Janice Wicka

El gran libro de la reencarnación


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las mujeres tienen los mismos derechos que los hombres, y a veces alguno más, como la poliandria o que las mujeres pueden tener más de un marido al mismo tiempo, por lo que no dependen de los hombres para sobrevivir o para gozar de un alma, por lo que puede haber monjes y monjas en los templos y en los monasterios. Que Buda haya nacido varón es solo un accidente, no un hecho de superioridad.

      Las almas elevadas, como la de Buda,

      pueden renacer en varios cuerpos.

      Todo ser elevado al morir, ya sea hombre o mujer, ve cómo su alma se abre al igual que una flor de mil pétalos de colores, los cuales son como semillas de nuevas vidas encarnadas en cuerpos humanos, con lo que una sola alma puede dar lugar a mil almas nuevas encarnadas para el bien de la humanidad.

      A nivel popular, las creencias tibetanas sobre la muerte y la reencarnación se parecen mucho a las creencias de innumerables pueblos alrededor de la Tierra, y están basadas más en la experiencia personal y tradicional que en la religión o en la ciencia, por lo que no es raro que tengan ciertos puntos en común con el purgatorio cristiano, El Libro de los Muertos egipcio, las tradiciones inca o los pensamientos yoruba, las leyendas griegas o los mitos de las culturas náhuatl, donde los muertos nunca se van del todo, sino que vuelven o permanecen con la familia para siempre, y solo desaparecen aparentemente con el olvido, cuando se pierde la memoria de su existencia. En buena parte de Europa, antes y después del cristianismo, existen creencias muy similares donde los vivos comparten existencia con los difuntos.

      Como en la cultura náhuatl, la vida es pasajera y hay que prepararse siempre para tener una buena muerte, que es lo que promete un buen estadio en el más allá, o un buen regreso a este planeta.

      En el budismo tibetano la idea de la reencarnación es más refinada y definida que en el resto, ya que contempla la muerte como un tránsito en el bardo, o estado intermedio, que dura 49 días de los nuestros, aunque para el alma de la persona difunta esos 49 días puedan parecerle un segundo o una eternidad, dependiendo de sus propios demonios, creencias, dependencias, apegos, ataduras, ignorancia, conocimientos, emociones y ego.

      Durante su estancia en el bardo, el alma es acompañada por los rezos de la comunidad, para que despierte y sea consciente, e incluso para que alcance la lucidez y, con ello, la liberación espiritual, escapando así del samsara, la rueda del destino, y pase al plano espiritual para siempre, evitando una nueva reencarnación en este valle de lágrimas, apetitos y sufrimientos.

      Si el alma despierta, podrá partir al Nirvana, aunque en algunos casos puede volver a la vida reencarnándose en un ser elevado que ayudará al resto de la humanidad a acceder a la vida verdadera, a la existencia plena espiritual, como lo hacen los Dalai Lama, o como hizo el Bodhidarma, el gran Buda, en su momento.

      Si el alma no despierta, si aún no está preparada para cruzar la Puerta, el Guardián Azul le indicará el camino de regreso a la vida terrenal, donde reencarnará en un cuerpo y en un entorno de acuerdo a su nivel evolutivo, para continuar con su aprendizaje existencial.

      Las almas que se niegan a despertar y que se aferran a su pasado terrenal, pasan diversos tormentos y sufren horribles angustias provocadas por sus mismos miedos, errores y creencias, se niegan a perder su identidad, no se reconocen, luchan inútilmente, pierden la memoria egoica e identitaria creyendo que enloquecen, y, sin saber cómo ni cuándo, se ven de pronto como un feto prematuro en el vientre de la que será su madre en el mundo terrenal. Ahí rescatan ciertos recuerdos que irán perdiendo al nacer.

      El Bardo Thodol, el libro tibetano de los muertos.

      Algunos instantes de sus vidas pasadas permanecerán en su mente hasta los siete años de edad, para perderlos definitivamente el resto de su vida, y que solo podrán recuperar en el estado intermedio tras la muerte, donde podrán liberarse, o bien, volver a empezar.

      No todas las almas lo pasan mal en el bardo, algunas aprovechan su estancia para aprender, conocer, comparar, depurar, escoger su nueva vida terrenal y darle un sentido más elevado a su existencia. Estas almas renuncian a buena parte de su ego y de sus identidades, comprenden lo que a menudo es muy difícil comprender en la vida terrenal, y finalmente vuelven a la vida en un nuevo cuerpo y con un destino que les permita evolucionar y ascender en su próxima experiencia de final de vida y regreso al bardo, para seguir aprendiendo vida tras vida, o para liberarse finalmente y entrar al Nirvana.

      La vida es un riesgo, pues se puede ir hacia atrás o hacia adelante en la rueda del destino y perder lo que se había ganado en otras vidas, o dar un paso más en el ascenso espiritual, todo dependerá del nivel de consciencia que se logre en esa vida en particular, que puede sumar o restar, abrir puertas o cerrarlas, evolucionar o involucionar, aceptar o negar, y si bien en el Bardo se pueden depurar algunos errores y retomar consciencia, a veces los daños son irreparables y hay que repetir la misma vida para subsanarlos.

      Quedan las almas elevadas, maestras y guías, que están muy cerca de la liberación espiritual, las cuales, y aunque no están exentas de riesgos, apegos y tentaciones, suelen tener vidas apacibles y productivas, y estancias plácidas en el más allá, ayudando y enseñando a otras almas a crecer y evolucionar, tanto en la Tierra como en el ardo.

      Resurrección y reencarnación, el estilo mediterráneo

      Dentro de las tradiciones mediterráneas escapar con vida del inframundo era tanto como renacer o revivir, porque era tanto como reencarnar en el mismo cuerpo.

      En el cristianismo primigenio, así como en el Antiguo Testamento, resucitar era una forma de reencarnarse gracias a un milagro o intervención divina.

      La cábala va un poco más allá y contempla la resurrección o posibilidad de resucitar, pero también de reencarnarse en distintos planos o reinos del Árbol de la Vida, algo parecido a los cuatro mundos de Platón, espiritual, mental, emocional y físico, aunque en la cábala son unos cuantos más, donde las almas van desde lo más bajo o elemental, hasta lo más elevado, superando a las divinidades terrestres que pecan de egocéntricas y tiránicas al igual que los humanos con poder.

      Hércules tiene que superar doce trabajos para alcanzar su nivel espiritual, lo mismo que Horus, Mitra y Jesús, que mueren y resucitan reencarnándose en sí mismos para dar ejemplo a la humanidad.

      Morir para renacer, ya sea en este plano o en otro, volver a tener un cuerpo físico con el cual moverse y seguir adelante, son requisitos de algunas religiones antiguas y modernas, como sucede en la ordenación de los sacerdotes y de algunas monjas: morir en el mundo para renacer (incluso con otro nombre) en la comunidad religiosa que los acoge.

      No siempre es lo mismo física y realmente, pero en lo simbólico el revivir, el renacer, el resucitar y el reencarnar tienen el mismo componente milagroso de evolución y crecimiento espiritual.

      Desde un punto de vista racional, los dioses son mucho más jóvenes que la humanidad, pero llevan viviendo muchos milenios más que todos nosotros. Tienen fecha de nacimiento y seguramente tendrán fecha de caducidad, pero su memoria sigue viva en el alma humana, reencarnándose constantemente entre las culturas que los vieron nacer junto con las almas de los seres humanos que vuelven una y otra vez a la vida.

      Reencarnación, ¿solo para los dioses?

      Las mitologías del mundo antiguo tenían en muy poca estima a los seres humanos, por ser inferiores, ignorantes, sucios, zafios y desagradecidos, y más de un vez se sintieron tentados a destruirlos del todo.

      En la mitología griega, Zeus lo intenta, pero Prometeo interfiere y salva a la humanidad dándoles el fuego y el entendimiento, aunque por el estado en que está hoy el mundo parece que dichos dones no fueron suficientes para mejorar a los humanos de forma esencial.

      En otra leyenda Pandora es la primera mujer creada por Zeus, primero como una autómata a la que después insufla de alma al ver su belleza, cosa que a Hera, por celos, no gustó nada, con lo que le añadió a Pandora el dudoso don de la curiosidad femenina. Como madre de la humanidad, Pandora cuida