Caleb Fernández Pérez

Rut


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de Elimelec. Lo había amado y seguido en busca de refugio hasta los campos de Moab.

      Cuando sabemos reconocer nuestros errores

      Entonces se levantó con sus nueras, y regresó de los campos de Moab; porque oyó en el campo de Moab que Jehová había visitado a su pueblo para darles pan (Rt 1.6).

      Volvamos nuestra mirada a Belén. Dios estaba disciplinando a su pueblo. El hambre era temporal. En medio de su ira por el caos social y político, se acuerda del amor por su pueblo. Lo que sucede luego en Belén, la “casa del pan,” nos muestra lo especial que es su pueblo para Dios.

      Las crisis no duran para siempre, y el mismo Dios que envió el hambre, envío de nuevo el pan como un gran gesto y señal de su misericordia. Noemí no estaba escuchando noticias del tipo: “Hubo una gran inversión económica en la ciudad” o “Las cosas han mejorado en los mercados de Belén”. Las noticias llegaron como el evangelio llega a nosotros: Él nos ha visitado, ha llovido, el grano ha dado su fruto, las cosechas han sido abundantes, Dios ha dado una nueva gran oportunidad a su pueblo, un gran regalo del Todopoderoso.

      Mientras atravesamos el escenario de la histo­ria, somos convocados a responder a cada una de las oportunidades que Dios nos da. Es nuestra gran oportunidad el desenvolvernos de la mejor manera posible. El Nuevo Testamento llama kairós a estas oportunidades o momentos, espacio de tiempo importante, ocasión adecuada o propicia. Algo así como lo que sucede con nuestra fruta predilecta si no hemos estado atentos, a su temporada de cosecha, para saborearla, no la veremos más hasta la siguiente temporada. Debemos estar atentos a lo que Dios está haciendo en la historia. Dios visitó a su pueblo, les prestó atención y les dio pan.

      Noemí tomó valor, se levantó, la amargura no la iba a doblegar. Seguía confiando en el Dios que ha visitado a su pueblo. Era el tiempo oportuno para volver a su Belén querido, sus nueras irían con ella a Judá.

      Noemí supo aprovechar la oportunidad que Dios le entregaba y decidió caminar a la sombra de la eternidad. En tiempos difíciles, es necesario aprender a retroceder, a cambiar de dirección, y a volver sobre nuestros pasos. Cualquiera de nosotros podría decir lleno de orgullo: “No volvería nunca atrás, pues sería el hazmerreír de todo el mundo”. Sin embargo, para regresar no solamente se necesita humildad, también hace falta valentía, porque reconocer errores es de gigantes.

      Uno de los problemas de las congregaciones de hoy es que no estamos abriendo espacio para que las personas se equivoquen. No es común escuchar en el liderazgo, entre los ministros del evangelio, que alguien reconoce que se ha equivocado, que tomó una mala decisión, que no consideró la voluntad de Dios, que invirtió mal el dinero del Señor, que no tuvo la palabra y la actitud adecuada ante una situación, o que le aterra la sola idea de la escasez y la austeridad. En una cultura que exalta el triunfalismo y la ley del que menos se equivoca, no hay cabida para el arrepentimiento y el reconocimiento del error.

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      Rut 1.7–13

      Situaciones en dramas familiares II

      En las escenas anteriores vimos a una familia que no tuvo sabiduría suficiente para manejar sus tiempos de crisis. Algunas situaciones de este drama familiar fueron planteadas y pudimos extraer algunas ideas para afrontar nuestros propios dramas familiares.

      Después de la muerte de Elimelec, entran en el escenario Rut y Orfa como las moabitas que se casan con los hijos. Los hebreos tenían prohibido casarse con extranjeras. Sin embargo, la fe y las acciones poderosas y misericordiosas de Dios para con su pueblo y los que le temen han de ser conocidas entre las naciones, para que vayan y adoren a Jehová en su santo templo, en Jerusalén.

      De algún modo, después de la desaparición de Elimelec, nacía una luz de esperanza con los matri­monios de Mahlón y Quelión. Ellos llevan nombres que los describen como descontentos y nostálgicos. Tal vez el refugio forzado les hizo dejar atrás amista­des, y tuvieron que confrontar, por unos diez años, una cultura diferente, y situaciones que finalmente los llevarían a una muerte prematura.

      A la muerte de su esposo Noemí queda viuda y ahora también tenía que sepultar a sus dos