Федор Достоевский

El Idiota


Скачать книгу

al menos algún buen deseo hacia ella, además de pensar en su propio y egoísta interés, debía comprender que no la veía sin disgusto llevar una existencia solitaria, únicamente debida a su indefinible depresión y a su creencia de que no le era posible comenzar una nueva vida que podía hacerla conocer las nuevas satisfacciones del amor conyugal. Destruir sistemáticamente capacidades que acaso fuesen de las más brillantes, a cambio de entregarse a un sombrío pensar en la ofensa sufrida, constituía, en verdad, una especie de sentimentalismo indigno del buen sentido y el noble corazón de Nastasia Filipovna. Siempre repitiendo que le era más duro que a nadie hablar de aquel tema, acabó declarando su confianza en que ella no le contestase con el desprecio si, con el sincero deseo de asegurar su porvenir, le ofrecía una suma de setenta y cinco mil rublos. Añadió, como explicación, que, de todos modos, tal suma le estaba ya asignada a la joven en su testamento y que no se trataba de compensación alguna… Aunque, después de todo, ¿por qué no reconocer y admitir y perdonar en él un muy humano deseo de tranquilizar algo su conciencia? Y así continuó discurriendo, y alegando cuanto se suele en análogas circunstancias. Atanasio Ivanovich habló mucho y con elocuencia. De paso deslizó la interesante noticia de que nadie, ni aun Ivan Fedorovich, allí presente, conocía lo de las setenta y cinco mil rublos.

      La contestación de Nastasia Filipovna sorprendió a los dos amigos. No mostró ni trazas de su anterior ironía, hostilidad y aversión, ni de aquella risa cuyo solo recuerdo hacía estremecerse a Totsky. Por el contrario, la joven parecía contenta de poder hablar al fin amistosa y francamente con alguien. Reconoció que durante largo tiempo había estado deseando un consejo leal, aunque su orgullo le impidiera pedirlo; pero roto el hielo, ella se alegraba de poder escucharles. Con sonrisa triste al principio y que al cabo se trocó en risa abierta y alegre, afirmó que no volvería a producirse una tempestad como antaño, que desde hacía algún tiempo miraba las cosas de otro modo y que, si bien su corazón no había cambiado en nada, creía conveniente aceptar ciertas cosas como hechos consumados. Lo hecho, hecho estaba; lo pasado, pasado. No comprendía, pues, la continua inquietud de Atanasio Ivanovich. Luego, volviéndose con deferencia a Ivan Fedorovich, díjole que hacía tiempo conocía de oídas a sus hijas y albergaba por ellas estima sincera y profunda. Se sentía, pues, orgullosa y feliz en poder serles útil en algo. También era verdad que se notaba deprimida y triste: Atanasio Ivanovich había adivinado en esto, como también en que ella hubiese querido renacer, ya que no en el amor, al menos en el cariño de los hijos y la vida del hogar. Respecto a Gabriel Ardalionovich, apenas podía decir nada. Juzgaba, en efecto, que él la quería y parecíale que, de creer en la verdad de su afecto, ella podría corresponderle; pero, aun de ser Gabriel Ardalionovich sincero, ella vacilaba por verle tan joven. Lo que más le agradaba en él era saber que trabajaba y sostenía a su familia sin auxilio de nadie. Había oído comentar que era hombre enérgico, altivo, resuelto a abrirse camino y hacer carrera. Constábale que su madre, Nina Alejandrovna, era mujer excelente y respetada, así como Bárbara Ardalionovna, su hermana, era muchacha notable por su recio carácter. Ptitzin le había hablado mucho de la última. Conocía que toda la familia Ivolguin soportaba su mala fortuna con entereza y con gusto hubiese estrechado sus relaciones con ellos; pero faltaba saber si la acogerían o no. En resumen, Nastasia Filipovna no objetaba contra aquella propuesta de matrimonio; si bien quería reflexionar y que no la apremiasen. Respecto a los setenta y cinco mil rublos, Atanasio Ivanovich no necesitaba esforzarse en convencerla de que los aceptara. Ella sabía apreciar el valor del dinero y por tanto los tomaría. Agradecía a Totsky su delicadeza al no hablar de ello al general ni a Gabriel Ardalionovich, pero ¿por qué no informar al joven sobre el asunto? Ella no tendría de qué avergonzarse recibiendo aquel dinero al entrar en la familia. En cualquier caso, se proponía no excusarse de nada ante nadie, y deseaba que ello fuese conocido de todos. No se casaría con Gabriel Ardalionovich sino después de estar segura de que ni él ni su familia abrigaban reticencia alguna hacia ella. En todo caso, por lo que la atañía, no tenía nada de qué culparse y desde luego valía más que Gabriel Ardalionovich supiera en qué condiciones económicas y morales se hallaba ella con Totsky. En fin, si aceptaba el dinero, no era como pago de su honor perdido, sino en compensación de su existencia destrozada.

      Se animó tanto al hablar así (y ello no era sino muy natural) que el general Epanchin, satisfechísimo, dio el asunto por arreglado. Pero Totsky, recordando su anterior conflicto, no juzgó igual y temió que bajo las mieles se ocultase alguna hiel. Mas de todos modos se había parlamentado y los dos amigos veían que el punto en que hacían descansar el conjunto de su plan —la posible inclinación de Nastasia Filipovna por Gania— convertíase cada vez más claro y definido. El propio Totsky, a veces, creía en la posibilidad del éxito. Entre tanto Nastasia Filipovna se explicó con Gania, si bien sin hablar a fondo, porque el asunto resultaba penoso para su delicadeza femenina. Ella aceptaba el amor del joven, mas exigía no ser apremiada en sentido alguno y se reservaba hasta el momento del matrimonio, si éste se producía, el derecho a decir no, dejando en la misma libertad a Gania. A poco, una afortunada casualidad hizo saber al joven que Nastasia Filipovna estaba perfectamente al tanto de la oposición que aquel proyecto de casamiento suscitaba en casa de los Ivolguin, así como que no ignoraba las escenas de hostilidad contra la futura esposa a que tal oposición daba lugar. Ella, sin embargo, no le había hablado del asunto, aunque Gania lo esperaba de un momento a otro.

      Podría decirse mucho más sobre las habladurías y enredos levantados en torno al proyectado enlace y a las negociaciones pertinentes; pero, aparte que ya hemos anticipado algo sobre ellas, muchas no pasaban de vagos rumores. Decíase, por ejemplo, que Totsky había descubierto una indefinida y secreta inteligencia entre Nastasia Filipovna y las hijas del general, historia que probablemente tenía todos los caracteres de una disparatada inverosimilitud. Pero existía otro rumor que inquietaba mucho más a Atanasio Ivanovich, persiguiéndole como una pesadilla, y era que, según se le aseguraba, Nastasia Filipovna estaba muy al corriente de que Gania sólo se casaba con ella por el dinero; de que el joven tenía un alma venal, ávida, perversa y codiciosa; de que su grotesca vanidad rebasaba todos los límites; y, en fin, de que, si bien él había deseado apasionadamente conquistar a Nastasia Filipovna, desde que aquellos dos hombres maduros resolvieron explotar su pasión en su propio beneficio, entregándole a la mujer anhelada como esposa legal, Gania había principiado a odiarla como a una siniestra sombra de delirio. El odio y la pasión mezclábanse, violentos, en su alma y aunque después de una dolorosa incertidumbre consintió en desposar a semejante «despreciable mujerzuela», habíase prometido en su interior «hacérselo pagar caro», como, según se rumoreaba, dijera Gania literalmente.

      Afirmábase también que Nastasia Filipovna conocía al dedillo todo esto y que maquinaba algún plan a su vez. Totsky entonces sintió tal terror que ni siquiera osó confiarse al general Epanchin. Pero a ratos, como si fuese un hombre débil de carácter, renacían sus esperanzas y lo veía todo a través de un prisma optimista. Así, por ejemplo, sintióse muy aliviado cuando Nastasia Filipovna prometió a los dos amigos adoptar la resolución definitiva la noche de su cumpleaños.

      Por otra parte, el más extraño e inverosímil de los rumores, el que concernía a persona tan honorable como el propio Ivan Fedorovich aparentaba ser, adquiría —¡ay!– cada vez más fundamento a medida que el tiempo transcurría.

      Sin embargo, a primera vista tal rumor parecía perfectamente absurdo. Resultaba duro de creer que Iván Fedorovich, en sus ya maduros y graves años, con su excelente comprensión y su conocimiento práctico del mundo, y con todas las demás cosas similares que en estos casos pueden decirse, hubiese acabado cayendo bajo el influjo de Nastasia Filipovna y sintiendo por ella un capricho rayano en pasión. Difícil sería preciar qué esperanzas albergaba en semejante sentido: acaso esperase la ayuda complaciente del propio Gania. Totsky sospechaba algo de esta clase y, en tal sentido, suponía una especie de tácito convenio entre el general y Gania, un acuerdo propio de gentes que se comprenden bien. Es notorio que un hombre cegado por la pasión, sobre todo si está entrado en años, se torna ciego y encuentra firmes cimientos para sus esperanzas donde no hay ninguno; y, lo que es peor, pierde el juicio y obra como un niño sin sentido, por poderosa que sea su inteligencia.

      Sabíase, así, que con ocasión del cumpleaños de Nastasia Filipovna el general había acordado regalarle unas magníficas perlas, por valor de una inmensa suma, y que confiaba mucho en la eficacia de su presente,