había tenido la oportunidad de comprar comida.
Luego de más de media hora llegaron a campo abierto, bordeando el río Marne, en donde las barcazas con sus colores vivos le dieron un toque de color al gris, y algunas personas caminaban bajo los árboles envueltas en gabardinas. Algunas ramas ya estaban descubiertas, otras aún vestían hojas de color oro rojizo.
—Hace mucho frío hoy, ¿no? —observó, intentando nuevamente entablar una conversación con el chofer.
—Oui —respondió balbuceando, y esa fue su única respuesta, pero al menos subió la calefacción y ella dejó de tiritar.
Envuelta por el calor, se dejó arrastrar por una siesta intranquila mientras pasaban los quilómetros.
Un frenazo brusco y el estruendo de una bocina la despertaron sobresaltada. El chofer intentaba pasar a un camión estacionado, logrando salir de la carretera hacia una calle angosta y arbolada. El cielo se había despejado, y en la luz tenue del atardecer el paisaje otoñal era hermoso. Cassie miró por la ventana, asimilando el paisaje ondulante y el mosaico de praderas intercalado con enormes y oscuros bosques. Pasaron por un viñedo con sus filas de vides bien ordenadas rodeando la ladera.
El chofer aminoró la velocidad y se adentró en un pueblo con casas de piedra pálida, ventanas con forma de arco y tejados empinados alineando el camino. A lo lejos, vio un campo abierto y vislumbró un canal bordeado de sauces llorones mientras cruzaban un puente de piedra. La elevada aguja de la iglesia atrajo su atención, y se preguntó cuántos años tendría el edificio.
Pensó que deberían estar cerca del chateau, quizás incluso en un vecindario cercano. Cambió de opinión cuando se alejaban del pueblo y serpenteaban entre las colinas, hasta que se desorientó totalmente y perdió de vista la aguja de la iglesia. No esperaba que el chateau estuviese tan lejos. Escuchó la notificación del GPS de pérdida de señal, y el chofer exclamó con enojo, tomando su teléfono y mirando atentamente el mapa mientras manejaba.
Entonces, luego de girar a la derecha y pasar a través de unos enormes postes, Cassie se enderezó y observó la larga entrada de gravilla. A la distancia, alto y elegante, con el sol poniente resaltando las paredes revestidas en piedra, estaba el chateau.
Las cubiertas crujieron sobre las piedras cuando el automóvil se detuvo en una entrada enorme e imponente, y ella sintió una punzada de nervios. La casa era mucho más grande de lo que había imaginado. Era como un palacio, coronado con altas chimeneas y torrecillas ornamentales. Contó dieciocho ventanas, con mampostería elaborada y detallada, en los dos pisos de la imponente fachada. La casa tenía vistas a un jardín formal, con setos recortados de forma inmaculada y senderos pavimentados.
¿Cómo podría vincularse con la familia en su interior, que vivía entre tanto esplendor, cuando ella venía de la nada?
Se dio cuenta de que el chofer golpeteaba sus dedos impacientemente sobre la rueda. Claramente no la iba a ayudar con las maletas. Se bajó rápidamente.
El viento despiadado la enfrió de inmediato. Se apresuró hacia el maletero, sacó su maleta y la cargó por la gravilla hasta refugiarse bajo el porche, en donde se subió el cierre de la chaqueta.
La pesada puerta de madera no tenía timbre, solamente una gran aldaba de hierro que sintió fría al tacto. El ruido fue sorpresivamente alto, y un momento después, Cassie escuchó pasos ligeros.
La puerta se abrió y vio a una criada con uniforme oscuro y el pelo recogido en una coleta ajustada. Detrás de ella, Cassie entrevió un enorme salón de entrada, con paredes revestidas de manera opulenta, y una majestuosa escalera de madera en el otro extremo.
Inmediatamente, Cassie detectó la presencia de una pelea. Podía sentir la electricidad en el aire, como una tormenta que se acercaba. La sentía en el comportamiento nervioso de la criada, en el portazo y en el caos de los gritos distantes que se van desvaneciendo. Sintió que se le contraían las entrañas y un deseo dominante de escapar, de perseguir al chofer y pedirle que vuelva.
En lugar de eso, se mantuvo firme y forzó una sonrisa.
—Soy Cassie, la nueva niñera. La familia me está esperando.
—¿Hoy? —La criada parecía preocupada— Espera un momento.
Mientras entraba a la casa rápidamente, Cassie la escuchó llamar.
—Monsieur Dubois, por favor, venga pronto.
Un minuto después, un hombre fornido, de pelo oscuro y canoso, entraba a zancadas al vestíbulo con el rostro como un trueno. Cuando vio a Cassie en la puerta, se detuvo.
—¿Ya estás aquí? —preguntó—. Mi prometida dijo que llegabas mañana en la mañana.
Se dio vuelta para lanzar una mirada fulminante a la joven de cabello rubio decolorado que lo seguía. Llevaba un vestido de noche y sus atractivos rasgos estaban tensos por la presión.
—Sí, Pierre, imprimí el correo electrónico cuando fui a la ciudad. La agencia me dijo que el vuelo llega a las cuatro de la mañana.
Volviéndose a la ornamentada mesa de madera del vestíbulo, empujó un pisapapeles de vidrio veneciano y blandió una hoja de papel de forma defensiva.
—Aquí, ¿ves?
Pierre echó un vistazo a la hoja y suspiró.
—Dice a las cuatro de la tarde. No de la mañana. El chofer que contrataste obviamente entendió bien, y aquí está ella.
Se giró hacia Cassie y le extendió la mano.
—Soy Pierre Dubois. Ella es mi prometida, Margot.
No presentó a la criada. En su lugar, Margot le gritó que fuera a arreglar el dormitorio que estaba enfrente a los de los niños, y la criada se alejó apresurada.
—¿En dónde están los niños? ¿Ya están en la cama? Deberían conocer a Cassie —dijo Pierre.
Margot sacudió la cabeza.
—Estaban cenando.
—¿Tan tarde? ¿No te dije que tienen que cenar temprano cuando tienen clases? Aunque estén de vacaciones, ya deberían estar acostados para cumplir con los horarios.
Margot lo miró y se encogió de hombros con enojo, antes de dirigirse hacia una puerta a la derecha haciendo resonar sus tacones altos.
—¿Antoinette? —Exclamó— ¿Ella? ¿Marc?
La respuesta fue un estruendo de pasos y fuertes gritos.
Un niño de cabello oscuro entró corriendo al vestíbulo, con una muñeca agarrada del cabello. Lo seguía de cerca una niña más pequeña y regordeta, en un mar de lágrimas.
—¡Devuélveme mi Barbie! —le gritó.
El niño se detuvo, patinándose al ver a los adultos, e hizo una carrera hasta la escalera. Al precipitarse hacia allí, rozó con el hombro el lado curvo de un jarrón azul y dorado.
Cassie se tapó la boca con las manos, horrorizada al ver como el jarrón se balanceaba en el pedestal y caía destrozado en el piso. Las esquirlas de vidrio colorido se desparramaron por las tablas de madera oscura.
El silencio ante el impacto se rompió con los rugidos furiosos de Pierre.
—¡Marc! Devuélvele la muñeca a Ella.
Arrastrando los pies y con el labio inferior hacia afuera, Marc retrocedió pasando por los escombros. Le tendió la muñeca a Pierre de mala gana, y este se la devolvió a Ella. Los sollozos se apagaron mientras arreglaba el cabello de su muñeca.
—Ese era un jarrón de vidrio durand art —Margot le dijo, entre dientes, al niño—. Una antigüedad. Irremplazable. ¿No tienes respeto por los objetos de tu padre?
Un silencio hosco fue la única respuesta.
—¿En dónde está Antoinette? —preguntó Pierre, con cierta frustración.
Margot