Juan Alvarez Guerra

Viajes por Filipinas: De Manila á Tayabas


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negra, se encontraba sentada una empleada que respondía al nombre de Bertita: ojos melados, negros, grandes, y velados de largas pestañas; pelo fino, lustroso, abundante, negro como sus ojos; nariz pequeña y un tanto arremangada, símbolo de burla; labios finos; dientes, aunque de mortales huesos, y no de perlas, compactos, blancos é iguales; tez morena; seno alto y exuberante; manos redondas y pequeñas, y sonrisa marcadamente picaresca, constituían el distinguido conjunto de Bertita, que vestía ligera y limpia bata de viaje, recogido sombrero de terciopelo con pluma, cuello y puños á la marinera, cinturón de piel de Rusia, y diminutas botitas color café.—¿Les gusta á ustedes el tipo?—Sí.—Pues á mí también. El capitán, de cuando en cuando, la miraba de reojo, y hasta creo que el buen hombre se olvidaba de todos los horizontes de los trópicos, por el pequeño cielo que constituía la risueña cara de Bertita, en la que no había mas nubes que un picaresco lunar puesto en el labio superior con más malicia que queso en ratonera. A la mitad del almuerzo, ya nos había contado quién era, adonde iba, porqué había venido, quién era su padre, su abuelo y hasta un primito á cuyo solo nombre, largó un bufido muy pronunciado un respetable y obeso señor que estaba sentado á su lado, y que á grandes rodeos—pues en esto, era lo único en que enmudecía Bertita—supimos era su esposo. Este, como le llamaba aquella, tenía una cara de todo un buen hombre; el género paciente y la clase resignada, se definían perfectamente en aquel armazón de carne, en la que brillaban dos ojillos azules, unas narices abultadas y granugientas, y una calva cercada de algunos mechones blancos, compañeros de un enmarañado y desigual bigote. Toda la locuacidad de Bertita, era mutismo en el señor D. Paco, quien se limitaba á aprobar con monosílabos los largos períodos que salían de la fresca y sonrosada boca de su esposa.

      Ocupaba la izquierda del capitán, uno de esos misteriosos seres que de cuando en cuando aparecen por las provincias del Archipiélago, llamándose unas veces alhajeros y otras naturalistas, por más que en la generalidad de los casos, sean verdaderos caballeros de industria, que á la sombra de cuatro maletas llenas de abalorios y hoja de lata, engañan la credulidad de los indios; sirviéndoles otras veces de pretexto, media docena de plantas parásitas, que ni entienden, estudian ni clasifican. Al lado de estos últimos, los hay—y yo me honro con la amistad de algunos—que recorren los bosques de este país con el afán de enriquecer la ciencia, sufriendo toda clase de privaciones, ante la satisfacción de aumentar sus herbarios. El tipo que nos ocupa, no puedo definir á qué clase pertenece. Habla poco y su acentuación señala al gascón, por más que dice es alemán; come bien, y sobre todo bebe mejor. Completaban los comensales, una pálida, mestiza china, más difícil de bosquejar que el anterior.

      Al lado de la mestiza, observaba y comía el autor de estas líneas.

      —¡Jesús, que café, capitán!—dijo Bertita, haciendo un gracioso mohín de desagrado al saborear el negro líquido que humeaba en la taza:—nunca podré acostumbrarme á estos brebajes recordando el Moka que se tomaba en casa del Ministro, el primo de este. Pues no digo á ustedes nada, del que se servía en la embajada de Rusia, ni el que se daba en las soirées de la Baronesa: ¡Jesús, Jesús, qué país! Veinte días hace que desembarcamos, y lo que es así pronto me vuelvo á mi Cádiz.

      Ya pareció aquello, dije para mis adentros, andalucita tenemos.

      —Pues no crea V. que esto es tan malo—la dije—cuando V. se instale, y lleve algún tiempo de país, le parecerá muy bueno.

      Él silbido del vapor cortó nuestra conversación, al par que nos anunciaba la llegada á Biñan. El bretón se quedó en aquel pueblo.

      Nuevamente en marcha, cada cual procuró colocarse lo mejor que pudo, tanto en la cámara como sobre cubierta.

      El vapor navegaba por la extensa laguna de Bay, madre del Pasig. Las aguas de aquella en los fuertes Sures y Nordestes, toman gran movilidad, haciéndose un tanto peligrosa la navegación en pequeñas embarcaciones. Varios naufragios registra la crónica de la laguna de Bay, y según algunos pesimistas, aquella es una constante amenaza para Manila. No conozco el desnivel que existe entre la laguna y Manila, si bien debe ser mucho, dada la situación que aquella ocupa y lo rápido de la corriente del Pasig.

      La laguna de Bay—que no sabemos qué razón hay para no darle el nombre de lago, pues aun de estos habrá pocos en el mundo que midan las grandiosas proporciones de aquella—tiene un circuito que se hace subir por unos á 35 leguas y por otros á 30. Esta laguna tiene islas, penínsulas, cabos y ensenadas, y en sus orillas, se asientan ricos y bellísimos pueblos, contándose entre ellos, el de Santa Cruz, cabecera de la provincia. La península que forman los ricos terrenos de Jalajala, y los poéticos sitios que rodean á Los Baños—pueblecito así llamado por tener unas termas de reconocidas propiedades medicinales,—son lugares que encontramos en los itinerarios de la mayor parte de los turistas. Las playas de aquel pequeño mar—pues no otro nombre debe dársele—están salpicadas de bonitos pueblos, los cuales de día en día, ven con creciente temor que las aguas van invadiendo sus territorios, fenómeno fácil de explicar, si se tiene en cuenta la cantidad de agua y arenas que arrastran las treinta y tres vías que alimentan la laguna, con la desproporción de su desagüe, que se opera por una sola, que es la del Pasig. La aglomeración de arenas, va haciendo difícil la navegación por muchos sitios, y si en un plazo corto no se establecen servicios de dragas, la barra de Napindan opondrá un poderoso obstáculo á los más reducidos calados al par que las aguas irán absorbiendo territorio. La cordillera del Bay-bay limita uno de los horizontes de la laguna, la que podría unirse con el mar Pacífico, de abrirse un canal en aquella cordillera, única barrera que se interpone entre ambas aguas.

      Á las cuatro de la tarde, después de no pocas varadas, atracamos al pantalán de Santa. Cruz.

      Hechos los ofrecimientos y despedidas de ordenanza, vino un fuerte abrazo, dado por mi querido amigo D. Manuel Junquitu, quien me esperaba en el desembarcadero.

      El resto de la tarde lo pasamos en visitar el pueblo, el cual me pareció sucio y triste. Está dividido por un río, sobre el cual se levanta un magnífico puente, construido en estos últimos años. La cárcel, hecha en pequeño bajo el modelo de la de Bilibid, de Manila; la iglesia, convento, y Casa Real, [3] son los únicos edificios notables que tiene Santa Cruz.

      Por la noche después de la cena, nos obsequió el bondadoso Alcalde D. Antonio del Rosario con una serenata que oímos desde los balcones de la Casa Real.

      Á las once, habiendo dejado todo dispuesto para seguir mi viaje, me acosté.

      Muy de madrugada fuí despertado, tomando después del indispensable chocolate, los duros asientos de una carromata tirada por dos pencos. Palo aquí y atasques allá, llegamos al cabo de hora y media á Magdalena, en donde mudamos de caballos, continuando hasta Majayjay, pueblo muy nombrado y conocido por tener en su jurisdicción la célebre cascada del Botocan.

      De Magdalena á Majayjay puede hacerse el camino en tiempo de secas en carruaje, empleando dos horas, siendo expuesta esta forma de locomoción cuando reinan las aguas, en cuya época, lo accidentado del terreno y los aguaceros torrenciales que manda el Banajao, ponen el camino intransitable. En dicho camino es notable un puente que se eleva sobre el río Olla, dedicado á Nuestra Señora de la Sacristía, según leímos en la piedra.

      En Majayjay, fuí á parar á la casa del suizo D. Gustavo Tóbler, excelente naturalista, radicado y casado en el país. Jamás olvidaré las horas que pasé al lado de aquella inteligencia verdaderamente cosmopolita, y de aquella actividad incansable. Interpretaba al piano con envidiable maestría las más delicadas melodías de Beethoven, y fotografiaba con su cáustico lápiz, ó su correcta pluma, las costumbres filipinas. El tiempo que le dejaba libre el cuidado de un magnífico cafetal, lo repartía entre el amor de su esposa, el cariño de sus hijos, el estudio, y el preparado y conservación de sus colecciones.

      Amante, hasta el delirio, de su país, vivía feliz entre las agrestes fragosidades que rodean á Majayjay, las cuales le recordaban las pintorescas montañas de Suiza. Efecto de su laboriosidad contrajo una afección al hígado, que le condujo al sepulcro siendo aún joven. Murió en Hong-kong, dejando algunos