Theodor W. Adorno

Sobre la teoría de la historia y de la libertad


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a la confrontación con los hechos, puede justamente conducir realmente a sistemas demenciales como, digamos, la deducción del destino histórico de los seres humanos, de la división en pobres y ricos y cosas similares, sobre la base del principio racial, como fue realizado ya en el siglo XIX, por ejemplo, por Gobineau.33 En la dialéctica no se trata, pues, de renunciar al concepto de factum en favor de la mediación, o de hipostasiar la mediación, sino solo de decir que la propia inmediatez es algo mediado; pero que en ella es preciso retener también la inmediatez. Damas y caballeros, lo que les digo aquí, y que posiblemente les parezca, en un primer momento, como si fuera un capítulo de una lógica dialéctica o especulativa, posee la relevancia más inmediata para el tema del que nos ocupamos en esta lección. Pues si aquí nos ocupamos, en una amplia medida, de la relación entre lo universal y lo particular, entre la corriente histórica y la individualidad, entonces la individualidad allí posee, naturalmente, frente a aquella tendencia preponderante, frente a aquella corriente preponderante, justamente siempre algo de aquella inmediatez de la experiencia humana individual de la que les hablé. Y si, como se pondrá al descubierto en el curso de esta lección, se retiene aquí este concepto de lo particular justamente en oposición a lo universal por el hecho de que lo universal, en su forma actual, no es un universal verdadero, entonces el fundamento para un procedimiento tal reside en que, aunque se sabe que el individuo es él mismo una forma de manifestación, que la propia individualidad es una categoría histórica, igualmente hay que saber que esta categoría producida, devenida no puede ser simplemente pasada por alto; que, por el contrario, la inmediatez de la individualidad –es decir, del ser individual que se conserva con vida– es un momento en la dialéctica tanto como lo es la universalidad preponderante; justamente es solo un elemento, que no debe ser hipostasiado abstractamente, como tampoco debe serlo, por otro lado, la universalidad. Esta es la razón de por qué abordo este punto.

      Como quiera que sea, para el modo de ver dominante, en todo caso, ocurre que el contexto preponderante, e incluso el mayor, que no puede ser captado inmediatamente, digamos, por los informes fácticos, es considerado una construcción y, de esa forma, de acuerdo con la división del trabajo, es consignado a la filosofía y al ámbito de las controversias; en cierto modo, es relegado por la conciencia científica general a la condición de una especie de salsa, o a una especie de último capítulo en la exposición de la historia que no debería ser considerado incluso con demasiada seriedad. Un ejemplo de esto es el libro de Simmel sobre filosofía de la historia,34 del que les he hablado ya varias veces.35 En esa obra pareciera como si toda especulación sobre la filosofía de la historia, e incluso, en el fondo, toda construcción conceptual acerca de la historia, fuera caracterizada como una estilización subjetiva sin duda inevitable, pero expuesta a todos los riesgos de la relatividad. Este modo de ver –que se encuentra, por lo demás, de manera extremada en el libro de Theodor Lessing sobre La historia como asignación de sentido a lo carente de sentido,36 que quisiera recomendar, de todos modos, a la atención de ustedes como un libro muy curioso en su género, exponente de una filosofía de la historia negativa–, esta concepción me parece ser la que, de hecho, hay que criticar. En relación con esto quisiera anticipar que el así llamado idealismo de un semikantiano como Simmel y el idealismo absoluto de Hegel se diferencian hasta en lo más íntimo y que, justamente en la construcción de la historia, desembocan en lo opuesto; y, por cierto, de manera paradójica, justamente de modo que, allí, la construcción hegeliana de la objetividad del proceso histórico es mucho más realista, en el sentido de que a esta objetividad se le atribuye mucha más validez real que la que se le asigna en Simmel. Para la crítica de esta teoría de Simmel quisiera decirles que, en este, toda la problemática, tal como apareció en la gran filosofía, de un modo, por lo demás, característico del final del siglo XIX y el comienzo del XX, se desarrolla dentro de aquello que, para la gran filosofía, entra dentro del concepto de constitutum; que, pues, los auténticos problemas de constitución, tanto de los objetos como de la verdad, en esta filosofía no son planteados radicalmente, sino que, en realidad, las consideraciones se desarrollan en un mundo ya constituido, en que seres humanos ya constituidos se relacionan con objetos del conocimiento ya constituidos; y en ese mundo son examinadas, a continuación, estas formas de relación, de manera análoga, por ejemplo, al modo en que la así llamada economía subjetiva, la economía de la utilidad marginal,37 analiza las relaciones de intercambio dentro de la sociedad de intercambio ya constituida, pero sin indagar en absoluto la constitución de la relación de intercambio, es decir, su propio sentido objetivo. En el fondo, en estas consideraciones de Simmel, más allá de todas sus sutilezas, se trata de indagar irreflexivamente cómo se relaciona una conciencia existente con hechos ya existentes.

      Ahora bien, a esto habría que responder –y quiero circunscribirme realmente, en esta crítica, solo a la quintaesencia; únicamente con vistas a acercarlos a nuestro problema también desde esta perspectiva–: aquello que, de acuerdo con su teoría, es lo derivado, es decir, lo que solo se debe a la conciencia que conoce, es decir, la corriente histórica, la tendencia histórica, la dinámica de la historia que se realiza pasando por encima de los seres humanos, es en verdad algo objetivamente constitutivo. Justamente, la objetividad de la historia, en la que viven los sujetos individuales, tiene la supremacía sobre todos los sujetos que, de acuerdo con Simmel, han de ser los encargados de estilizar la historia. En toda esta filosofía, pues, cabe presumir una especie de ὓστερον πρότερον de carácter metódico. Yo diría que esto pertenece a las experiencias que han producido los procesos históricos de nuestra propia era –Simmel murió en 1918; en realidad ya no pertenece, pues, a nuestra época–, mientras que él se relaciona todavía con la historia un poco como en la broma del Fausto de que allá lejos, en Turquía, los ejércitos combaten entre sí.38 Entonces, lo que es posible estilizar muy bien y contemplar como una especie de colección de porcelana en una linda vitrina ha llegado, entretanto, a acosar a los seres humanos a tal punto que, frente a esto, aquella representación del investigador que estiliza soberanamente las cosas y elige de acuerdo con su propio gusto y su propio interés se ha convertido, justamente, en aquel mito por el cual Simmel tomó, en los buenos tiempos del pasado, a la tendencia objetiva de la historia. Solo es posible, en realidad, experimentar de manera adecuada la objetividad de la historia, frente a las presuntas estilizaciones subjetivas, desde el momento en que uno se conoce a sí mismo como potencial víctima; y esto solo se ha vuelto realmente posible de este modo, para el ser humano individual, a partir de las guerras y de las formas de dominio totalitarias. Pueden ver en esto, pues, hasta qué punto tales constelaciones históricas se trasladan también a nuestra propia relación reflexiva con la historia misma. El sistema de una sociedad en una situación dada y, ante todo, la dinámica inmanente a este sistema tienen la supremacía incondicionada sobre los sujetos que lo conocen y portan, según Simmel, sus categorías históricas primarias. Y quisiera incluso ir más lejos y decir: como, en general, las experiencias históricas ejercen una especie de efecto retroactivo, así ocurre también con esta; es decir, aquella prioridad valió también, en verdad, en la fase de Simmel y no llegó a hacerse visible solo a causa de la aparente distancia del observador respecto de los acontecimientos históricos. Si en la tesis del realismo ingenuo –tal como la ha defendido el materialismo en su así llamada forma vulgar– hay un momento de verdad también de acuerdo con la reflexión epistemológica, tal momento reside exactamente en este punto. En esto han pensado esencialmente los materialistas dialécticos que defendieron la realidad de la sociedad en contra del subjetivismo psicológico. Y su error fue solo que intentaron expresar eso con medios epistemológicos, con lo cual cayeron entonces en la afirmación dogmática del ser en sí de la historia, sin haber en realidad reflexionado, a la vez, sobre los problemas de constitución de los que les hablo justamente ahora. Quisiera decir esto a fin de salvar honrosamente aquellos escritos en varios aspectos vulgares –así llamados vulgares– y epistemológicamente ingenuos que, en realidad, aparecen de un modo totalmente diferente a la luz de una autorreflexión y autocrítica justamente propia de la epistemología tradicional, de orientación subjetiva. Y también frente a Hegel sería, naturalmente, insostenible la tesis vulgar, la tesis no menos vulgar, por ejemplo, acerca de la constitución meramente subjetiva de la historia.

      Incluso la resistencia del sujeto frente a las categorías que le han sido prescriptas está mediada en sí por esas categorías que le fueron prescriptas, a las que él está sujeto.