Hector Berlioz

Las tertulias de la orquesta


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como hemos señalado, la mayor parte del texto proviene de artículos de las siguientes publicaciones: Journal des dé­bats, Revue et gazette musicale y su Voyage musical en Allemagne et en Italie (1844). Tan sólo indicamos la fecha de aparición en prensa de algunas de las tertulias, cuando el dato sea relevante. Desde estas páginas remitimos a todo aquel lector interesado en las fuentes del presente libro, a la espléndida página web sobre Berlioz fundada, en 1997, por dos brillantes académicos y buenos amigos del autor de estas líneas, Monir Tayeb y Michel Austin: www.hberlioz.com. A ambos, por su amabilidad y su inconmensurable berliozismo, está dedicado el presente trabajo. En su sitio web, otro estudioso berlioziano, Pepijn van Doesburg, ofrece una relación exhaustiva del origen del texto de cada una de las tertulias. El trabajo de los investigadores citados, unido al de algunos colaboradores, como Pierre-René Serna o Christian Wasselin, refleja una inmensa cantidad de tiempo invertido en el compromiso berlioziano a través de dicha página, que es, sin duda, una de las más completas (si no la que más) entre las dedicadas a compositor alguno. Desde aquí, mi agradecimiento por poner a disposición del mundo entero todo ese conocimiento sobre Berlioz.

      Enrique García Revilla,

      Burgos-París, enero de 2015

      Las tertulias de la orquesta

      A mis buenos amigos

      los artistas de la orquesta

      de X*** Ciudad Civilizada

      Prólogo

      Hay en el norte de Europa un teatro de ópera en el que los músicos, que son en su mayoría gente culta, se dedican habitualmente a la lectura e incluso a la charla sobre temas más o menos literarios y musicales cada vez que se interpreta alguna ópera mediocre. No es necesario señalar que leen y charlan con frecuencia. Así pues, sobre cada atril, al lado de la partitura, hay un libro. De este modo, el músico que aparenta estar contando a conciencia los silencios, esperando su entrada, con la máxima concentración en la lectura de su parte musical, se encuentra muy a menudo embebido en las maravillosas escenas de Balzac, en los encantadores cuadros de costumbres de Dickens o incluso en el estudio de alguna ciencia. Conozco a uno que, durante las quince primeras representaciones de una célebre ópera, leyó, releyó, meditó y asimiló los tres volúmenes del Cosmos de Humboldt; otro, mientras duró el éxito de una obra verdaderamente estúpida, hoy olvidada, se organizó para aprender inglés; e incluso sé de otro que, dotado de una memoria excepcional, recitó a sus vecinos más de diez volúme­nes de cuentos, anécdotas, aventuras y noticias.

      Sólo uno de los miembros de esta orquesta no se permite distracción alguna. Totalmente entregado a su labor, activo, infatigable, con los ojos clavados en sus notas y el brazo siempre en movimiento, se sentiría deshonrado si llegase a omitir una sola corchea o a recibir un reproche sobre la calidad de su sonido. Al finalizar cada acto, sofocado, sudado y extenuado, apenas puede respirar; sin embargo, no osa aprovechar los instantes de permiso que conceden la suspensión de las hostilidades musicales para salir a beber un vaso de cerveza al café de enfrente. El temor a perderse los primeros compases del acto siguiente basta para mantenerlo clavado en su puesto. Conmovido por semejante celo profesional, el director del teatro al que pertenece le envió un día seis botellas de vino en concepto de incentivo. El artista, consciente de su valía y cargado de soberbia, lejos de aceptar el presente con gratitud, lo devolvió al director con estas palabras: «¡No necesito incentivos!». Habrá podido adivinarse que estoy hablando del percusionista del bombo.

      Sus colegas, por el contrario, no dan tregua a sus lecturas, relatos, discusiones y cotilleos, salvo en las obras maestras o cuando, en una ópera ordinaria, el compositor les ha confiado una parte principal y dominante. En este caso, una distracción voluntaria les comprometería, pues sería notada con demasiada facilidad. No obstante, nunca se pone a la orquesta entera en evidencia, porque cuando la conversación y los estudios literarios decaen por una parte, se animan por el otro lado y los oradores del ala izquierda retoman la palabra cuando los de la derecha alzan su instrumento en ristre.

      Como soy aficionado asiduo a este club de instrumentistas, mi estancia anual en la ciudad en que se encuentra establecido me ha permitido escuchar un considerable número de anécdotas y de novelas breves. Debo confesar que incluso he llegado a corresponder a la cortesía de los narradores con la lectura de una de mis propias historias. Ahora bien, el músico de orquesta es poseedor de una naturaleza contumaz, y si en alguna ocasión llegó a interesar o a hacer reír una vez a su auditorio con una palabra ingeniosa o una historieta cualquiera, pongamos por Navidad, podemos estar seguros de que para repetir su éxito por el mismo medio no esperará a fin de año. De este modo, a base de escuchar estas hermosas historias, he terminado por obsesionarme con ellas casi tanto como con las aburridas obras a las que sirvieron de acompañamiento. Por este motivo me he decidido a escribirlas e incluso a publicarlas, incluyendo como nexos entre ellas los diálogos entre narradores y oyentes. Regalaré un ejemplar a cada uno de ellos para evitar así otras responsabilidades.

      Se entiende que el del bombo no participará de mi esplendidez bibliográfica. Está claro que un hombre «profundo y trabajador» como él desprecia el ejercicio intelectual.

      Personajes del diálogo

      El director de orquesta.

      Corsino, concertino, compositor.

      Siedler, violín segundo principal.

      Dimski, primer contrabajo.

      Turuth, flauta segunda.

      Kleiner, hermano mayor, timbal.

      Kleiner, hermano menor, primer violonchelo.

      Dervink, primer oboe.

      Winter, segundo fagot.

      Bacon, viola (no es descendiente del que inventó la pólvora).

      Moran, trompa primera.

      Schmidt, trompa tercera.

      Carlo, muchacho empleado de la orquesta.

      Un señor, abonado al patio de butacas.

      El autor.

      Primera tertulia

      La primera ópera, un cuento del pasado. Vincenza,