Theodor W. Adorno

Sobre la teoría de la historia y de la libertad


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mismos en un velo; es decir que, por su parte, ellos refuerzan la apariencia. Les proporcioné la necesaria reserva frente a esto en la apología de la inmediatez que les expuse en la última clase. Pero ahora quisiera desarrollar con más detalle ante ustedes la perspectiva que les expuse, y con ella, si ustedes quieren, la crítica inmanente del positivismo, que bajo un aspecto positivista –a saber: la captación de lo efectivamente esencial–, se vuelve en contra del concepto de factum o lo limita. Y quisiera ante todo volver más concreto para ustedes el concepto de factum, pues, si se defiende ya la posición de que no se quiere hacer la distinción usual entre las así llamadas estructuras universales, que han de ser tratadas por la filosofía, y el contenido histórico concreto, yace ya en esto la obligación de sumergirse uno mismo en esos contenidos. Hegel ha honrado de manera ejemplar esa obligación y, si no quiero igualmente honrarla, esto de hecho solo ocurre porque aquí debo intentar comunicarles a ustedes ciertas reflexiones muy fundamentales, pero no porque haya recaído, de acuerdo con el cómo del pensamiento, en un idealismo al que cuestiono de acuerdo con su qué, su quidditas. Ante todo, que los hechos se conviertan en velo es, por su parte, una función del creciente poder de las totalidades; poder que, en cuanto invisible, degrada los hechos a epifenómenos. Quiero decirles con esto que cuanto menos existe realmente, en el mundo en que vivimos, una verdadera dialéctica entre lo universal y lo particular, cuanto más lo particular se define como un mero objeto de la universalidad, sin poder hacer mucho en relación con esta, en una medida tanto mayor se convierten los así llamados hechos, lo individual –tanto de acuerdo con su autocomprensión como de acuerdo con el efecto que tienen sobre otra conciencia–, en un velo ante aquello que en realidad es. Si en este contexto debo quizás remitirlos a las consideraciones sobre la degradación en general de lo concreto a una apariencia frente a la universalidad, como se encuentran ante todo en la pieza “Título”, que aparecerá en el tercer volumen de las Notas sobre literatura y que entretanto podrán hojear en Akzent,42 dispénsenme de explicarles esta idea como acaso lo habría merecido en sí. Pero creo que puedo hacer un poco más de justicia a la economía de tiempo de esta lección exponiéndoles, en la medida en que pueda, solo aquellas cosas que no he publicado ya en algún lugar; y, en aquellos casos en que existen consideraciones ya publicadas como puntos de apoyo para estas reflexiones, remitiéndolos a esas publicaciones. Esta es la única razón; y no por ejemplo que creyera que cada línea que escribo tenga que haber sido leída. Esta es una exigencia que, por ejemplo, Karl Kraus ha podido hacer por razones muy específicas; sentiría como una arrogancia si quisiera yo también hacerla. Me refiero, pues, a que solo aquellas especulaciones que penetran la realidad externa; que muestran, pues, lo que se desarrolla realmente, lo que se desarrolla esencialmente detrás de la facticidad que se realiza, le hacen justicia a la realidad –para decirlo con el término corriente, procedente del psicoanálisis–; solo da auténticamente con la realidad y su experiencia aquello que no se contenta con el carácter inmediatamente dado de la experiencia. En esa medida puede decirse que lo especulativo sigue siendo él mismo un momento de la experiencia.

      Ahora quiero aclararles esto: si uno pertenece a comisiones de algún tipo, de las cuales –ya sea en los hechos o solo en la imaginación– dependen decisiones importantes, en el caso de que uno posea realmente un órgano para ello; en el caso, pues, de que uno no se disuelva perfectamente desde el vamos en aquello que se encuentra ya en curso, y firme lo que está ya en curso, experimenta, con apremiante regularidad, que lo peor y lo más vil se impone frente a lo mejor y lo humanamente más digno. Y esta es una experiencia primaria; si bien aquello que aquí se muestra inmediatamente, con toda certeza, no es algo tal como “lo malo” y “lo mejor”, sino un encadenamiento infinitamente diferenciado de motivaciones individuales, emociones individuales, procesos individuales, en los que ante todo se expresan, en realidad, cosas totalmente diferentes, en que se presentan en la conciencia cosas totalmente diferentes de las categorías de las que les hablé recién. Sin embargo, esto –el hecho de que, por ejemplo, en controversias de carácter político personal existe una tendencia forzosa, no a que el peor discurso se torne más fuerte que el mejor, sino a que el peor hombre ocupe el lugar que correspondía al mejor– es una experiencia a la que uno no puede sustraerse, como ocurre con cualquier otra experiencia individual. Y uno necesita de un concepto ya preparado de experiencia, que se limite solo a los acontecimientos inmediatos, si quiere mantenerse apartado de tales experiencias.43 Ahora bien, naturalmente, uno no puede limitarse a estas experiencias, sino que debe preguntar cómo ha de volverse plausible que el estado de cosas realmente se grabe en la experiencia de la cual les hablé, y en relación con la cual quisiera dar por supuesto que también ustedes, si se liberan de representaciones estereotipadas, de alguna manera habrán hecho esa experiencia; y, si aún no lo han hecho, porque felizmente no pertenecen todavía a ninguna comisión, entonces temo tener que vaticinarles que todos alguna vez pensarán en esto que les dije acerca de estas cosas; a menos que consigan eficazmente reprimirlas, y quisiera impedirles que lo hagan, en la medida de lo posible. Para hacer esto plausible, quisiera desarrollar con ustedes una serie de consideraciones más concretas. Ante todo, lo mejor es, en general, incluso lo más productivo, lo nuevo, lo que no coincide ya en absoluto con la opinión establecida de los grupos; esto se torna desde el vamos sospechoso y, por cierto, justamente allí donde hay grupos y donde existe una opinión colectiva más o menos fija. Pero la resistencia de lo mejor contra lo conformista se compromete a sí misma de manera casi ininterrumpida por el hecho de que aparece como infracción contra cualquier clase de regla de juego vigente. Tomen, por ejemplo, el caso de un joven erudito que, como se dice, está “expuesto a debate” en algún lugar; entonces este joven erudito, si es realmente alguien, si tiene una opinión independiente, si no piensa solo en su carrera y si, ante todo, dispone de la libertad espiritual frente a aquello que le ocurre, entonces él, si escribe críticas, en estas no escribirá que tal o cual obra representa, a su vez, una contribución importante a la ciencia en cuestión, como ocurre casi universalmente hoy en día con las necedades críticas; por el contrario, le pondrá, dado el caso, el cascabel al gato, y acerca de un libro trivial y aburrido dirá también que es trivial y aburrido. Se expondrá de inmediato a que se le diga que un tal tono polémico, que, pues, dice realmente lo que corresponde, es maleducado, es inconciliable con la tradición académica y con Dios sabe qué otras cosas. Y en las comisiones, esta objeción encontrará, en general, una recepción favorable; es decir: el que se aparta, a través de la mera forma en que lo hace, ya se encontrará comprometido. Aquellos entre ustedes, por ejemplo, que son candidatos a la docencia o algo similar, y que participan de reuniones de docentes, podrán exponer muchas experiencias análogas. A esto se agrega el hecho de que siempre aquello que es diferente del consenso, por razones que no puedo analizar ahora –en parte, porque los recursos de que dispone el individuo que se opone siempre son menores que los que tiene la mayoría compacta–, no solo está en una posición superior respecto de aquello a lo que se opone, sino que, desde ciertas perspectivas, está también en una posición inferior. He expuesto esto en mi análisis de las categorías de la así llamada vida musical oficial, en la Introducción a la sociología de la música,44 en relación con un estado de cosas muy específico; pero creo que se trata aquí de una situación muy general.

      Quizás deba agregar aquí, en relación con el método: las consideraciones que planteo en este momento recuerdan, en cuanto a la forma, un poco a eso que se llama sociología formal. Encontrarán, por ejemplo, consideraciones de esta clase en ciertos trabajos de Georg Simmel, como la Filosofía del dinero,45 o la así llamada gran Sociología.46 La diferencia, con vistas a retener esto, es solo que cuando formulo tales consideraciones sociales formales, aparentemente formales, las estructuras a las cuales las remito son siempre ya estructuras que, sin duda, son de naturaleza formal en cuanto fenómenos, tal como se les presentan a ustedes, pero detrás de ellos, si se los persiguiera, se encuentran justamente estados de cosas sociales como, por ejemplo, el control del pensamiento por parte de los grupos dominantes más poderosos pertinentes en cada caso. La sociología formal y, de un modo similar, pues, también la construcción formal de la historia, diría yo, es legítima en la medida en que, en las categorías formales –que aparentemente son invariantes, que uno puede encontrar una y otra vez, sin referencia a un contenido social determinado–, en realidad hay contenido sedimentado; porque en ellas, de hecho, se esconden las relaciones de dominio y, finalmente, justamente aquel dominio de lo universal