Jose Rizal

Noli me tángere


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el Sacristán mayor de Antipolo, y que, cuando se enfada, se pone negra como el ébano, y á que las otras Vírgenes son más blandas de corazón, más indulgentes: sabido es que ciertas almas aman más á un rey absoluto que á uno constitucional; díganlo Luis XIV y Luis XVI, Felipe II y Amadeo I. Por esta razón acaso se debe el verse también, en el famoso santuario andar de rodillas á moros infieles y hasta españoles; sólo que no se explica el por qué se escapan los curas con el dinero de la terrible Imagen, se van á América y allá se casan.

      Pero Antipolo no era el único teatro de su ruidosa devoción. En Binondo, en la Pampanga y en el pueblo de san Diego, cuando tenía que jugar un gallo con grandes apuestas, enviaba al cura monedas de oro para misas propiciatorias, y, como los romanos que consultaban sus augures antes de una batalla dando de comer á los pollos sagrados, capitán Tiago consultaba también los suyos con las modificaciones propias de los tiempos y de las nuevas verdades. Él observaba la llama de las velas, el humo del incienso, la voz del sacerdote etc., y del tono procuraba deducir su futura suerte. Es una creencia admitida que capitán Tiago pierde pocas apuestas, y éstas se deberían á que el oficiante estaba ronco, había pocas luces, los cirios tenían mucho sebo, ó que se había deslizado entre las monedas una falsa, etc., etc.: el celador de una cofradía le aseguraba que aquellos desengaños eran pruebas, á que le sometía el cielo para asegurarse más de su fe y devoción. Querido de los curas, respetado de los sacristanes, mimado por los chinos cereros y los pirotécnicos ó castilleros el hombre era feliz en la religión de esta tierra, y personas de carácter y gran piedad le atribuyen también gran influencia en la Corte celestial.