Juan Alvarez Guerra

Viajes por Filipinas: De Manila á Tayabas


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los tonos, tipos y registros, dijo uno en son profético y concluyente:

      —Nada, caballeros, hay que desengañarse, en este país, ni las mujeres aman, ni los pájaros cantan, ni las flores huelen.

      —¡Eh!—murmuró uno con la misma viveza que si le hubiera picado una culebra.—¡Qué blasfemia ha dicho usted! En esa especie de aforismo, solo se compendia una de las muchas vulgaridades que se repiten en este país, por quien no lo conoce.

      —Que pruebe que las mujeres aman—dijo uno.—Que nos demuestre que los pájaros cantan—gritó otro.

      —Pues que justifique que las flores huelen—balbuceó un tercero.

      —Que sí, que sí, que lo pruebe, que lo pruebe, que lo pruebe,—gritamos todos.

      —Corriente, señores, dijo con gran calma el interpelado.—Allá va, no una leyenda, sino un verídico suceso: testigo de él nuestro amigo Tóbler.

      Hace unos cuantos años, bajamos el Sr. Tóbler y yo al fondo de ese abismo; y ¿saben ustedes á qué? Pues á recoger los últimos restos de una pobre mujer que buscó en el suicidio el olvido á un amor desgraciado.

      —No sería del país,—replicó uno.

      —Del país, y muy del país; tanto que no cuento detalles, porque no lejos de aquí viven parientes muy allegados de aquella desgraciada joven.

      —¡Vaya unas pruebas!—añadió un tercero.

      —¿No ha satisfecho? ¿No? pues escuchen.

      Tras estas palabras, tomó plaza, en boca de mi amigo, una poética leyenda que hacía referencia á los sitios que pisábamos, á la cascada, á un grandioso puente sin concluir que se encuentra no lejos de aquel lugar, y sobre todo á demostrar que en Filipinas las mujeres aman, los pájaros cantan y las flores huelen.

      —La leyenda que concluyo de contar,—dijo mi buen amigo, una vez que terminó aquella,—no crean ustedes es de mi invención y prueba de ello que conservo el autógrafo de su autor, el cual me lo dejó como prenda de amistad.—Oídos que tal oyen,—dije en mi interior.—Puesto que existe autógrafo, y el tenedor de él es amigo, renuncio á repetir la leyenda, reservándome pedir el original y transcribirlo punto por punto.

      El sol marchaba á su ocaso, y aprovechando los compactos nubarrones que nos preservaban de sus rayos, montamos á caballo, dirigiéndonos á Lucban, primer pueblo de la provincia de Tayabas.

      Á las seis de la tarde entramos en aquel pueblo por la calle de Majayjay, nombre que leímos en un tarjetón de madera clavado en la primera casa. Á los pocos minutos parábamos ante la maciza y claveteada puerta del convento.

       Índice

      CAPÍTULO III.

      Lucban.—Su origen.—Situación.—Mr. Jagor y Sir John Bowring en camino.—Alturas inexploradas.—Arroyos y torrentes.—Amazonas tagalas.—Datos estadísticos.—Fechas imperecederas.—La iglesia, el convento y el tribunal.—Dos cuadros.—Un cocinero municipal y una mestiza tendera.—Aguas constantes.—Higrómetros y termómetros.—Frío.—Las frondas del gran Banajao.—Artes y oficios.—La niña, la hermana y la madre.—Tejedoras.—Petacas y sombreros.—Música fuerte y música débil.—Fray Samuel Mena.—El pretil del convento.—La campana de las ánimas.—Cofradías.—La guardia de honor de María.—El Calvario.—El novenario de las flores.—Las dalagas de Lucban.—La tagabayan, la tagalabi y la tagalinang.—El feudo y el terruño.—La sangre celeste y la plebe.—La capitana Babae.—La melodía del Fausto.—Cumplimiento de una oferta.—El autógrafo.

      Lucban—como ya dejo dicho—es el primer pueblo de la provincia de Tayabas, viniendo de la Laguna. Se encuentra en una bellísima situación, á la falda del Banajao, coloso que domina un extenso horizonte. Lucban es un pueblo de gran antigüedad, y su nombre, que en tagalo significa naranja, se debe, sin duda, á que en su jurisdicción se criaron gran número de dichos frutales. Confina con Tayabas, Majayjay y Mauban, de los cuales el pueblo de Mauban es el más lejano, que dista unas cinco horas de camino, sumamente montuoso y accidentado.

      Los alrededores de Lucban presentan panoramas de los más bellos y agrestes que puede soñar la fantasía. El camino que dirige á Majayjay es indescriptible, y esto no somos nosotros solo quien lo decimos, sino que así lo asegura Mr. Jagor en sus Viajes por Filipinas, en los que, hablando del trayecto de Majayjay á Lucban, dice: «El camino va siguiendo hondos barrancos de bloques basálticos por la falda del Banajao. La vegetación ofrece una magnificencia indescriptible. A las tres horas de marcha se llega á Lucban, rico pueblo situado al NE. de Majayjay. La agricultura, á causa de lo accidentado del terreno, no es de gran consideración, pero hay bastante industria. Los habitantes tejen sombreros y petacas con tiras de hojas de una palma llamada burí. El agua corre en abundancia por los lados de la calle, abiertos como canales; todas están empedradas con una especie de macadán.»

      Sir John Bowring, al ocuparse del mismo camino y de Lucban, dice: «El Alcalde de Tayabas vino á Majayjay para invitarnos á que pasáramos á su provincia, en donde, según nos dijo, el pueblo nos esperaba con afán, y se habían hecho varios preparativos para nuestra recepción, y quedaría muy descontento si no visitábamos Lucban. No perdimos la amable invitación, y nos metimos en los palanquines que para ello prepararon, y en verdad fuimos bien recompensados. Los caminos son torrentes muy á menudo impracticables, por las muchas rocas que arrastran las aguas; algunas veces nos vimos obligados á dejar el camino para coger otro paso peor. En algunos lugares, el barro era tan profundo, que nuestros sostenedores se metían hasta las rodillas, y solo la larga práctica y la asistencia de sus compañeros pudieron sacarles del mal paso. Pero toda dificultad se vencía con aclamaciones, con espíritu alegre y festivo, risa estrepitosa, y por una espontánea y fraternal cooperación. A nuestro alrededor todo era soledad, silencio interrumpido solo por el zumbido de la abeja y el canto de los pájaros; profundos barrancos cubiertos de árboles que nunca hacha alguna ha tocado; alturas todavía de más difícil exploración, coronadas de árboles; arroyos y torrentes que forman precipicios y caídas de agua, dirigiéndose hacia el gran receptáculo del Océano.

      «Por fin llegamos á una planicie, en la cima de una montaña, en donde dos grandes literas adornadas aguardaban, y fuimos saludados por una multitud de lindas jóvenes, montadas en caballitos que manejaban con admirable agilidad. Se hallaban vestidas con los más pintorescos trajes. El Alcalde las llamaba sus amazonas, y una hermosa intérprete nos informó, en buen castellano, que habían venido á escoltarnos hasta Lucban, que se hallaba próximamente á una legua de distancia. La presencia de ellas era tan inesperada, como agradable y sorprendente. Noté que las tagalas montaban indistintamente, á uno ú otro lado del caballo. Eran excelentes jinetes, y galopaban y caracoleaban á uno y otro lado, chasqueando sus bonitos látigos. Una banda de música nos precedía, y las casas indias que pasábamos presentaban sus acostumbradas demostraciones de bienvenida. Los caminos tenían mayor número de adornos y arcos de bambúes en ambos lados. Los morteros haciendo fuego anunciaban nuestra llegada. Las amazonas usaban unos sombreros adornados con cintas y flores; todas llevaban pañuelos de piña en sus hombros, é iban vestidas con telas de fuertes colores, fabricadas en el país que aumentaban el efecto del cuadro. Tan pronto estaban delante como detrás, siendo perfectamente naturales todos los movimientos. El convento, como siempre, fué nuestro destino.»

      Hemos hecho mención de los anteriores párrafos por dos razones: la primera, porque hay gran exactitud en ellos, y la segunda, porque es de lo poquito que hay escrito respecto de la provincia de Tayabas.

      Tiene Lucban [4] 12.247 almas, de las que tributan 6.456, correspondiendo á 66 cabecerías. Dista de Tayabas, la cabecera, algo más de 12 kilómetros, siendo paso de la línea telegráfica que hoy concluye en Tayabas, pero que seguirá en breve hasta Albay.