Bessel van der Kolk

El cuerpo lleva la cuenta


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      Bill tuvo que llamar a su esposa para que se ocupara del bebé y vino en un estado de pánico a la clínica. Describió cómo no dejaba de escuchar el sonido de niños llorando ni de ver imágenes de rostros de niños quemados y ensangrentados. Mis compañeros médicos pensaban que seguramente estaba psicótico, porque los manuales de la época decían que las alucinaciones auditivas y visuales eran síntomas de esquizofrenia paranoide. Los mismos textos que daban este diagnóstico también indicaban la causa: la psicosis de Bill probablemente estaba desencadenada por su sensación de sentirse desplazado en los afectos de su esposa por su nuevo hijo.

      Ese día, al llegar a la consulta de admisiones, vi a Bill rodeado por unos preocupados médicos dispuestos a administrarle un potente fármaco antipsicótico y a mandarle a una sala cerrada. Me describieron los síntomas y me pidieron mi opinión. Al haber trabajado anteriormente en una unidad especializada en el tratamiento de esquizofrénicos, estaba intrigado. Había algo en el diagnóstico que no me cuadraba. Le pregunté a Bill si podía hablar con él, y después de escuchar su historia, parafraseé inconscientemente algo que Sigmund Freud dijo sobre el trauma en 1895: «Creo que este hombre sufre por sus recuerdos». Le dije a Bill que intentaría ayudarle y, después de ofrecerle una medicación para controlarle el pánico, le pregunté si querría volver al cabo de unos días para participar en mi estudio sobre pesadillas.5 Aceptó.

      Como parte del estudio, los participantes hacían un test de Rorschach.6 A diferencia de las pruebas que requieren respuestas a preguntas directas, las respuestas de la prueba Rorschach son casi imposibles de falsear. Esta prueba es una manera única de observar cómo la gente se construye una imagen mental a partir de un estímulo que no tiene ningún significado: una mancha de tinta. Como los seres humanos somos criaturas que siempre buscan significado en las cosas, tendemos a crear cierto tipo de imagen o de historia a partir de esas manchas de tinta, igual que cuando estamos en un prado en un día de verano y vemos imágenes en las nubes que flotan en el cielo. Lo que la gente construye con esas manchas puede decirnos mucho sobre cómo funciona su mente.

      Al ver la segunda tarjeta de la prueba de Rorschach, Bill exclamó horrorizado: «Es ese niño que vi volando por los aires en Vietnam. En el medio, veo la carne quemada, las heridas y la sangre brotando por todas partes». Jadeando y con sudor en la frente, estaba en una situación de pánico similar a la que le trajo inicialmente a la clínica de la VA. Aunque había escuchado a veteranos describir sus flashbacks, esta fue la primera vez que fui testigo de uno. En ese momento, en mi consulta, Bill estaba evidentemente viendo las mismas imágenes, oliendo los mismos olores y sintiendo las mismas sensaciones físicas que sintió durante el acontecimiento original. Diez años después de sostener impotente en brazos a un niño moribundo, Bill estaba reviviendo el trauma en respuesta a la visión de una mancha de tinta.

      Experimentar de primera mano el flashback de Bill en mi consulta me ayudó a ser consciente de la agonía que sufrían con frecuencia los veteranos que yo intentaba tratar, y me ayudó a valorar de nuevo lo importante que era encontrar una solución. El acontecimiento traumático en sí, aunque horrendo, tenía un inicio, una parte central y un final, pero los flashbacks, por lo que puede ver, podían ser incluso peores. Nunca sabes cuándo te van a asaltar de nuevo, y no tienes forma de saber cuándo acabarán. Tardé años en aprender cómo tratar con efectividad los flashbacks, y en este proceso Bill resultó ser uno de mis mentores más importantes.

      Cuando pasamos la prueba de Rorschach a otros veintiún veteranos, la respuesta fue coherente: dieciséis de ellos, al ver la segunda carta, reaccionaron como si estuvieran experimentando un trauma bélico. La segunda tarjeta Rorschach es la primera que contiene color, y suele provocar como respuesta el llamado shock del color. Los veteranos interpretaron esta tarjeta con descripciones como «Son los intestinos de mi amigo Jim después de que un proyectil de mortero le destrozara», y «Es el cuello de mi amigo Danny después de que un proyectil le volara la cabeza mientras almorzábamos». Ninguno de ellos mencionó a monos bailando, o mariposas revoloteando, ni hombres en moto, ni ninguna de las imágenes ordinarias y en ocasiones extravagantes que la mayoría de la gente ve.

      Mientras que la mayoría de los veteranos se alteró mucho con las imágenes, las reacciones de los cinco restantes fueron aún más alarmantes: simplemente se quedaron en blanco. «No es nada –dijo uno–, solo un montón de tinta». Tenían razón, evidentemente, pero la respuesta de un ser humano normal ante un estímulo ambiguo es usar la imaginación para leer algo a partir de él.

      A través de estas pruebas de Rorschach, aprendimos que la gente traumatizada tiende a superponer su trauma a todo lo que le rodea y que le cuesta descifrar lo que sucede a su alrededor. Parecía que había poca ambigüedad. También aprendimos que el trauma afecta a la imaginación. Los cinco hombres que no veían nada en las manchas de tinta habían perdido la capacidad de jugar con la mente. Pero los otros dieciséis también, ya que al ver escenas del pasado en esas manchas no estaban mostrando la flexibilidad mental que es el sello de la imaginación. Simplemente, reprodujeron un carrete antiguo.

      La imaginación es absolutamente crítica para nuestra calidad de vida. Nuestra imaginación nos permite evadirnos de nuestra existencia diaria rutinaria al fantasear con viajar, comer, el sexo, enamorarnos o tener la última palabra; todas las cosas que hacen que la vida sea interesante. La imaginación nos da la oportunidad de contemplar nuevas posibilidades; es una plataforma de lanzamiento esencial para que nuestras esperanzas se hagan realidad. Enciende nuestra creatividad, mitiga el aburrimiento, alivia nuestro dolor, mejora nuestro placer y enriquece nuestras relaciones más íntimas. Cuando las personas se ven arrastradas constante y compulsivamente al pasado, a la última vez en que sintieron una implicación intensa y unas emociones profundas, sufren una falta de imaginación, una pérdida de flexibilidad mental. Sin imaginación, no hay esperanza, no hay posibilidad de contemplar un futuro mejor, no hay sitio adonde ir, no hay objetivo que alcanzar.

      Las pruebas de Rorschach también nos enseñaron que las personas traumatizadas miran el mundo de un modo fundamentalmente diferente al resto de personas. Para la mayoría de nosotros, un hombre bajando por la calle es simplemente alguien dando un paseo. Una víctima de una violación, sin embargo, verá a una persona que va a abusar de ella y les entrará pánico. Un maestro severo puede ser una presencia intimidante para un niño normal, pero para un niño cuyo padre le pega puede representar un torturador y provocarle un ataque de ira o dejarle encogido de miedo en un rincón.

      ATASCADOS EN EL TRAUMA

      Nuestra clínica estaba inundada de veteranos buscando ayuda psiquiátrica. Sin embargo, debido a una grave falta de médicos cualificados, lo único que podíamos hacer era poner a la mayoría en una lista de espera, incluso mientras seguían maltratándose a sí mismos y a sus familias. Empezamos a notar un marcado aumento en los arrestos de veteranos por ataques violentos y peleas entre borrachos, así como un número alarmante de suicidios. Me autorizaron a montar un grupo con veteranos de Vietnam jóvenes que sirviera como depósito de contención a la espera de poder empezar con ellos un tratamiento «de verdad».

      En la sesión inaugural para un grupo de antiguos marines, el primer hombre en hablar declaró rotundamente: «No quiero hablar de la guerra». Yo respondí que los participantes podían hablar de todo lo que quisieran. Después de media hora de un silencio insoportable, un veterano empezó finalmente a hablar de su accidente de helicóptero. Para mi sorpresa, el resto inmediatamente volvió a la vida, hablando intensamente de sus experiencias traumáticas. Todos ellos volvieron la semana siguiente y la semana de después. En el grupo, encontraban una resonancia y un significado a lo que anteriormente habían sido solamente sensaciones de terror y de vacío. Sentían una sensación renovada de compañerismo, que había sido tan importante en su experiencia en la guerra. Insistieron en que yo formara parte de su recién creada unidad y me regalaron un uniforme de capitán de los Marines para mi cumpleaños. Viéndolo en retrospectiva, ese gesto reveló parte del problema: estabas dentro o fuera, pertenecías a la unidad o no eras nadie. Después del trauma, el mundo se divide claramente entre los que saben y los que no. Las personas que no han compartido la experiencia traumática no son dignas de confianza, porque no pueden entenderlo. Tristemente, esto incluye