Tulio Halperin Donghi

Revolución y guerra


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ya sea directamente, ya sea a través de la redistribución de población. Pero sería peligroso identificar la situación en estas zonas con la vigente en toda la campaña rioplatense: pese a una coyuntura favorable, pese a la atracción sobre las zonas pobladas de más antiguo, sólo grupos relativamente reducidos de población se incorporan a la vida ganadera de la llanura litoral. Aún más riesgoso sería interpretar esa diferenciación provocada por la devastadora presión de la nueva economía a partir de pautas culturales tradicionales como el punto de partida de un divorcio entre ciudad civilizada y campaña bárbara (es esta una consecuencia particularmente negativa de la identificación entre la vida ganadera y la barbarie primitiva, propuesta por Sarmiento y aceptada aún hoy implícitamente, con un mero cambio de signos valorativos por más de uno de los que creen haber repudiado su herencia). Por el contrario, los grandes señores de la pampa provendrán de la ciudad (donde se ha originado, antes de la expansión ganadera, su riqueza, que les abrió el acceso a la tierra); si bien se asimilan al estilo de vida rural, no por eso cortan toda relación con la vida urbana; esa relación es tanto más viva en cuanto el grupo de grandes propietarios es abierto y en él ingresan constantemente nuevos hombres adinerados de la ciudad (este proceso, nunca detenido hasta el presente, adquiere un ritmo particularmente intenso en el primer treinteno del siglo XIX). La propiedad de la tierra, la propiedad de esos centros de sociabilidad pastoril que son las pulperías (que, muy frecuentemente atendidas por un capataz, tienen por dueño a un gran señor territorial) son hechos que no sólo cuentan en lo que toca a las relaciones estrictamente económicas.

      Ese avance de población, tenido por insuficiente, fue posible sobre todo gracias al crecimiento vegetativo y a las migraciones internas. Intervinieron también otros factores: la inmigración metropolitana y la importación de esclavos.

      La inmigración –casi totalmente espontánea– contribuyó indudablemente al crecimiento litoral; no es fácil medir su influjo ya que, por una parte, los ingresos fueron en alta proporción clandestinos, y por otra los padrones no suelen discriminar –hasta después de 1810– entre españoles europeos y americanos. Testimonios impresionistas nos muestran no sólo una inmigración peninsular que se vuelca hacia los sectores mercantiles y burocráticos urbanos, sino también otra (de desertores y polizontes) que prefiere alejarse de la relativa vigilancia de la ciudad, y se orienta hacia las afueras y aun hacia la plena campaña; la importancia de esta última no es fácil de medir; por otra parte, no hace sino anticipar una corriente que se mantendrá a lo largo del siglo XIX y habrá de inquietar a los representantes de más de un país con comercio activo en el Plata, formada por marineros desertores de muy variado origen. Esta corriente, sin embargo, no parece haber influido considerablemente en el avance demográfico de la provincia.

      Mayor importancia numérica tuvo sin duda la introducción de esclavos. Esta era la solución habitual en las últimas etapas coloniales para el problema planteado por la escasez de mano de obra; es usual señalar qué razones impidieron, en el Río de la Plata, que la gravitación del régimen esclavista alcanzase