las cuales son recíprocas de la evitación y de la huida.3
En otras palabras, si un organismo se queda bloqueado en el modo de supervivencia, sus energías se centran en luchar contra enemigos invisibles, lo cual no deja espacio para la crianza, los cuidados y el amor. Para los seres humanos, significa que mientras la mente se está defendiendo contra unos ataques invisibles, nuestros vínculos más íntimos se ven amenazados, junto con nuestra capacidad de imaginar, planear, jugar, aprender y prestar atención a las necesidades de otras personas.
Darwin también escribió sobre las conexiones entre el cuerpo y la mente que seguimos explorando en la actualidad. Las emociones intensas implican no solo la mente, sino también las tripas y el corazón: «El corazón, las tripas y el cerebro se comunican íntimamente a través del nervio “neumogástrico”, el nervio crítico implicado en la expresión y la gestión de las emociones tanto en los seres humanos como en los animales. Cuando la mente está muy excitada, ello afecta inmediatamente al estado de las vísceras, de manera que bajo la activación habrá mucha más acción y reacción mutuas entre ambos, los dos órganos más importantes del cuerpo».4 La primera vez que vi este fragmento lo leí con gran entusiasmo. Obviamente, experimentamos nuestras emociones más devastadoras como sentimientos y penas angustiantes. Mientras registremos las emociones básicamente en nuestra cabeza, podemos más o menos controlar, pero sensaciones como que se nos hunde el pecho o que nos golpean en la barriga son insoportables. Haremos lo posible para que estas sensaciones viscerales terribles desaparezcan, ya sea aferrándonos desesperadamente a otro ser humano, volviéndonos insensibles con drogas o alcohol o llevándonos un cuchillo a la piel para sustituir unas emociones abrumadoras por unas sensaciones definibles. ¿Cuántos problemas de salud mental, desde la adicción a las drogas al comportamiento autolesivo, empiezan como un intento de sobrellevar el dolor físico insoportable de nuestras emociones? Si Darwin tenía razón, la solución requiere encontrar maneras de ayudar a la gente a modificar el paisaje sensorial interior de su cuerpo.
Hasta hace poco tiempo, gran parte de la ciencia occidental ignoraba esta comunicación bidireccional entre el cuerpo y la mente, aunque ha sido fundamental en prácticas de sanación tradicionales en muchos otros lugares del mundo, en particular en la India y en China. Actualmente, está transformando nuestra forma de comprender el trauma y la recuperación.
UNA VENTANA HACIA EL SISTEMA NERVIOSO
Todos los pequeños signos que registramos instintivamente durante una conversación (los cambios musculares y las tensiones en el rostro de la otra persona, sus movimientos oculares y la dilatación de las pupilas, así como el tono y la velocidad de la voz), además de las fluctuaciones en nuestro propio paisaje interior (salivación, deglución, respiración y ritmo cardiaco) están unidos mediante un único sistema regulatorio.5 Todos son producto de la sincronía entre las dos ramas del sistema nervioso autónomo (SNA): el simpático, que actúa como el acelerador del cuerpo, y el parasimpático, que actúa como los frenos.6 Estos son los sistemas «recíprocos» de los que hablaba Darwin, y juntos desempeñan un papel importante en el manejo del flujo energético del cuerpo: uno se prepara para gastarlo y el otro para conservarlo.
El sistema nervioso simpático (SNS) es el responsable de la activación, incluida la respuesta de lucha o huida (el «comportamiento de escape o evitación» de Darwin). Hace casi dos mil años, el médico romano Galeno le llamo «simpático» porque observó que funcionaba con las emociones (sym pathos). El SNS desplaza la sangre a los músculos para que actúen rápidamente, en parte haciendo que las glándulas suprarrenales liberen adrenalina, que acelera el ritmo cardiaco y aumenta la presión sanguínea.
La segunda rama del SNA es el sistema nervioso parasimpático («contra las emociones») o SNP, que promueve las funciones autopreservadoras como la digestión y la cicatrización. Desencadena la liberación de acetilcolina para frenar la activación, reduciendo el ritmo cardiaco, relajando los músculos y recuperando una respiración normal. Como Darwin señaló, «las actividades de alimentación, cobijo y apareamiento» dependen del SNP.
Existe una manera sencilla de experimentar ambos sistemas por nosotros mismos. Cuando respiramos profundamente, activamos el SNS. El resultante estallido de adrenalina acelera el corazón, lo cual explica por qué tantos atletas realizan unas respiraciones cortas y profundas antes de empezar una competición. Espirar, por su parte, activa el SNP, que frena el ritmo cardiaco. Si realiza una clase de yoga o de meditación, el instructor seguramente le pedirá que preste particularmente atención a la espiración, ya que las respiraciones profundas y largas ayudan a calmarnos. Cuando respiramos, estamos continuamente acelerando y frenando el corazón, y debido a ello el intervalo entre los dos latidos cardiacos no es nunca exactamente el mismo. Se puede usar una medición llamada «variabilidad del ritmo cardiaco» (VRC) para comprobar la flexibilidad de este sistema, y una buena VRC (cuanta más fluctuación, mejor) es una señal de que el freno y el acelerador de nuestro sistema de activación están funcionando adecuada y equilibradamente. Para nosotros, adquirir un instrumento para medir la VRC fue un gran avance. En el capítulo 16 explicaré cómo podemos usar la VRC para ayudar a tratar el TEPT.
EL CÓDIGO DEL AMOR NEURONAL7
En 1994, Stephen Porges, investigador de la Universidad de Maryland en la época en que empezamos nuestra investigación de la VRC que actualmente trabaja en la Universidad de Nueva Carolina, introdujo la teoría polivagal, basada en las observaciones de Darwin, y añadió otros ciento cuarenta años de descubrimientos científicos a aquellos primeros conocimientos («polivagal» se refiere a las diferentes ramas del nervio vago –el «nervio neumogástrico» de Darwin– que conecta varios órganos, incluyendo el cerebro, los pulmones, el corazón, el estómago y los intestinos). La teoría polivagal nos permitió comprender con mayor sofisticación la biología de la seguridad y del peligro, basada en la sutil interrelación entre las experiencias viscerales de nuestro propio cuerpo y las voces y los rostros de las personas que nos rodean. Explicaba por qué un rostro amable o un tono de voz relajante pueden alterar drásticamente cómo nos sentimos. Aclaraba por qué saber que somos vistos y escuchados por las personas importantes de nuestra vida puede hacernos sentir tranquilos y seguros, y por qué ser ignorado o dejado de lado puede precipitar reacciones de rabia o el colapso mental. Nos ayudó a comprender por qué estar en sintonía con otra persona puede sacarnos de un estado de desorganización y miedo.8
En resumidas cuentas, la teoría de Porges nos hizo mirar más allá de los efectos de lucha o huida y poner las relaciones sociales delante y en el centro de nuestro conocimiento sobre el trauma. También sugería nuevos enfoques sobre la curación centrados en reforzar el sistema corporal que regula la activación.
Los seres humanos están sorprendentemente sintonizados con los cambios emocionales sutiles de las personas (y animales) que tienen alrededor. Ligeros cambios en la tensión de una ceja, arrugas en torno a los ojos, los labios curvados y el ángulo del cuello rápidamente nos indican si alguien está cómodo, si desconfía, si está relajado o asustado.9 Nuestras neuronas espejo registran su experiencia interior, y nuestro cuerpo realiza ajustes internos en función de lo que percibimos. Así, los músculos de nuestro rostro dan pistas a los demás sobre si estamos tranquilos o emocionados, si tenemos el corazón acelerado o tranquilo y si estamos a punto de abalanzarnos sobre ellos o de salir corriendo. Cuando el mensaje que recibimos de la otra persona es «Conmigo estás seguro», nos relajamos. Si somos afortunados en nuestras relaciones, también nos sentimos alimentados, apoyados y restaurados cuando miramos el rostro y los ojos de la otra persona.
Nuestra cultura nos enseña a centrarnos en la unicidad personal, pero a un nivel más profundo prácticamente no existimos como organismos individuales. Nuestros cerebros están diseñados para ayudarnos a funcionar como miembros de una tribu. Formamos parte de esa tribu incluso cuando estamos solos, ya sea escuchando música (que otra gente ha creado), mirando un partido de baloncesto por la televisión (y nuestros músculos se tensan cuando los jugadores corren y saltan) o preparando una hoja de cálculo para una reunión de ventas (anticipando las reacciones de nuestro jefe). Dedicamos la mayor parte de nuestra energía a conectar con los demás.