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Akal / Universitaria / Historia antigua / 381
Ana M.ª Suárez Piñeiro
Roma antigua
Historia de un imperio global
Roma ha ejercido una influencia sin par, indeleble y duradera, en nuestras sociedades y, en paralelo, su historia y civilización no han dejado ni por un momento de cautivarnos, tanto en la esfera académica como en la cultura popular. Jamás ha perdido Roma un ápice de actualidad; además, la arqueología permite, con relativa frecuencia, descubrir nuevos hallazgos o completar hitos de una cultura que continúa deslumbrándonos.
En verdad la historia de Roma aún nos importa y sentimos la necesidad de conocerla y comprenderla, ya que somos parte de ella. Su dificultad estriba, en buena medida, en su extensión cronológica y espacial: alrededor de 1.200 años y un territorio que abarca varios continentes. Proponemos aquí recorrer un largo viaje por los acontecimientos y procesos esenciales que determinan su historia, un itinerario que arranca, a mediados del siglo VIII a.C., en una simple aldea de pastores situada en el monte Palatino y culmina en el Imperio que, tras dominar todo el mar Mediterráneo, acabó sucumbiendo, solo en su mitad occidental, en el siglo V d.C.
Desde unos orígenes tan humildes, nada hacía presagiar el futuro desarrollo de este Estado. Roma antigua desvela y detalla las claves de esta expansión extraordinariamente veloz y contundente, capaz de integrar en una nueva entidad política a las grandes culturas mediterráneas (el mundo heleno-macedónico, la cultura cartaginesa, Egipto, Siria...). Y veremos también cómo este éxito abrirá, en buena medida, el camino hacia su propia disolución.
Ana M.ª Suárez Piñeiro ha desarrollado su labor investigadora y docente primero en el CSIC y luego en la Universidade de Santiago de Compostela, en la que se desempeña en la actualidad como profesora de Historia antigua. Entre otras, ha publicado las siguientes obras: En campaña electoral por la Roma de Cicerón (2003), La crisis de la República romana (133-44 a.C.): la alternativa política de los populares (2004) y Así era la vida en la Galicia romana (2008).
Diseño de portada
RAG
Motivo de cubierta
Luperca amamantando a Rómulo y Remo; detalle de un mosaico oriental hallado en una hospedería de peregrinos de Frikya (Museo Maarat an-Numan, Siria). Fotografía de Sean Leatherbury/Manar al-Athar, procedente del archivo fotográfico alojado en http://www.manar-al-athar.ox.ac.uk
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© Ana M.ª Suárez Piñeiro, 2019
© Ediciones Akal, S. A., 2019
Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid - España
Tel.: 918 061 996
Fax: 918 044 028
ISBN: 978-84-460-4959-3
¿Puede haber un hombre tan necio y negligente que no se interese en conocer cómo Roma pasó de la nada a convertirse en la potencia que dominó Italia?
Polibio 1, 1, 5.
INTRODUCCIÓN
UNA HISTORIA NECESARIA Y POPULAR
Pocas culturas despiertan en la actualidad tanta fascinación entre estudiosos o profanos. Si nos preguntasen por qué debemos conocer la historia de Roma, enseguida responderíamos que fue uno de los mayores imperios del mundo antiguo, y que ejerció, además, una influencia transcendental sobre casi todas las naciones modernas de Occidente. Desde luego, los romanos fueron un pueblo conquistador que creó un imperio, pero, ante todo, consiguieron convertir los dominios que fueron ocupando (entre ellos las principales culturas de la Antigüedad occidental) en una comunidad, la civilización romana. Las gentes de estos territorios compartieron ideas, costumbres, instituciones, lengua o formas artísticas. Por tanto, los romanos hicieron mucho más que conquistar; no solo vencieron sino que convencieron a aquellos que fueron derrotando.
Pero, si Roma tuvo un papel protagonista en la Antigüedad, aún mayor es su relación con el mundo moderno. Cuando el Imperio se rompió en pedazos, algunos de estos «restos» dieron inicio a la formación de futuras naciones como Italia, España, Francia o Alemania. Y, así, no podemos obviar que la geografía política de la Europa occidental es deudora del mapa romano. Por otra parte, el estudio de Roma puede desvelar aspectos significativos de las raíces de instituciones actuales, como el derecho. El cristianismo fue adoptado como religión de masas en el Imperio. El latín es la base de las lenguas románicas. Muchos elementos de nuestra vida cotidiana tienen su origen en esta cultura, como los nombres de los días, meses o planetas, o hasta el propio calendario. Y podríamos seguir mencionando aportaciones imprescindibles de esta civilización.
Por otra parte, el mundo clásico, y en particular el romano, sigue siendo muy popular. Sus personajes han sido protagonistas de obras paradigmáticas de la literatura o del arte occidental, ya sea de la mano de Shakespeare o de J.-L. David. Quizá sea esta una de las etapas mejor conocidas por la población, ya que alimenta hoy en día películas, series de televisión, novelas, cómics o videojuegos. Si pensamos en un traidor, nos acordamos de Bruto; si buscamos un conspirador, aparece Catilina, y cuando ensalzamos a un orador, enseguida surge la figura de Cicerón.
Cierto es que esta popularidad en ocasiones desvirtúa la historia. Por ejemplo, uno de los elementos más intangibles de Roma que intriga y atrae a las sociedades modernas es el exceso. Hay, claro, algo de verdad en esta caracterización, como en otras, pero los romanos no fueron tan sorprendentes en este sentido como se cree. Por el contrario, por lo general, representan una sociedad conservadora y moderada, pero la imaginación popular ha creado una Roma de violencia brutal, actividad sexual desmedida, lujuria, gula, etcétera.
Es tal la atracción que ejerce esta civilización, que con frecuencia caemos en la trampa de pensar que sus gentes pueden contemplarse como una suerte de versión antigua de nosotros mismos. Como señala Mary Beard, resulta tentador comparar las oleadas bárbaras que el Imperio sufrió a partir del siglo IV con los actuales movimientos migratorios provocados por razones económicas o políticas, y en ambos casos frenados de manera inútil por muros. No obstante, estos paralelismos son anacrónicos y no cabe idealizar la antigua Roma como paradigma de civilización, riesgo acrecentado por nuestro acusado eurocentrismo. Si echamos la vista atrás, junto a grandes avances, a veces llamativos para una sociedad de su época, vemos también ciudades con graves problemas de higiene, una mortalidad altísima o una crueldad y desigualdad que hoy consideraríamos intolerables (por no hablar del esclavismo).
No obstante, hay que reconocer que Roma pasa a la historia como un exponente del multiculturalismo e incluso hay historiadores tan optimistas que reivindican su humanitas hasta vincularla con la moderna concepción de los derechos humanos. Así lo hace R. A. Bauman, quien encuentra precedentes de algunos de estos preceptos en textos de Séneca o Cicerón y en una serie de prácticas como el exilio voluntario para evitar castigos, la protección del no romano, la libertad de palabra o el bienestar social. De hecho, la protección de los no ciudadanos y la extensión de la ciudadanía le permitieron a Roma forjar un imperio