á sus rizos y el pisoteado encañonado de sus enaguas.
Aquella noche escribía el joven rubio, entre otras cosas, el capítulo siguiente de sus Estudios Coloniales: «De cómo un cuello y un ala de pollo en el plato de tinola de un fraile pueden turbar la alegría de un festín.» Y entre sus observaciones había éstas: «En Filipinas la persona más inútil en una cena ó fiesta es la que la da: al dueño de la casa pueden empezar por echarle á la calle y todo seguirá tranquilamente. En el estado actual de las cosas casi es hacerles un bien el no dejar á los filipinos salir de su país, ni enseñarles á leer...»
1 Dice que no lo quiere y eso es precisamente lo que quiere. Frase del llamado español de tiendas que se habla en Manila y Cavite. ↑
2 Los filipinos ignorantes suelen cambiar la n en ñ. ↑
3 Para que se vea cómo pronuncia el chino las lenguas europeas, diremos que Pidgin es corrupción de la voz inglesa business; y así, Pidgin-English significa inglés comercial. ↑
IV
Hereje y filibustero
Ibarra estaba indeciso. El viento de la noche, que por esos meses suele ser ya bastante fresco en Manila, pareció borrar de su frente la ligera nube que la había obscurecido: descubrióse y respiró.
Pasaban coches como relámpagos, calesas de alquiler á paso moribundo, transeuntes de diferentes nacionalidades. Con ese andar desigual, que da á conocer al distraído ó al desocupado, dirigióse el joven hacia la plaza de Binondo1, mirando á todas partes como si quisiera reconocer algo. Eran las mismas calles con las mismas casas de pinturas blancas y azules y paredes blanqueadas ó pintadas al fresco imitando mal el granito; la torre de la iglesia seguía ostentando su reloj con la traslúcida carátula; eran las mismas tiendas de chinos con sus cortinas sucias y sus varillas de hierro, una de las cuales había él torcido una noche, imitando á los chicos mal educados de Manila: nadie la había enderezado.
—¡Se va despacio!—murmuró, y siguió la calle de la Sacristía.
Los vendedores de sorbetes seguían gritando: ¡Sórbeteee! los huepes ó lamparillas alumbraban aún los mismos puestos de chinos y de mujeres, que vendían comestibles y frutas.
—¡Es maravilloso!—exclamó;—es el mismo chino de hace siete años, y la vieja ... ¡la misma! ¡Diríase que esta noche he soñado en siete años de viaje por Europa!... y ¡Santo Dios! continúa aún desarreglada la piedra como cuando la dejé.
En efecto, estaba aún desprendida la piedra de la acera, que forma la esquina de la calle de San Jacinto con la de la Sacristía.
Mientras contemplaba esta maravilla de la estabilidad urbana en el país de lo inestable, una mano se posó suavemente sobre su hombro: levantó la cara y se encontró con el viejo teniente que le contemplaba casi sonriendo: el militar no tenía ya aquella expresión dura ni aquellas cejas fruncidas que tanto le caracterizaban.
—¡Joven, tenga usted cuidado! ¡Aprenda usted de su padre!—le dijo.
—Usted perdone, pero me parece que ha querido usted mucho á mi padre. ¿Podría usted decirme cuál ha sido su suerte?—preguntó Ibarra mirándole.
—Qué, ¿no la sabe usted?—preguntó el militar.
—Se lo he preguntado á don Santiago, pero no me prometió referirlo sino hasta mañana. ¿Lo sabe usted por ventura?
—¡Ya lo creo, como todo el mundo! Murió en la cárcel.
El joven retrocedió un paso y miró al teniente de hito en hito.
—¿En la cárcel? ¿quién murió en la cárcel?—preguntó.
—¡Hombre, su padre de usted, que estaba preso!—contestó el militar algo sorprendido.
—¿Mi padre ... en la cárcel ... preso en la cárcel? ¿Qué dice usted? ¿Sabe usted quién era mi padre? ¿Está usted?...—preguntó el joven cogiéndole del brazo al militar.
—Me parece que no me engaño; era don Rafael Ibarra.
—¡Sí, don Rafael Ibarra!—repitió el joven débilmente.
—¡Pues yo creía que usted lo sabía!—murmuró el militar con acento lleno de compasión, al leer lo que pasaba en el alma de Ibarra;—yo suponía que usted ... pero ¡tenga usted valor! ¡aquí no se puede ser honrado sin haber ido á la cárcel!
—Debo creer que no juega usted conmigo,—repuso Ibarra con voz débil, después de algunos instantes de silencio.—¿Podría usted decirme por qué estaba en la cárcel?
El anciano pareció reflexionar.
—A mí me extraña mucho que no le hayan enterado á usted de los negocios de su familia.
—Su última carta de hace un año me decía que no me inquietase si no me escribía, pues estaría muy ocupado: me recomendaba siguiese estudiando... ¡me bendecía!
—Pues entonces esa carta se la escribió á usted antes de morir: pronto hará un año que le enterramos en su pueblo.
—¿Por qué motivo estaba preso mi padre?
—Por un motivo muy honroso. Pero sígame usted, que tengo que ir al cuartel; se lo contaré andando. Apóyese usted en mi brazo.
Anduvieron por algún tiempo en silencio: el anciano parecía reflexionar y pedir inspiración á su perilla que acariciaba.
—Como usted sabe muy bien,—comenzó diciendo,—su padre era el más rico de la provincia, y aunque era amado y respetado de muchos, otros en cambio le odiaban ó envidiaban. Los españoles que venimos á Filipinas no somos desgraciadamente lo que debíamos: digo esto tanto por uno de sus abuelos de usted, como por los enemigos de su padre. Los cambios continuos, la desmoralización de las altas esferas, el favoritismo, lo barato y lo corto del viaje tienen la culpa de todo: aquí viene lo más perdido de la Península, y si llega uno bueno, pronto le corrompe el país. Pues bien, su padre de usted tenía entre los curas y los españoles muchísimos enemigos.
Aquí hizo una breve pausa.
—Meses después de su salida de usted, comenzaron los disgustos con el padre Dámaso, sin que yo pueda explicarme el verdadero motivo. Fray Dámaso le acusaba de no confesarse: antes tampoco se confesaba, y sin embargo eran muy amigos, como usted recordará aún. Además, don Rafael era un hombre muy honrado y más justo que muchos que confiesan y se confiesan: tenía para sí una moral muy rígida, y solía decirme cuando me hablaba de estos disgustos: «Señor Guevara, ¿cree usted que Dios perdona un crimen, un asesinato, por ejemplo, sólo con decirlo á un sacerdote, hombre al fin que tiene el deber de callarlo, y temer tostarse en el infierno, que es el acto de atrición?