Janice Wicka

El gran libro de la reencarnación


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tipo de familia, país, época y experiencias por las que desea pasar en esta vida, por buena o mala que pueda parecerle en este momento.

      En este sentido el albedrío empezaría desde antes del nacimiento.

      La libertad de ser y estar, la libertad de elegir, la libertad de experimentar y pasear por este maravilloso planeta, sin injerencias de poderosos o divinidades que nos manipulen a su antojo.

      La libertad marea, da miedo, y muchos prefieren entregarse a una creencia antes de asumir la responsabilidad de su propia existencia.

      La unión de las consciencias para formar un solo ser

      Dentro de la tradición semítica que recorría buena parte del Mediterráneo hace más de dos mil años, el esperma masculino ya tenía vida en sí y era un bien sagrado que no se debía verter en tierra, mientras que en el África subsahariana se creía que con el semen se podía fertilizar los campos, y más de un grupo humano hacía literalmente el amor con la Madre Tierra. Tanto en uno como en otro sentido, el esperma estaba vivo, era sagrado y tenía propósito y conciencia: crear vida.

      La unión de las conciencias

      Los óvulos, en forma de esperma femenino, o menstruación, también contenían vida, señalaban la edad y las etapas fértiles de la mujer, y se les consideraba mágicos, capaces de influir en el comportamiento de quien los ingiriera.

      Con la llegada del patriarcado a ultranza, los óvulos femeninos pasaron a ser negativos y receptivos, y el semen adquirió visos de poder.

      Las cosas han cambiado mucho desde entonces, pero en ambos casos la idea de una vida consciente material antes de la concepción y el nacimiento ya se encontraba en el semen y en los óvulos. Muchas recetas mágicas los siguen incluyendo en sus pócimas, e incluso la cosmética hace uso de ellos desde tiempos inmemoriales.

      Cuando se unen, cuando el esperma penetra en el óvulo sucede el milagro de la concepción y comienza el camino hacia la vida.

      Justo en ese momento, se cree en algunos círculos esotéricos, el alma y el espíritu se asientan y se da inicio a la formación del cigoto y sus divisiones. Para otros no es sino hasta los catorce días, o dos semanas, cuando la unión de las conciencias tiene lugar, y ya es una persona con vida lo que hay dentro del vientre de la madre.

      La consciencia femenina en forma de óvulo es el receptáculo del alma.

      La consciencia masculina en forma de espermatozoide es el receptáculo del espíritu.

      En una hay amor, sensaciones, emociones y sentimientos.

      En la otra hay voluntad de ser, estar y existir.

      Las dos son igual de importantes, porque las dos son indispensables para la creación de la vida, su preponderancia posterior no depende de su inicio, sino de algo previo que se manifestará más adelante y que nosotros conocemos como género o sexo, ya sea masculino, femenino o andrógino.

      Estadísticamente, nacen un 51% de mujeres, un 48% de hombres y un 1% de andróginos, es decir, de personas con ambos sexos, y es posible, aunque difícil de constatar y de probar, que el alma y el espíritu que se unen en el cigoto ya tienen elegida su sexualidad desde mucho antes, pero de eso hablaremos en el capítulo siguiente.

      Esas dos existencias, con sus conciencias propias, se funden en una sola, en un ser complejo, un organismo extraordinario, con mente, cuerpo, alma y espíritu, todos unidos y, paradójicamente, cada uno independiente del otro.

      Un solo ser con cuatro cuerpos, o cuatro seres dentro de una misma expresión vital.

      Si pensamos en los cromosomas, los 24 pares que se duplican y complementan, tendríamos cuarenta y ocho conciencias más, y si hablamos de la cadena de ácido desoxirribonucleico, o ADN, las conciencias independientes y complementarias serían aproximadamente treinta y seis millones.

      El paquete básico es el femenino.

      Todos somos hembras hasta que se decide genéticamente el sexo que se va a ostentar más tarde, ya sea femenino, masculino o andrógino, por lo que las hembras o son varones mal desarrolladas, como se creía en la antigüedad, sino que los varones son hembras con los ovarios como testículos y el clítoris como pene, capaces de amamantar a una criatura si es necesario, pero sin la posibilidad de parir, con lo que los varones serían hembras inconclusas desde el punto de vista biológico, con tendencia a desaparecer dentro de algunos miles de años.

      Pero más allá de los datos biológicos, la fusión de todos los elementos y de todas las conciencias posibles, el resultado final será un ser vivo único e irrepetible, alguien que no sabemos de dónde viene ni que experimentará los placeres y los sufrimientos de este mundo en carne propia, y que dejará el cuerpo que ocupa para reencarnarse o para ir a donde tampoco sabemos con certeza, cielo, infierno, más allá, limbo o lo que sea, transformándose en algo que desconocemos, en una nueva consciencia, en un nuevo ser.

      Tal parece que de una o de otra manera, tanto al nacer como al morir, las almas se parten en dos para volver a ser un único espíritu.

      La vida dentro del vientre

      Dentro del vientre de la madre, el bebé, a las seis o siete semanas, es decir, a los tres meses de gestación, ya tiene vida propia y se le puede considerar una persona con todos sus potenciales físicos y psíquicos, que piensa, sueña, siente , imagina, se educa, y va conformando su carácter y personalidad. Incluso hay quien señala que ya poseen memoria y recuerdos ancestrales, y no solo de la existencia espiritual, sino todo un conocimiento filogenético que le aportan sus antepasados, es decir, que en sus genes hay un nutrido bagaje de información que le acompaña desde la formación de sus células nerviosas hasta su muerte, y que a su vez transmitirá a sus descendientes, si es que los tiene.

      De las cuatro semanas a los 4 meses

      El vínculo con la madre es necesariamente muy fuerte, pues el bebé permanecerá dentro de ella nueve meses, y de ella comerá, sentirá y escuchará.

      Reirá con la madre.

      Llorará con la madre.

      Oirá a la madre por dentro y por fuera.

      Absorberá sus nutrientes.

      Padecerá sus miedos y sus angustias.

      Gozará de sus alegrías, y por supuesto, recibirá todo su paquete genético, con las fortalezas y debilidades, traumas y éxitos, potencias y hasta enfermedades.

      El vínculo con el padre no será el mismo, pero también lo escuchará y percibirá sus buenas y malas vibraciones, su presencia y su ausencia, su cariño o su rechazo, y, al igual que con la madre, recibirá toda su carga genética y toda su memoria ancestral biológica y vivencial, tanto en lo positivo como en lo negativo.

      Si la pareja se lleva bien, el bebé lo percibirá.

      Si la pareja discute, pelea o se lleva mal, el bebé lo percibirá.

      Si hay amor, lo disfrutará.

      Si no hay amor, lo sufrirá.

      Si es querido y esperado, lo sabrá.

      Si no es querido, percibirá el rechazo.

      El ambiente externo, más allá del padre y de la madre, también le afectará, y le ayudará a crecer y a desarrollarse, o le influirá negativamente.

      Su corazón late, su mente reacciona ante los estímulos, duerme y sueña, pero, ¿con qué sueña? ¿Cuál es el contenido de sus aventuras oníricas?

      Sueña acaso con su futuro en este mundo o con la familia que ha escogido para nacer, o quizá solo con sonidos y sensaciones.

      Tal vez aún recuerda su vida pasada o su estancia en el otro lado, cielo o mundo paralelo donde están las almas y los espíritus antes de nacer, porque, si nada se crea