© Plutón Ediciones X, s. l., 2020
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I.S.B.N: 978-84-18211-07-2
A Elías, Noé
y Elizabeth,
que son la misma persona
y ejemplo directo
de reencarnación.
Prólogo
¿Qué significa vivir?
La existencia trasciende lo que conocemos por vida. La materia, el cosmos, el tiempo y el espacio perduran mucho más allá que nuestra conciencia de estar aquí y ahora, es decir, de estar vivos, y, sin embargo, a menudo nos preguntamos qué significa esto de ser y estar vivos.
No son pocos los filósofos y las religiones que se han hecho esta pregunta, y aunque nos vemos, nos sentimos y nos percibimos, no acabamos de darnos a nosotros mismos una respuesta satisfactoria.
Calderón de la Barca nos diría que la vida es sueño, Buda que es una experiencia de ascenso hacia el Nirvana, Homero que es un espacio donde los dioses nos permiten buscar la gloria para poder trascender, o bien, para caer en el olvido y la tristeza eterna.
Hay quien piensa que, dado el estado en que hemos tenido al mundo en los últimos doce mil años, con guerras, hambre, maldad, abuso, engaño, a pesar de las maravillas de la Madre Naturaleza, esto no puede ser más que una cárcel, un infierno diseñado para el castigo y el oprobio, del cual no podemos escapar ni física, ni mental ni espiritualmente.
Nuestra tecnología avanza a pasos agigantados, pero seguimos sin poder abandonar el planeta. El espacio es un lugar hostil para nosotros, nuestros cuerpos no están hechos para viajar por el espacio, y nuestras naves son primitivas y limitadas ante la inmensidad del espacio, por no hablar de las diferencias espacio temporales que convierten en un sinsentido superar la velocidad de la luz.
Estamos atados a la Tierra, al menos de momento, y los sistemas sociales que hemos implementado, jerárquicos y basados en el poder de unos pocos ante la miseria moral y material de muchos, parecen dar la razón a los que piensan que esto es una cárcel, una prisión donde los malos y los poderosos hacen de las suyas sin importarles la vida, la muerte y la suerte del resto de la humanidad.
Nuestra alma y nuestro espíritu no parecen más libres que nuestro cuerpo, y mucho menos en un sistema de reencarnaciones, 144 por lo menos según el hinduismo, que marcan el tiempo de la condena, en un tiempo sin tiempo, donde pasado, presente y futuro se encuentran en una misma línea de la espiral kármica, que abre y cierra puertas de nacimientos y renacimientos en cualquier punto de la existencia del universo, con lo que usted puede morir hoy y renacer en el Medievo o en la Era de las Cavernas sin poder escapar a su destino.
Venimos del pecado y al pecado vamos, según el cristianismo primitivo, sin más posibilidad que la de ser salvados independientemente de nuestro comportamiento en esta Tierra. Creamos o no creamos, píos o impíos, nos salvaremos si así está escrito, o nos condenaremos si no lo está. Venimos a un valle de lágrimas y estamos destinados al infierno o la nada si no fuimos elegidos desde antes de nacer, y la ilusión de tener fe o de seguir o emular a una figura divina, no salvará a nuestra alma ni a nuestro espíritu.
Nuestra mente crea e inventa, interpreta e infiere, calcula y razona, fantasea y modela todo tipo de verdades y realidades, que por objetivas que sean siempre terminan siendo subjetivas. La nada, apetecible en el taoísmo, es aberrante para nuestra mente.
Sabemos que somos proteínas parlantes, genes egoístas, fenómenos bióticos, animales mamíferos que estamos en un globo de agua y tierra que gira alrededor de una estrella enana en el brazo de una galaxia, pero en realidad no sabemos ni quiénes somos, qué somos, dónde estamos y hacia dónde vamos. Sabemos mucho, o creemos que sabemos mucho, cuando en realidad sabemos muy poco, casi nada.
Nuestro cuerpo físico es independiente de nosotros en muchos sentidos, y nuestra mente acumula sus propios recuerdos y hace funcionar al organismo sin que nosotros tengamos consciencia de ello. Descartes distingue a ese cuerpo físico como un ser mecánico que está unido a nuestra alma, o conciencia, por medio de la glándula pineal, pero que puede funcionar en todos los sentidos sin tener en cuenta lo que pensamos, sentimos o creemos, de la misma manera que podemos pensar, sentir y creer sin tener en cuenta a nuestro organismo ni el estado en que se encuentre, sano o enfermo, funcional o disfuncional, con el único límite de la muerte física.
Mientras tanto, vivimos, somos y estamos aquí y ahora con todas nuestras miserias y con todas nuestras grandezas, vida tras vida, porque, como bien dice la autora del libro, una vez no basta, una sola vida no es suficiente para comprender algo de esta existencia tan rara y maravillosa que experimentamos día a día.
¿Dónde estábamos antes de nacer? ¿A dónde iremos cuando esto termine? ¿Nacemos una y otra vez, o solo tenemos una oportunidad, una sola experiencia vital y después viene la nada? ¿Qué significa realmente vivir?
Hay muchas miles de preguntas al respecto, y no faltan teorías curiosas, como la de que estamos en una cárcel planetaria, aunque en realidad solo intuimos vagamente lo que puede ser todo este misterio de la vida, la muerte y la existencia.
La reencarnación es un tema apasionante contemplado por todas las religiones en sus orígenes, aunque algunas, por cuestiones jerárquicas, hayan desechado el tema o lo hayan vinculado con otro tipo de renacimiento, elevación e incluso castigo eterno, para ilusionar y contener a sus feligreses.
Janice T. Wicka nos presenta una visión fresca y diferente de la reencarnación, donde no hay premios ni castigos, ni jerarquías ni falsas promesas, apartándose de los típicos tópicos sobre nuestra presencia en este hermoso y misterioso planeta, dándonos ideas para construir nuestra propia realidad y no la realidad impuesta.
“La vida es solo un breve espacio de tiempo entre eternidades”, dice el poeta, y la sabiduría mágica de Janice recoge la frase para intentar desvelar qué hay antes y después de esta vida, sin miedos y sin establecer falsas promesas.
Disfrute de su lectura.
Jay Tatsay
Introducción
Una vez no basta
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
Calderón de la Barca
Y a veces una sola vez puede ser demasiado.
Mi nombre es Janice T. Wicka, tengo por lo menos la edad del universo, así que puedo ser eterna o haber surgido con el famoso Big Bang, y voy a seguir existiendo hasta el final de los tiempos, reencarnación tras reencarnación aunque solo sea en forma de partícula o subpartícula elemental en el maravilloso y desordenado plano cuántico, lo mismo que usted que me está leyendo.
No sé qué va a ser de mi conciencia, de mi ego, de mi personalidad, de la persona que creo que soy ahora, hoy, en esta vida, pero intuyo que llegará el momento en que no me preocupe por mi construcción social identitaria, mi nombre o mi reflejo en las fotografías o en el espejo.
Puedo ser una