Miguel de Cervantes Saavedra

Viage al Parnaso La Numancia y El Trato de Argel


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Cisne en las canas, y en la voz un ronco

       Y negro cuervo, sin que el tiempo pueda

       Desbastar de mi ingenio el duro tronco:

       Y que en la cumbre de la varia rueda

       Jamas me pude ver solo un momento,

       Pues quando subir quiero, se está queda.

       Pero por ver si un alto pensamiento

       Se puede prometer feliz suceso,

       Seguí el viage á paso tardo y lento.

       Un candeal con ocho mis de queso

       Fue en mis alforjas mi reposteria,

       Util al que camina, y leve peso.

       A dios dixe á la humilde choza mia,

       A dios, Madrid, á dios tu, prado, y fuentes

       Que manan nectar, llueven ambrosía.

       A dios, conversaciones suficientes

       A entretener un pecho cuidadoso,

       Y á dos mil desvalidos pretendientes.

       A dios, sitio agradable y mentiroso,

       Do fueron dos gigantes abrasados

       Con el rayo de Jupiter fogoso.

       A dios teatros publicos, honrados

       Por la ignorancia que ensalzada veo

       En cien mil disparates recitados.

       A dios de S. Felipe el gran paseo,

       Donde si baxa, ó sube el Turco galgo,

       Como en gaceta de Venecia leo.

       A dios, hambre sotil de algun hidalgo,

       Que por no verme ante tus puertas muerto,

       Hoy de mi patria, y de mi mismo salgo.

       Con esto poco á poco llegué al puerto,

       A quien los de Cartago dieron nombre,

       Cerrado á todos vientos y encubierto.

       A cuyo claro y singular renombre

       Se postran quantos puertos el mar baña,

       Descubre el sol, y ha navegado el hombre.

       Arrojose mi vista á la campaña

       Rasa del mar, que truxo á mi memoria

       Del heroyco D^n Juan la heroyca hazaña.

       Donde con alta de soldados gloria,

       Y con proprio valor y airado pecho

       Tuve, aunque humilde, parte en la vitoria.

       Alli con rabia y con mortal despecho

       El Otomano orgullo vió su brio

       Hollado y reducido á pobre estrecho.

       Lleno pues de esperanzas, y vacio

       De temor, busqué luego una fragata,

       Que efetuase el alto intento mio.

       Quando por la, aunque azul, liquida plata

       Ví venir un bagel á vela y remo,

       Que tomar tierra en el gran puerto trata.

       Del mas gallardo, y mas vistoso estremo

       De quantos las espaldas de Neptuno

       Oprimieron jamas, ni mas supremo.

       Qual este nunca vió bagel alguno

       El mar, ni pudo verse en el armada,

       Que destruyó la vengativa Juno.

       No fué del Vellocino á la jornada

       Argos tan bien compuesta y tan pomposa,

       Ni de tantas riquezas adornada.

       Quando entraba en el puerto la hermosa

       Aurora por las puertas del oriente,

       Salia en trenza blanda y amorosa.

       Oyose un estampido de repente,

       Haciendo salva la real galera,

       Que despertó y alborotó la gente.

       El son de los clarines la ribera

       Llenaba de dulcisima harmonia,

       Y el de la chusma alegre y placentera.

       Entrabanse las horas por el dia,

       A cuya luz con distincion mas clara

       Se vió del gran bagel la bizarria.

       Ancoras echa, y en el puerto pára,

       Y arroja un ancho esquife al mar tranquilo

       Con musica, con grita y algazara.

       Usan los marineros de su estilo,

       Cubren la popa con tapetes tales

       Que es oro, y sirgo de su trama el hilo.

       Tocan de la ribera los umbrales,

       Sale del rico esquife un caballero

       En hombros de otros quatro principales.

       En cuyo trage y ademan severo

       Vi de Mercurio al vivo la figura,

       De los fingidos dioses mensagero.

       En el gallardo talle y compostura,

       En los alados pies, y el Caduceo,

       Simbolo de prudencia y de cordura;

       Digo, que al mismo paraninfo veo,

       Que truxo mentirosas embaxadas

       A la tierra del alto coliseo.

       Vile, y apenas puso las aladas

       Plantas en las arenas venturosas

       Por verse de divinos pies tocadas:

       Quando yo revolviendo cien mil cosas

       En la imaginacion, llegué á postrarme

       Ante las plantas por adorno hermosas.

       Mandóme el dios parlero luego alzarme,

       Y con medidos versos y sonantes,

       Desta manera comenzó á hablarme:

       O Adán de los poetas, ó Cervantes!

       Qué alforjas y qué trage es este, amigo?

       Que asi muestra discursos ignorantes.

       Yo, respondiendo á su demanda, digo:

       Señor, voy al Parnaso, y como pobre

       Con este aliño mi jornada sigo.

       Y él á mí dixo: ó sobrehumano, y sobre

       Espiritu Cilenio levantado!

       Toda abundancia, y todo honor te sobre.

       Que enfin has respondido á ser soldado

       Antiguo y valeroso, qual lo muestra

       La mano de que estás estropeado.

       Bien sé que en la Naval dura palestra

       Perdiste el movimiento de la mano

       Izquierda, para gloria de la diestra.

       Y sé que aquel instinto sobrehumano

       Que de raro inventor tu pecho encierra,

       No te le ha dado el padre Apolo en vano.

       Tus obras los rincones de la tierra,

       Llevandolas en grupa Rocinante,