nos deja, en cualquier caso, numerosas y muy interesantes reflexiones de Proudhon sobre el federalismo:
La unidad en la variedad, he aquí lo que hay que buscar, respetando la independencia de los fueros [en castellano en el texto original], de los cantones, de los principados y de los círculos. […] No esta unidad que tiende a absorber la soberanía de las ciudades, cantones, provincias en una autoridad central… ¡Dejad, pues, a cada uno sus sentimientos, sus afectos, sus creencias, su lengua y sus costumbres![88].
Se parte sin cesar del principio según el cual Suiza no puede existir sin una centralización. – Error radical; el centro está por todas partes, la circunferencia inexistente es[89].
La defensa que Proudhon esgrime de los insurrectos católicos del Sunderbund es muy significativa y nos permite ver lo que será una de las constantes y características principales de su federalismo, en el que, por encima de los intereses de la unidad y del Estado federal, priman siempre los intereses de los Estados federados, de la diversidad. Esta posición doctrinal del francés es tan marcada y sólida que, en contra de la tesis ayer y hoy dominante de la subordinación de los entes federados al Estado federal, único ente soberano en la federación según la doctrina, Proudhon no dudará en reconocer a las partes federadas un derecho de secesión, lo que supone, obviamente, dar un vuelco al modelo anterior y reconocer no sólo la soberanía de la federación (hacia afuera), sino también, en última instancia, la de los Estados federados[90].
C) No sólo los escritos inéditos de Proudhon, sus carnets o su correspondencia, a los que acabamos de aludir, prueban que el federalismo está presente en la obra del francés desde el principio, ciertamente oscurecido por la atención prestada a la cuestión económica y el protagonismo que su crítica del capitalismo y de la propiedad van a tener en algunas de sus obras más sonadas (Qu’est-ce que la propriété?, Philosophie de la misère ou Système des contradictions économiques, etc.), pero en el fondo bien presente. Y es que, si bien es cierto que podemos encontrar varias etapas en el pensamiento proudhoniano, más económica la primera, más o menos hasta 1852, más política en adelante, no puede por ello concluirse que Proudhon se haya centrado exclusivamente en la economía hasta 1852, dejando de lado la cuestión política, como tampoco puede afirmarse que en la última parte de su vida pierde interés o fuelle en el de Besançon la cuestión económica. En realidad, su pensamiento sigue desde el principio el mismo hilo conductor, tantas veces reivindicado en su obra, y que encontramos también en sus carnets: «El primer error –escribe Proudhon en 1849–, el más funesto, que pesa sobre la humanidad, es haber puesto el gobierno por encima de la sociedad»[91]. Hacer que el gobierno (serie artificial) obedezca a la sociedad (serie natural), y no al revés, tanto en lo político como en lo económico, en lo económico como en lo cultural (federalismo integral), es lo que venía buscando Proudhon desde por lo menos 1843, año de la publicación de De la Création. Poner al gobierno o al Estado por debajo de la sociedad supondría respetar la unidad-diversidad de la serie natural, buscar la unidad a partir de los grupos naturales (en lo político) que son las regiones. Ahora bien, ¿es necesario esperar a 1863, con la publicación de Du Principe fédératif, para encontrar en el pensamiento proudhoniano esta conclusión? En absoluto. A poco que se lea la obra del francés a la luz de su dialéctica serial pueden ya apreciarse con meridiana claridad las bases de lo que será posteriormente teorizado, su confederalismo pluralista o personalista:
Que un solo hombre gobierne, juzgue, administre una tribu de dos a tres mil almas; o bien que esta tribu, reuniéndose un día fijo bajo la autoridad de un presidente electo, ventile ella misma sus asuntos, hasta ahí la cosa es posible. Pero multiplíquese por diez, por cien dicha población y se tendrá que multiplicar, en cierta proporción, el soberano. Pues les es tan imposible a cien mil hombres, que deliberan todos los días sobre sus asuntos públicos y privados, ejercer de manera indivisible el poder, como a uno solo, rey de cien mil sujetos, asumir todas las funciones de su gobierno. Por consiguiente, hay que centralizar, y al mismo tiempo, multiplicar el soberano. Ahora bien, esta multiplicación puede operarse de dos maneras: 1.° o bien, según la ley económica de división, especialización y serie, por desdoblamiento; 2.° o bien, según el principio feudal, por fragmentación[92].
Sorprendente síntesis de su federalismo en… 1843; o esta otra, más explícita sobre el pluralismo sociológico y cultural que lo anima:
La división artificial de Francia en ochenta y seis departamentos tuvo su utilidad para romper la Galia feudal y municipal, y crear una centralización vigorosa: esta obra de alta nacionalidad no se ha terminado aún; y, sin embargo, varios síntomas nos muestran que deberíamos ya prepararnos para una división más natural del suelo, según las diferencias de clima, de raza, de industria, etc., con el fin de darle a cada parte del Estado su carácter y su fisionomía[93].
E incluso en su fase más anarquista (1849-1852) encontramos, como indicábamos antes, muy numerosas pinceladas preñadas ya del más profundo y subversivo federalismo pluralista:
Lo repito, para que una nación se manifeste en su unidad, tiene ésta que centralizarse en su fuerza militar, centralizarse en su agricultura, su industria y su comercio, centralizarse en sus finanzas, centralizarse, en una palabra, en todas sus funciones y facultades; la centralización tiene que efectuarse de abajo a arriba, de la circunferencia al centro, y que todas las funciones sean independientes y se gobiernen cada una por sí misma […]: obtendréis una centralización tanto más fuerte cuanto más se multipliquen los centros, una responsabilidad tanto más real cuanto más clara sea la separación entre los poderes: tendréis una constitución a la par política y social. […] Vuestra sociedad queda organizada, viva, progresiva […] como en todo ser organizado y vivo, como en el infinito de Pascal, el centro está por todas partes, la circunferencia inexistente es[94].
Exquisito fragmento en el que, como podemos ver, Proudhon utiliza, además, el léxico de sus rivales jacobinos (centralizar, unidad), subvirtiéndolo y dando, en definitiva, una sorprendente lección de federalismo (las palabras importan menos que las ideas), difícilmente inteligible, bien es cierto, si no se ha entendido previamente la retórica del francés y el sentido de su dialéctica serial. En la misma línea semántico-subversiva: «La igualdad en el feudalismo es lo que necesitaba nuestro Tercer Estado, y no la abolición del feudalismo mismo»[95]. Podemos imaginar el soberano escándalo que semejante opinión provocaría en la democracia francesa…
Ocioso sería multiplicar aquí las citas en apoyo de nuestra tesis. Toda la obra proudhoniana está marcada por esa propensión hacia el federalismo, por ese espíritu o sensibilidad federal (recordemos de nuevo el profundo apego a su patria chica, el Franco Condado[96], en absoluto anecdótico en un tema como el que nos ocupa), tan palpable ya en sus primeros escritos y que recibirá sólo tratamiento teórico explícito en la recta final de su vida. Como bien ha explicado Pierre Ansart[97], el paso de la anarquía al federalismo es menos brusco de lo que parece; hay en ambos una lógica subyacente, una dialéctica en acción, que nos permite afirmar que la anarquía positiva inicial y el posterior federalismo son exactamente lo mismo en el pensamiento proudhoniano. Si la anarquía incial negaba la autoridad y legitimidad del Estado con el fin de liberar las fuerzas, individuales y colectivas, y la iniciativa (soberanía) de la sociedad, hasta entonces sometidas y maniatadas, con el fin, en definitiva, de subordinar el Estado (serie artificial) a la sociedad (serie natural), de suerte que aquél se adaptase a las leyes inmanentes de ésta, y no ésta a las de aquél, el federalismo posterior no dirá otra cosa: someter el Estado