Caleb Fernández Pérez

Rut


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más por la necesidad.

      Rut, el libro, nos hace saber de las decisiones de una familia hebrea, decisiones que ellos tomaron en medio de aquellas circunstancias. A Elimelec le tocó el manejo de esta crisis. Nos preguntamos, quizá, ¿cómo manejó esta familia la crisis? Algunas reacciones de ellos nos permitirán ver ciertos principios, que tal vez nos puedan ayudar en nuestros propios dramas familiares.

      Cuando tomamos malas decisiones

      Y un varón de Belén de Judá fue a morar en los campos de Moab, él y su mujer, y dos hijos suyos. El nombre de aquel varón era Elimelec, y el de su mujer, Noemí; y los nombres de sus hijos eran Mahlón y Quelión, efrateos de Belén de Judá. Llegaron, pues, a los campos de Moab, y se queda­ron allí (Rt 1.1–2).

      Cuando las comodidades y la abundancia son nuestro estilo de vida, podemos encontrarnos como Elimelec ante la escasez y el hambre. Lo primero que va aparecer es el instinto de sobrevivencia, entonces nos haremos cargo de nuestra responsabilidad frente a la sobrevivencia familiar. Era evidente para los padres y los hijos jóvenes, que se debía tomar una decisión. No podían seguir viviendo con tantas limi­taciones. Huir del problema era el único recurso en ese momento para enfrentar las dificultades, así lo entendieron. Delante de alguna crisis, es inevitable el tener que tomar decisiones. Algunos colocan los pies en las “avenidas de la victoria”, enfrentando la situación para resolverla; otros avanzan por los atajos del escape, de la huida y, a veces, de la irres­ponsabilidad…

      El libro de Rut nos llama la atención sobre la forma como Dios cambia las consecuencias de nuestras decisiones equivocadas. Nos muestra que enfrentar nuestros problemas en el lugar donde ocurren puede ser lo más recomendable o saludable y no así huir de ellos. Dios no desea darnos pies rápidos para huir, Él desea darnos coraje para vencer en tiempos difíciles, para asumir nuestros proble­mas con paciencia, voluntad y dedicación; porque tiene un proyecto exitoso para nosotros, pero este sólo se hará realidad luego de un esforzado trabajo. El diccionario es el único lugar donde “éxito” lo encontramos antes que “trabajo”.

      La vida, dirigida por Dios, se ha encargado de hacer pedagogía a partir de nuestros problemas familiares. Y nos demuestra que huir de las circuns­tancias desfavorables no ha sido siempre el mejor camino, pues esta segunda opción podría ser la peor. Mientras estemos en este mundo y en su historia, siempre vamos a tener problemas con el entorno. Siempre van a aparecer situaciones que parecen amenazar nuestra integridad. Cuando entramos en conflicto con el vecino, con el marido, con la esposa, con el jefe, con los hijos, con los clientes, con los amigos, lo primero que consideramos es huir, irnos lejos y dejarlo todo. Imaginen lo que le dicen a Elimelec cuando anuncia que se va, que no soporta más la escasez de alimentos. Son muy pocos los que pensarían que lo mejor es dejar a la familia, terminar con el matrimonio o, tal vez, dejar el trabajo. Este relato nos enseña, lo remarcamos, que la segunda opción puede ser peor que la primera.

      Elimelec, junto con su esposa e hijos, tomaron una decisión, a nuestro entender, equivocada; y a esta se añadió lo imprevisto. El refugio de Elimelec en Moab era extraño y contradictorio. Los campos de Moab se ubican en un lugar alto, al este del Mar Muerto, al otro lado del mar, enfrente de Belén, rodeando el mar a unos ochenta kilómetros. Era poblada por gente que había abandonado la adoración a Jehová, el único Dios, y que se había perdido en la adoración a imágenes equivocadas de Dios. Esta idolatría era utilizada entre los moabitas como ins­trumento de sometimiento y opresión.

      El atajo más fácil no siempre es la alternativa más ética, segura y sensata. En el momento de cualquier crisis que nos toque vivir, deberíamos mirar hacia Dios, en lugar de mirar sólo las circunstancias. Cuando estamos acorralados por circunstancias ad­versas, necesitamos creer que Dios está por encima de ellas y al control de estas. Enfrentar la crisis es mejor que la fuga. Huir no es la decisión más segura. Por eso, debemos buscar abrigo debajo de las alas del Omnipotente, en lugar de andar descubriendo atajos peligrosos y cuestionables.

      Cuando nuestras dificultades empeoran

      Y murió Elimelec, marido de Noemí, y quedó ella con sus dos hijos, los cuales tomaron para sí mujeres moabitas; el nombre de una era Orfa, y el nombre de la otra, Rut; y habitaron allí unos diez años. Y murieron también los dos, Mahlón y Quelión, quedando así la mujer desamparada de sus dos hijos y de su marido (Rt 1.3–5).

      Las Sagradas Escrituras nos muestran que el Altísi­mo gobierna todas las cosas, no sólo sus bendiciones y manifestaciones, sino también los sucesos cotidia­nos de la vida, aquellos que nos dan alegría como también los que nos causan tristeza. Son estos los que nos ayudan a crecer y madurar, sobre todo cuando aprendemos a confiar en que Él no está distante. Nos permite ser libres, ser adultos, capaces de corregir lo que está equivocado, aun después de muchos años.

      Por otro lado, hombres y mujeres somos respon­sables de nuestras decisiones y acciones, de aquellas que nos involucren y de aquellas que consintamos. El ser humano tiene que hacerse cargo de las consecuencias de sus obras, debe ser responsable y honesto delante de Dios. No tiene que ir buscando a quien echarle la culpa. Y, en el colmo de la soberbia pensar, por último, que puede hacer culpable a Dios de lo que le pasa.

      Estas dos verdades bíblicas: la soberanía de Dios sobre todos los aspectos de la vida y la responsabili­dad del hombre sobre sus acciones, son verdades que no se contraponen, más bien se complementan, y conviven en la revelación de Dios en nuestra historia.

      El refugio de la familia de Elimelec en Moab fue golpeado por desgracia tras desgracia, como conse­cuencia de un proyecto en el que la fe en la promesa no era una característica. Por el contrario, era noto­rio que remaban contra la corriente de lo que Dios quería para ellos. ¡Cuántas consecuencias hay en nuestra vida cuando nos alejamos del propósito de Dios! Sin embargo, esta decisión nunca estuvo fuera de la observación de Él. Dios utilizó esta decisión complicada para transformarla en una oportunidad para la bendición, como veremos más adelante.

      El problema de Elimelec y su familia fueron sus expectativas de bienestar. En estas expectativas lo espiritual no tenía un lugar importante; estaban concentrados en lo material, tal vez en sus tierras. La pérdida de la cosecha les parecía el principio del fin. No pudieron soportar la escasez de alimentos. La austeridad, el sufrimiento, la angustia temporal, el tiempo de la prueba de fe no estaban en su visión de la vida en ese momento. Elimelec perdió la vida buscando la sobrevivencia en los campos moabitas, “queriendo ganar la vida, terminó perdiéndola”. Su fe no fue suficiente para impulsarle a buscar la provisión de Dios. Siempre se había autoabastecido; tal vez nunca había sufrido hambre, creció creyendo que los recursos alimentarios son inagotables.

      La muerte de Elimelec es la muerte del padre de una familia patriarcal que no sólo trae profunda tristeza a la esposa y sentimientos de orfandad a los hijos, sino que también les deja con una sensación de gran desamparo. Más aún siendo inmigrantes lejos de su tierra natal. En este momento es cuando la fe de Noemí se realiza en medio de sentimientos encontrados. Por un lado, su profundo amor y fidelidad al amor de su vida, su esposo, y, por otro, sus sentimientos de amargura. La pérdida de un ser querido, y muy particularmente, la muerte de un cónyuge, no es un proceso fácil de asimilar.

      Noemí esperó que las cosas tomaran otro color. Una luz de esperanza volvió a brillar en el camino cuando sus queridos hijos Mahlón y Quelión se ca­saron. Habían escogido a mujeres moabitas por esposas. Una de ellas fue Rut. La historia podría haber quedado ahí con un final feliz; pero, súbitamen­te, después de unos años, sin ninguna explicación, Mahlón y Quelión mueren. Al parecer, fue uno de esos casos en que los miembros de una misma fami­lia mueren uno tras otro, casi juntos. La tragedia en algunas familias es una de las experiencias más desoladoras de la vida, ante la que sólo nos queda en­mudecer. Hay pocas situaciones tan dolorosas como aquellas en que los padres entierran a los hijos.

      ¡Qué