, sino por costumbre: un moño muy sencillo sin agujas ni peinetas.
Había estado varios días sin salir de casa, cosiendo una obra que le habían encargado concluyese lo más pronto posible. Ella, para ganar dinero, dejó de oir misa aquella mañana, pues habría empleado en ir y venir al pueblo dos horas lo menos:—¡la pobreza obliga á pecar!—Concluído su trabajo, lo llevó al dueño, pero éste sólo le prometió pagar.
Todo el día estuvo pensando en los placeres de la noche: supo que sus hijos iban á venir, y pensó regalarles. Compró sardinas, cogió de su jardinito los tomates más hermosos, porque sabía que eran la comida favorita de Crispín; pidió á su vecino, el filósofo Tasio, que vivía á medio kilómetro, tapa de jabalí y una pierna de pato silvestre, los bocados favoritos de Basilio. Y llena de esperanzas coció el más blanco arroz, que ella misma había recogido en las eras. Aquello era, en efecto, una cena de curas para los pobres chicos.
Pero por una desgraciada casualidad vino el marido y se comió el arroz, la tapa de jabalí, la pierna del pato, cinco sardinas y los tomates. Sisa no dijo nada, si bien le pareció que la comían á ella misma. Harto ya él, se acordó de preguntar por los hijos; entonces Sisa pudo sonreir y, contenta, prometió en su interior no cenar aquella noche, pues de lo que quedaba no había para tres. El padre preguntó por sus hijos, y esto para ella era más que comer.
Después él cogió su gallo y quiso marcharse.
—¿No quieres verlos?—preguntó temblorosa;—el viejo Tasio me ha dicho que se retardarían un poco; Crispín ya lee y... ¡quizás Basilio traiga su sueldo!
A esta última razón el marido se detuvo, vaciló, pero triunfó su ángel bueno.
—¡En ese caso guárdame un peso!—dijo, y se marchó.
Sisa lloró amargamente, pero se acordó de sus hijos y secóse las lágrimas. Coció nuevo arroz, y preparó las tres sardinas que quedaron: cada uno tendría una y media.
—¡Traerán buen apetito!—pensaba;—el camino es largo y los estómagos hambrientos no tienen corazón.
Atenta á todo rumor la encontramos escuchando las más ligeras pisadas; fuertes y claras, Basilio; ligeras y desiguales, Crispín, pensaba ella.
El kalao7 cantó en el bosque dos ó tres veces ya, desde que la lluvia había cesado, y no obstante sus hijos no llegaban todavía.
Puso las sardinas dentro de la olla para que no se enfriaran y se acercó al umbral de la choza para mirar hacia el camino. A fin de distraerse se puso á cantar en voz baja. Ella tenía una hermosa voz, y cuando sus hijos la oían cantar kundiman8 lloraban sin saber por qué. Pero aquella noche su voz temblaba, y las notas salían perezosas.
Suspendió su canto y hundió la mirada en la obscuridad. Nadie venía del pueblo, á no ser el viento que hacía caer el agua de las anchas hojas de los plátanos.
De repente vió un perro negro aparecer delante de ella; el animal rastreaba algo en el sendero. Sisa tuvo miedo, cogió una piedra y se la arrojó. El perro echó á correr aullando lúgubremente.
Sisa no era supersticiosa, pero tanto había oído hablar sobre presentimientos y perros negros que el terror se apoderó de ella. Cerró precipitadamente la puerta, y se sentó al lado de la luz. La noche favorece las creencias, y la imaginación puebla el aire de espectros.
Trató de rezar, de invocar á la Virgen, á Dios para que cuidasen de sus hijos, sobre todo, de su pequeño Crispín. Y distraídamente olvidó el rezo para no pensar más que en ellos, recordando las facciones de cada uno, aquellas facciones que le sonríen continuamente, ya en sueños, ya en vigilias. Mas de repente sintió erizarse sus cabellos, sus ojos se abrieron desmesuradamente; ilusión ó realidad, ella veía á Crispín de pie al lado del hogar, allí donde solía sentarse para charlar con ella. Ahora no decía nada; la miraba con aquellos grandes ojos pensativos, y sonreía.
—¡Madre, abrid! ¡abrid, madre!—decía la voz de Basilio desde fuera.
Sisa se estremeció vivamente y la visión desapareció.
1 Palabra china que sirve para designar la mecha de una lamparilla. ↑
4 Lagarto que vive en las casas de los filipinos y es notable por su grito, con el que repite muchas veces la palabra toco. ↑
5 Diminutivo de Basilisa, Narcisa y otros nombres de análoga terminación. ↑
6 Sentóse el negro y el rojo le miró; transcurrió un momento y resonó el «kikirikí.» ↑
7 Buceros hydrocórax, pájaro levirrostro, que tiene sobre el medio pico superior una excrecencia de 6 pulgadas de largo por 3 de ancho. Su voz es muy rara, semejante al mugido de un becerro. ↑