Ana María Suárez Piñeiro

Roma antigua


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otra gran referencia literaria de la época corresponde al griego Dionisio de Halicarnaso. Su Historia antigua de Roma abarca desde la fundación al comienzo de la primera guerra púnica, año 264 a.C., en veinte libros, de los que solo conocemos completos los once primeros. Ambos autores coinciden en lo esencial en sus relatos, quizá por partir de las mismas fuentes.

      A finales del siglo I a.C. situamos también al autor griego Diodoro Sículo, quien redacta una historia universal en la que se ocupa de Roma. En los libros conservados, que abarcan los siglos V y IV a.C., se incluyeron nombres de magistrados romanos por año, junto con ciertos acontecimientos.

      A caballo ya entre los dos primeros siglos imperiales encontramos a un personaje excepcional, Tácito. Este historiador, preocupado por la eficacia política, nos lega una obra entendida como un tratado de las virtudes para uso de la aristocracia. Fue un escritor riguroso en el empleo de sus fuentes, que recogió información de historiadores anteriores, memorias de personajes, testimonios orales, así como los Acta diuturna populi Romani («Crónicas del pueblo romano»), una especie de diario oficial de Roma, y los archivos del Senado. Tácito cuidó extremadamente su estilo para no solo narrar, sino también para interpretar y comentar, de manera magistral, los sucesos. En De vita Iulii Agricolae («Sobre la vida de Julio Agrícola») asoció la biografía y la monografía histórica, relatando las campañas militares y el gobierno de Agrícola en Britania, junto con la descripción etnográfica y geográfica del territorio. No obstante, las obras mayores que lo han consagrado son Annales e Historiae. En ellas rompía el esquema tradicional de la historia anual narrada desde los orígenes, o a partir de un acontecimiento bélico, y comenzaba su relato a la muerte de Nerón (Historiae), para continuar en su segundo libro volviendo la mirada atrás en el tiempo (Annales, desde la muerte de Augusto).

      En los últimos siglos del Imperio no hallamos más que historiadores «menores», así considerados en contraste con los grandes nombres de épocas anteriores. Dión Casio (siglos II-III) relató en 10 libros, en su mayoría perdidos, las guerras púnicas, aportando detalles desconocidos por autores anteriores, caso de Livio o Dionisio. Algunos escritores se dedicaron a completar la obra de otros; son los epitomistas, como Floro (siglo II), quien retomó el magno empeño de Livio, o Eutropio y Amiano Marcelino (siglo IV). Por último, la historiografía cristiana aportó un trabajo de interés de la mano de Paulo Orosio, autor hispano del siglo V, quien firmó las Historiae adversum paganos.

      Otro género histórico de gran relevancia, marcado en ocasiones por la clara intencionalidad política de sus autores, es el de la monografía dedicada a un acontecimiento particular, el commentarius. Luciano lo define como un relato en el cual el autor narra hechos de actualidad desde su propio punto de vista, aunque tratando de alcanzar una visión sinóptica del conjunto. Apiano (siglo II) ya había dividido su trabajo, centrado en los acontecimientos bélicos de la historia romana, a partir de las contiendas más significativas: guerras samnitas, guerra púnicas, guerras civiles, etc. De esta manera, al tratar los conflictos militares, tanto exteriores como domésticos, acabó redactando, en griego, una historia continua del último siglo republicano, desde el 133 al 35 a.C. En latín las principales aportaciones al género llegaron de la mano de César y Salustio.

      Salustio firmó dos grandes monografías. En la primera describió el intento frustrado de Catilina, un noble ambicioso y sin escrúpulos, de hacerse con el poder mediante un golpe de Estado durante el consulado de Cicerón (De Catilinae coniuratione). Y en la segunda narró la guerra contra Yugurta, rey de Numidia (Bellum Iugurthinum), en la que destacó el triunfo de Mario frente a la inoperante nobilitas tradicional. No podemos olvidar que Salustio, político y militar que participó activamente en la guerra civil, en el bando cesariano, es considerado el primer gran historiador romano. Fue, ante todo, un maestro en la caracterización psicológica y dramática de los personajes gracias a sus pormenorizadas descripciones y a los discursos ficticios que les atribuyó. Sus escritos plasmaron con amargura la decadencia política y moral de la República y la corrupción y arrogancia de la aristocracia. Por su parte, César, como protagonista principal de los hechos, relató sus campañas militares para conquistar las Galias, entre los años 58 y 52 a.C. (Comentarii de bello Gallico) y la guerra civil que lo enfrentó a Pompeyo (Comentarii de bello civili). Gracias a su habilidad, supo darle una aparente objetividad a sus textos mediante el uso casi exclusivo del estilo indirecto y la escasez de adornos retóricos.

      De igual modo, resulta muy valiosa la descripción que de los pueblos de la Germania (geografía física, instituciones, vida cotidiana, aspectos militares) realizó Tácito en su monografía De origine et situ germanorum («Sobre el origen y territorio de los germanos»). Como fuentes literarias, Tácito solo mencionó a César, pero habría que añadir a Plinio el Viejo y a otros historiadores y geógrafos, así como las narraciones orales que recopiló de soldados, mercaderes y viajeros que regresaban del otro lado del Rin.

      También el género biográfico nos aporta información de interés. Con una concepción ejemplarizante de la historia, encontramos, a finales de la República, la obra de Cornelio Nepote, quien elaboró biografías de grandes hombres de Grecia y Roma en De viris illustribus, título del que solo conocemos una pequeña parte, con las vidas de Amí­lcar, Aníbal, Catón o Ático. Sus trabajos reúnen colecciones de anécdotas triviales, más o menos verosímiles, junto con noticias curiosas sobre fuentes e instituciones. Ya en el Imperio, Suetonio (siglos I-II) nos ofrece doce biografías de emperadores, desde César a Domiciano, en De duodecim Caesarum vita (Vida de los doce Césares), donde combina detalles irrelevantes y anecdóticos con una descripción efectiva de la época. Todavía en la misma época, el griego Plutarco firma otro trabajo singular, Vidas paralelas, en el que confronta las biografías de grandes personajes griegos y romanos, como Alejandro y Julio César. El interés de su obra reside en el hecho de que aporta información adicional que no aparece en otros autores (por ejemplo, en sus relatos de la vida de Rómulo, Numa o Pirro). Podríamos añadir un título colectivo del siglo IV, bastante enigmático, en el que se recogen relatos biográficos de diversos mandatarios romanos, de Adriano a Carino, la «Historia Augusta» (Scriptores Historiae Augustae).

      Como hemos visto, buena parte de los datos recogidos en las obras citadas se circunscriben al ámbito de la política y de la guerra, pero poco espacio queda para cuestiones relativas a la sociedad o a la economía, por ejemplo. No obstante, no solo los historiadores propiamente dichos se afanaron por acercarse a la Antigüedad, sino que otros eruditos se dedicaron a investigar numerosos aspectos del pasado de Roma. Así, además de estas fuentes consideradas propiamente históricas, contamos con textos de otros géneros que ofrecen información de muy distinta naturaleza.

      Las comedias de Plauto (siglos III-II a.C.), así como la literatura satírica de Lucilio (siglo II a.C.), Petronio, Marcial y Juvenal (siglo I), nos ilustran sobre ciertos ambientes sociales; diversos tratados De re rustica (de Catón, Varrón y Columela, entre los siglos II a.C. y I) nos permiten acercanos a la economía agraria; ciertos aspectos sobre las instituciones políticas son conocidos gracias a léxicos de Terencio Varrón (siglo I a.C.), De lingua latina, o P. Festo (siglo II), De verborum significatu. También a Varrón corresponde la fijación del sistema cronológico romano que se convirtió en convencional, situando la fundación de la ciudad en el año correspondiente a nuestro 753 a.C., los primeros cónsules en el 509 a.C. y el saqueo de los galos en el 390 a.C. En su Geografía, magna obra en 27 tomos, Estrabón (siglos I a.C. y I) describió todo el mundo conocido, dando detalles curiosos, en un compendio de información geográfica de la época. Del mismo modo, una obra singular por su carácter enciclopédico, la Naturalis historia de Plinio el Viejo (siglo I), aportó informaciones muy valiosas sobre geografía, administración, economía, etcétera.

      Otros grandes nombres de las letras latinas merecen ser citados aquí. Cicerón (siglo I a.C.) defendió ya la importancia de conocer el pasado; ciertamente, lo juzgaba esencial tanto para el orador como para el estadista. Parece que proyectó escribir una historia de Roma, pero no cumplió su plan. Al valorar los trabajos de Catón, Nevio y Ennio, o la inmensa literatura analística, Cicerón no hallaba en ninguno de ellos la auténtica cualidad de la historia. En su opinión resultaban ilegibles las interminables obras que abarcaban la historia romana desde los orígenes, y él prefería el relato de los sucesos de su época. A los analistas les reprochaba escribir sin