Miguel de Cervantes Saavedra

Viage al Parnaso La Numancia y El Trato de Argel


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En esto sosegose la tormenta,

       Volvió tranquilo el mar, serenó el cielo,

       Que al regañon el zéfiro le ahuyenta.

       Volvi la vista, y vi en ligero vuelo

       Una nube romper el aire claro

       De la color del condensado yelo.

       O marabilla nueva! ó caso raro!

       Vilo, y he de decillo, aunque se dude

       Del hecho que por brujula declaro.

       Lo que yo pude ver, lo que yo pude

       Notar fue, que la nube dividida

       En dos mitades á llover acude.

       Quien ha visto la tierra prevenida

       Con tal disposicion, que quando llueve,

       Cosa ya averiguada y conocida,

       De cada gota en un instante breve

       Del polvo se levanta ó sapo, ó rana,

       Que á saltos, ó despacio el paso mueve:

       Tal se imagine ver (ó soberana

       Virtud!) de cada gota de la nube

       Saltar un vulto, aunque con forma humana.

       Por no creer esta verdad estube

       Mil veces, pero vila con la vista,

       Que entonces clara y sin legañas tuve.

       Eran aquestos vultos de la lista

       Pasada los poetas referidos,

       A cuya fuerza no hay quien la resista.

       Unos por hombres buenos conocidos,

       Otros de rumbo y hampo, y Dios es Christo,

       Poquitos bien, y muchos mal vestidos.

       Entre ellos parecióme de haver visto

       A DON ANTONIO DE GALARZA el bravo,

       Gentilhombre de Apolo, y muy bien quisto.

       El bagel se llenó de cabo á cabo,

       Y su capacidad á nadie niega

       Copioso asiento, que es lo mas que alabo.

       Llovió otra nube al gran LOPE DE VEGA,

       Poeta insigne, á cuyo verso ó prosa

       Ninguno le aventaja, ni aun le llega.

       Era cosa de ver marabillosa

       De los poetas la apretada enjambre,

       En recitar sus versos muy melosa.

       Este muerto de sed, aquel de hambre:

       Yo dixe, viendo tantos con voz alta,

       Cuerpo de mi con tanta poetambre!

       Por tantas sobras conoció una falta

       Mercurio, y acudiendo á remedialla,

       Ligero en la mitad del bagel salta.

       Y con una zaranda que alli halla,

       No sé si antigua, ó si de nuevo hecha,

       Zarandó mil poetas de gramalla.

       Los de capa y espada no desecha,

       Y destos zarandó dos mil y tantos,

       Que fue neguilla entonces la cosecha.

       Colabanse los buenos y los santos,

       Y quedabanse arriba los granzones,

       Mas duros en sus versos que los cantos.

       Y sin que les valiesen las razones,

       Que en su disculpa daban, daba luego

       Mercurio al mar con ellos á montones.

       Entre los arrojados se oyó un ciego,

       Que murmurando entre las ondas iba

       De Apolo con un pésete y reniego.

       Un sastre (aunque en sus pies flojos estriba,

       Abriendo con los brazos el camino)

       Dixo: sucio es Apolo, asi yo viva.

       Otro (que al parecer iba mohino,

       Con ser un zapatero de obra prima)

       Dixo dos mil, no un solo desatino.

       Trabaja un tundidor, suda, y se anima

       Por verse á la ribera conducido,

       Que mas la vida que la honra estima.

       El esquadron nadante reducido

       A la marina, vuelve á la galera

       EL rostro con señales de ofendido.

       Y uno por todos dixo, bien pudiera

       Ese chocante embaxador de Febo

       Tratarnos bien, y no desta manera.

       Mas oigan lo que dixo: yo me atrevo

       A profanar del monte la grandeza,

       Con libros nuevos, y en estilo nuevo.

       Calló Mercurio, y á poner empieza

       Con gran curiosidad seis camarines,

       Dando á la gracia ilustre rancho y pieza.

       De nuevo resonaron los clarines,

       Y asi Mercurio lleno de contento,

       Sin darle mal aguero los delfines,

       Remos al agua dió, velas al viento.

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