algunos años después de la partida del joven Ibarra, fué celebrado con igual júbilo por dos corazones cada uno en un extremo del mundo y en muy diferentes circunstancias.
2 Lugar en que se verifican las riñas de gallos. Véase el capítulo XLVI. ↑
3 Hierba llamada también talango; forraje de diversas gramíneas y en especial de la Russelia junceum. ↑
4 Tela de algodón fabricada en la India. ↑
5 Sable de los moros joloanos. ↑
7 Pueblo de la Laguna (Luzón.) ↑
8 Dios quiera que se cumpla pronto esta profecía para el autor del librito y todos los que le creemos. Amén. (N. de la edición de Berlín). ↑
9 Sinigang, sopa de pescado cocido con agua y sazonado con algunas frutas ácidas. Dalag (Ophiocephalus), abundante en los ríos, los lagos y pantanos, que en la estación de las lluvias se encuentra en los arrozales y también en los campos inundados. Alibambang, Bauhinia malabárica Roxb. ↑
10 Sangley ó buhonero chino. ↑
12 Nipa fruticans, Burm. En Filipinas, se da el nombre de casas de nipa á las que tienen el techo formado con las anchas hojas de ese árbol. ↑
13 La Biblia de Torres Amat, arzobispo de Tarragona. ↑
14 Sampaga ó sampaca (magnoliáceas). ↑
VII
Idilio en una azotea
El Cantar de los Cantares.
Temprano habían ido aquella mañana á misa tía Isabel y María Clara: ésta vestida elegantemente, con un rosario de cuentas azules que medio le servía de brazalete, y aquélla con sus anteojos para leer el «Ancora de Salvación», durante el Santo Sacrificio.
Apenas desapareció el sacerdote del altar, la joven manifestó deseos de retirarse, con gran sorpresa y disgusto de la buena tía que creía á su sobrina piadosa y amiga del rezo, como una monja cuando menos. Refunfuñando y haciéndose cruces se levantó la buena anciana. «¡Bah! ya me perdonará el buen Dios, que debe conocer el corazón de las muchachas mejor que usted, tía Isabel», le hubiera dicho para cortar sus severos, pero al fin maternales sermones.
Ahora se han desmayado ya, y María Clara distrae su impaciencia tejiendo un bolsillo de seda, mientras la tía quiere borrar los rastros de la fiesta anterior, empezando á manejar el plumero. Capitán Tiago examina y repasa unos papeles.
Cada ruido en la calle, cada coche que pasaba hacían palpitar el seno de la virgen y la estremecían. ¡Ah, ahora desea estar otra vez en su tranquilo beaterio, entre sus amigas! ¡Allí le podría ver sin temblar, sin turbarse! Pero ¿no era él tu amigo de la infancia, no jugabais tantos juegos y hasta reñíais á veces? El por qué de estas cosas no lo he de decir; si tú que me lees has amado, lo comprenderás, y si no, es inútil que te lo diga: los profanos no comprenden estos misterios.
—Yo creo, María, que el médico tiene razón,—dice capitán Tiago.—Debes ir á provincias, estás muy pálida, necesitas buenos aires. ¿Qué te parece, Malabón... ó San Diego?
A este último nombre, María Clara, se puso roja como una amapola y no pudo contestar.
—Ahora iréis Isabel y tú al beaterio para sacar tus ropas y despedirte de tus amigas,—continuó capitán Tiago sin levantar la cabeza;—ya no volverás á entrar en él.
María Clara sintió esa vaga melancolía que se apodera del alma cuando se deja para siempre un lugar en donde fuimos felices, pero otro pensamiento amortiguó este dolor.
—Y dentro de cuatro ó cinco días, cuando tengas ropa nueva, nos iremos á Malabón... Tu padrino ya no está en San Diego; el cura que viste aquí anoche, aquel padre joven, es el nuevo cura que tenemos allá, es un santo.
—¡Le prueba San Diego mejor, primo!—observó la tía Isabel;—además, la casa que allá tenemos es mejor; y se acerca la fiesta.
María Clara quería dar un abrazo á su tía, pero oyó pararse un coche y se puso pálida.
—¡Ah, es verdad!—contestó capitán Tiago, y cambiando de tono, añadió:
—¡Don Crisóstomo!
María Clara dejó caer la labor que tenía entre las manos; quiso moverse, pero no pudo: un estremecimiento nervioso recorría su cuerpo. Se oyeron pasos en las escaleras, y después, una voz fresca, varonil. Como si esta voz hubiese tenido un poder mágico, la joven se sustrajo á su emoción y echóse á correr, escondiéndose en el oratorio donde estaban los santos. Los dos primos se echaron á reir, é Ibarra oyó aún el ruido de una puerta que se cerraba.
Pálida, respirando aceleradamente, la joven se comprimió el palpitante seno y quiso escuchar. Oyó la voz, aquella voz tan querida, que hacía tiempo sólo oía en sueños; él preguntaba por ella. Loca de alegría besó al santo que encontró más cerca, á San Antonio Abad ¡santo feliz, en vida y en madera, siempre con hermosas tentaciones! Después buscó un agujero, el de la cerradura, para verle y examinarle: y sonreía, y cuando su tía la sacó de su contemplación, sin saber lo que se hacía, se colgó del cuello de la anciana y