Sergey Baksheev

Una esquirla en la cabeza


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vicerrector terminó so discurso emotivo e informó acerca de lo que todos sabían. El primero y el último año empezaban las clases hoy mismo. El segundo año, como siempre, va al koljoz a hacer trabajo voluntario. El tercero participa en labores organizativas en la sala de deportes, la cual, por fin, tiene techo. Los koljozes de la zona son campos de arroz, por lo tanto, los estudiantes de segundo año, como se decía normalmente, iban “al arroz”.

      Los muchachos, muchos de los cuales no se vieron durante los dos meses de verano se saludaban, se abrazaban, se empujaban y bromeaban.

      – Los futuros ingenieros y científicos deben tener tres cosas importantes, – dijo Bonia alegremente – trabajar en un koljoz, en una construcción y en un almacén de verduras y vegetales. Sin esta experiencia el ingeniero soviético resulta incompleto y no puede considerarse un verdadero constructor del comunismo. —

      – Como nos han enseñado, – se burló Boris – la intelectualidad es una capa intermedia entre los obreros y los trabajadores del koljoz. En cualquier momento, por orden del partido, nosotros debemos saber despegarnos hacia uno u otro lado y transformarnos en verdaderos trabajadores. —

      Tikhon Zakolov y Alexander Evtushenko escucharon eso con aprobación, aunque con una sonrisa triste. Después de las largas vacaciones, ellos preferían regresar al auditorio, escuchar las clases de los profesores, leer los libros y conseguir nuevas metas del intelecto humano. Si hubieran dicho eso en voz alta, se hubieran reído de ellos en su cara. La mayoría de los estudiantes ya estaba dispuesta para el viaje al koljoz, pasar bien el tiempo, parrandear un poco y cuadrarse alguna de las muchachas que estarían lejos de la vista paterna.

      Sasha y Tikhon, hasta el último momento, tenían la esperanza de que, este año, por algún milagro, su curso no tuviera que cumplir la tradición soviética de hacer el viaje “a la papa”, “al arroz”, “al algodón”. Pero la vida se mostraba rutinaria, sin alegría y predecible. Para el próximo mes, los parámetros fundamentales de sus vidas eran conocidos.

      Ya estaba claro que la partida sería al día siguiente, pero hoy era necesario enviar una avanzada de tres estudiantes que prepararían el lugar para la llegada del resto. A Vlad Peregudov lo nombraron responsable de todo el equipo. Él, junto con su hermano gemelo, Stas, también vivía en la residencia. Ambos ya habían servido en el ejército e ingresaron en el instituto después de pasar una escuela preparatoria.

      Vlad tomó su responsabilidad muy seriamente e informó que él y su hermano serían de la avanzada. Tikhon se imaginó que, por ser el último día de vacaciones, en la noche habría una borrachera generalizada y entonces se anotó como voluntario en la avanzada. Sasha se excusó y dijo que él, absolutamente necesitaba ir a la biblioteca y revisar los libros de teoría de grafos. En los últimos tiempos tenía la insoportable picazón de demostrar la conjetura de los cuatro colores.

      Cuando Zakolov y Evtushenko se alejaron de la muchedumbre bulliciosa, hasta ellos se acercó alguien que esperaba ansiosamente este momento, Anatoli Kolesnikov.

      Antes de su boda, Anatoli compartió, varios meses, con ellos, una habitación en la residencia. En ese tiempo, A Boris lo habían corrido de la residencia por “comportamiento indebido” con una muchacha. Estaba muy tomado y se puso a molestar muy impertinentemente a una atractiva estudiante, eso llegó a los gritos y ropa arrancada. La muchacha, entonces, se quejó al director de la residencia.

      Boris entonces se mudó a donde Igor Lisitsin, un conocido de Moscú, quien estudiaba en un curso superior. Igor vivía en el edificio vecino, la residencia de los oficiales, en una habitación individual. Su padre había servido en esta ciudad, pero hacía un año se había ido a Moscú. Antes de su partida había podido acomodar a su hijo en esa residencia. Igor se había instalado ahí y aun cuando aparecieron puestos libres en la residencia estudiantil, no quiso mudarse.

      El asunto fue, que él se apasionó con el juego de Preferans3, estudió todas las sutilezas del juego y se convirtió en un maestro. El juego siempre se hacía por dinero y entre los oficiales, que no tenían un sueldo bajo, Igor Lisitsin encontraba oponentes adecuados. Aunque, frecuentemente, las apuestas eran en kopeks, Igor, con regularidad, todos los meses se ganaba su buena suma. Él le pagaba al director de la residencia de oficiales por el derecho a seguir viviendo ahí y en buenas condiciones. Las habitaciones de la residencia estudiantil siempre estaban muy llenas y los demasiado inquietos estudiantes llevaban un estilo de vida muy desordenado, lo que no convenía al calculador Igor.

      Anatoli Kolesnikov le tenía mucho respeto a Tikhon Zakolov, no por su gran talento para el cálculo rápido (los números abstractos no le interesaban a Anatoli), sino después de un asunto útil muy especial.

      En la residencia, Kolesnikov mercadeaba cigarrillos búlgaros, que eran difíciles de encontrar. El jefe de mesoneros del principal restaurant de la ciudad le entregaba tres cartones de cigarrillos “BT” y tres de “Opal”, 10 cajetillas en cada cartón. Para no enredarse con sencillo, Anatoli vendía 2 cajetillas de “BT” por 1 rublo y 3 cajetillas de “Opal” por 1 rublo. El negocio iba bien. Por 30 cajetillas de “BT” él obtenía 15 rublos y por 30 de “Opal”, 10 rublos. Total, 25 rublos.

      Un día, Anatoli decidió optimizar la venta. Razonó: ¿si vendo 30 cajetillas de a 1 rublo por cada 2 y 30 cajetillas de a 1 rublo por cada 3, no sería mejor vender de una vez 5 cajetillas por 2 rublos?

      Dicho y hecho. Habiendo vendido la mercancía por el nuevo esquema, Anatoli contó su ganancia y en vez de 25 rublos, ¡tenía 24!

      – Me robaron – fue lo primero que pensó. Y miró, con sospecha, a Zakolov y Evtushenko. Media hora estuvo dudando hasta que expresó su descontento.

      Zakolov se carcajeó.

      – Anatoli, divide 60 cajetillas entre 5 y multiplica por 2 rublos. ¿Cuánto obtienes? – 24. —

      – Y entonces, ¿que quieres? —

      – Que se hizo el otro rublo? – todavía desconcertado Kolesnikov.

      Zakolov, quien no era fumador, se rió todavía más y le recomendó:

      – La próxima vez vende 30 cajetillas de “BT” y 60 cajetillas de “Opal”, ¡tendrás tu rublo de nuevo! —

      – Como así? —

      – Con el sistema original de venta, por 30 cajetillas de “BT” tu obtenías 15 rublos y por 60 de “Opal”, 20 rublos. Total: 35 rublos. Ahora calcula vender todo por 2 rublos 5 cajetillas.

      Anatoli calculó. Y en lugar de 35 le daba ¡36 rublos!

      – Cual es el truco? – Le insistió a Zakolov.

      – Anatoli, por que no recuerdas el álgebra? No se puede promediar de esa manera como lo estás haciendo. Mira, – Tikhon le escribió, en un papel, su error. – Si quieres seguir vendiendo de la nueva manera, entonces toma 30 cajetillas de “BT” y 45 de “Opal”. De ambas maneras obtienes 30 rublos. —

      Kolesnikov se convenció de que la matemática en el comercio no está demás, y desde ese momento vio a Zakolov con respeto.

      Aunque el coronel Timofeev le pidió a Anatoli que no le contara a nadie acerca del extraño suceso, éste no aguantó y, sin mencionar nombres y lo del tesoro, le dijo a Tikhon lo que le había sucedido a uno de los pilotos. El esperaba que el inteligente estudiante lo ayudara a sacar provecho de esa información.

      – Claro! ¡Es lógico! Ya lo había pensado. – saltó Tikhon, cuando terminó de escuchar a Anatoli.

      CAPITULO 8

      Hassim y el “dragoncito”

      El comerciante Hassim abandonó los dominios del todopoderoso Tokhtamysh altamente preocupado. Desde Sarai dirigió la caravana hacia el sur, pero al llegar al principal camino caravanero, el cual muchos llamaban la ruta de la seda, no dobló hacia el oeste,