parte, el tipo de actividades a las que en las ciudades se orientaban los esclavos hacía menos interesante para sus amos el mantenimiento de la institución misma; eso explica sin duda la abundancia de emancipaciones.
Estas observaciones –en su mayor parte válidas– no deben, sin embargo, hacer olvidar la importancia que tuvo la entrada de esclavos negros como medio para obtener la mano de obra que la escasa población local no podía proporcionar. En este sentido, el Río de la Plata estaba todavía favorecido por constituir el punto de entrada de esclavos para todo el sur de las Indias españolas; la oferta de negros fue aquí abundante desde comienzos del siglo XVIII.
Y en efecto, la proporción de la población de color se eleva en Buenos Aires a lo largo de esa centuria desde el 16,5% en 1744, hasta el 25%, en 1778 y el 30% en 1807. En la campaña la parte de la población negra es más escasa, hecho que se constituye en una prueba adicional de la concentración de la riqueza mueble en actividades urbanas, porque no hay duda de que –contra lo que quiere frecuentemente suponerse– allí donde se la usó la mano de obra esclava resultó rendidora para los trabajos rurales (sobre todo para los agrícolas). En todo caso la entrada de esclavos para el Litoral en expansión del siglo XVIII no alcanzó a dar a este una proporción de población negra comparable a la de ciertas zonas del Interior, donde el período de entrada de esclavos había sido la centuria anterior: en Tucumán, en 1706, la población negra cubre un 44% del total. Pero en el Interior una alta proporción de los pobladores de color se encuentran emancipados; en Tucumán hay cuatro negros libres por cada esclavo, en Corrientes la proporción es análoga. En Buenos Aires, en cambio, hay en 1810 un negro libre por cada diez esclavos.
Ahora bien, pese a que caracterizaciones acaso excesivamente esquemáticas presentan a las actividades económicas vinculadas con la esclavitud (ya sea la trata, ya la utilización en escala importante de mano de obra servil) como propia de los sectores más arcaicos de la economía, es indudable que la gravitación de la mano de obra esclava contribuyó a debilitar el ordenamiento tradicional en las ciudades litorales; si su empleo doméstico no podía influir decisivamente en este aspecto, el artesanal era en cambio importante; ya se ha visto cómo el sector artesanal libre resistía bastante mal la concurrencia de los esclavos; en último término fue la presencia de estos –y de sus amos, políticamente influyentes– uno de los factores de peso para frustrar el surgimiento de un sistema de gremios artesanales en Buenos Aires y favorecer el triunfo precoz de la libertad de industria.
La sociedad rioplatense se nos muestra entonces menos afectada por las corrientes renovadoras de la economía de lo que a menudo se gusta presentar; por otra parte, el influjo renovador es sobre todo destructivo; está lejos de haber surgido ni siquiera el esbozo de una ordenación social más moderna. Pero a la vez, el orden tradicional aparece asediado por todas partes; su carta de triunfo sigue siendo el mantenimiento del pacto colonial; mientras este subsista, la hegemonía mercantil, que es su expresión local, está destinada también a sobrevivir. La revolución va a significar, entre otras cosas, el fin de ese pacto colonial (y a más largo plazo la instauración de uno nuevo, en que las relaciones con las nuevas metrópolis se dan de modo diferente). Este dato esencial bastará para poner en crisis la ordenación social heredada de la colonia; dicha crisis será todavía acelerada por otros aportes menos previsibles de la revolución: en cuarenta años aparentemente vacíos de realizaciones económicas se pasará de la hegemonía mercantil a la terrateniente, de la importación de productos de lujo a la de artículos de consumo perecedero de masas, de una exportación dominada por el metal precioso a otra marcada por el predominio aún más exclusivo de los productos pecuarios. Pero esa transformación no podrá darse sin cambios sociales cuyos primeros aspectos evidentes serán los negativos; el aporte de la revolución aparecerá como una mutilación, como un empobrecimiento del orden social de la colonia.
1 General Tomás de Iriarte, Memorias, t. II, Buenos Aires, Ediciones Argentinas SIA, 1944, 2ª ed., p. 70.
2 Salvador de Alberdi al Consulado de Buenos Aires: comercio activo y pasivo de Tucumán (10 de septiembre de 1805), AGN, IX, 4-6-4, ff. 69-71.
3 Bienes de don Nicolás Severo de Isasmendi, según inventario de 1802 en Atilio Cornejo, Introducción a la historia de la propiedad inmobiliaria de Salta en la época colonial, Buenos Aires, s.e., 1945, pp. 415 ss.
4 Concolorcorvo, El lazarillo de ciegos caminantes: desde Buenos Aires hasta Lima, Buenos Aires, Espasa Calpe, 1946, p. 82.
5 Informes sucesivos de Francisco Manuel Costas al Consulado de Buenos Aires, 6 de octubre de 1800, AGN, IX, 4-6-7, f. 47; 5 de junio de 1801, ibíd., f. 49; de Pedro de Ugarteche, 30 de julio de 1803, ibíd., f. 76. Pero estas cifras –sobre todo las retrospectivas– coinciden escasamente con las de los libros que registran con fines fiscales las transacciones vinculadas con el comercio de mulas. Véanse sobre esto Nicolás Sánchez-Albornoz, “La extracción de mulas de Jujuy al Perú. Fuentes, volumen y negociantes”, Estudios de Historia Social, t. I, Buenos Aires, 1966, y “La saca de mulas de Salta al Perú, 1778-1808”, Anuario del Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Nacional del Litoral, Rosario, vol. VIII, 1965, y Graciela Ibarra de Roncoroni, “Un aspecto del comercio salteño, 1788-1811”, Anuario del Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Nacional del Litoral, Rosario, vol. VIII, 1965.
6 Ob. cit. en nota 5, ff. 86-87.
7 Enrique Udaondo, Diccionario biográfico colonial argentino, Buenos Aires, Huarpes, 1945, sub voce.
8 Régulo Martínez al presidente Mitre, Salta, 27 de marzo de 1863, en Bartolomé Mitre y Jorge Adolfo Mitre, Archivo del general Mitre, t. XII, Buenos Aires, Biblioteca de “La Nación”, 1911, p. 279. Sobre Salta en la década de 1850, Víctor Gálvez (Vicente G. Quesada), Memorias de un viejo, Buenos Aires, Ediciones Argentinas Solar, 1942, pp. 357 ss.
9 José Álvarez Condarco al Consulado de Buenos Aires, Tucumán, 9 de febrero de 1796, AGN, IX, 4-6-6, ff. 6 ss.
10 Víctor Gálvez, Memorias de un viejo, ob. cit., p. 346.
11 General T. de Iriarte, Memorias, ob. cit., t. II, p. 96.
12 AGN, IX, 4-6-6, ff. 44 ss.
13 Importación de tucuyos cochabambinos en Tucumán, en informe de Salvador de Alberdi (véase supra nota 2). Precios en Córdoba en 1804, Bernabé Gregorio de Las Heras al Consulado de Buenos Aires, 27 de junio de 1804, AGN, IX, 4-6-6, f. 128. Precios en Mendoza, en 1809, AGN, IX, 4-6-5, f. 210. Exportación de lana tucumana al Perú en informe de Salvador de Alberdi al Consulado de Buenos Aires…, ob. cit. Cabe recordar la observación de Hipólito Vieytes: “Hasta el día, si lo observáis con cuidado, veréis que nuestras gentes pobres se surten de los lienzos de Cochabamba, y de las bayetas del Cuzco” (Semanario de Agricultura, 8 de diciembre de 1802, ahora en Hipólito Vieytes, Antecedentes económicos de la Revolución de Mayo, Buenos Aires, Raigal, 1956, p. 153).
14 En 1802, según la estadística publicada por Ricardo R. Caillet-Bois, “Mendoza