Los genes logran sus “objetivos” dirigiendo la formación de redes neuronales que hacen atractivo el sexo y permiten que el individuo sienta amor e interés por los pequeños, frutos naturales del mismo sexo.
Un tema importante y muy moderno es el de la lucha espermática: el semen se comporta como un gran organismo que lucha para que su dueño sea quien fecunde a la hembra. A pesar de que la reproducción en el mundo actual está controlada por píldoras y otros medios anticonceptivos, nosotros seguimos siendo manipulados por los mismos imperativos, buscando con la misma intensidad el sexo, independientemente de que se traduzca en más copias de nuestro genoma.
Dentro de la pretendida síntesis se estudia y sostiene la tesis de que los hombres venimos a este mundo dotados de un mínimo no despreciable de criterios para juzgar lo olfativo, lo gustativo, lo estético, lo ético, lo humorístico y lo peligroso, amén de un conjunto de características sicológicas que pueden interpretarse como residuos arcaicos de un pasado ya superado. A estos innatismos se yuxtaponen, más tarde, las experiencias culturales, que los modifican sin hacerlos desaparecer por completo. Se describen y explican las diferentes etapas de la evolución sexual, hasta llegar a la compleja sexualidad humana. Se estudian los roles genéricos y se intenta justificar su aparición y consolidación por medio de argumentos adaptativos. Asimismo, se defiende la tesis que propone la existencia de un importante componente biológico en la conducta homosexual.
En el libro se presenta y apoya la teoría de Noam Chomsky sobre el innatismo lingüístico, y se relaciona este con la arquitectura cerebral, los descubrimientos recientes aportados por los accidentes cerebrales y las últimas investigaciones sobre la conducta prelingüística de los recién nacidos. Del campo de la sicología se toma la teoría de Jean Piaget sobre el desarrollo de la inteligencia y se presenta esta como la consecuencia inevitable de una estructura predeterminada genéticamente, en interacción con el medio exterior. Se estudia la conducta lúdica del niño y se destaca la importancia que tiene la estimulación temprana para completar el desarrollo de los circuitos neurológicos, de lo cual surge, de forma natural, la explicación de los logros asombrosos, tanto físicos como intelectuales, de algunos dotados que aprendieron temprano en la vida justamente aquellas actividades para las cuales tenían facilidades. Se hace también un recorrido por el aparato cognitivo humano, forjado este por la evolución durante los muchos milenios de cambios adaptativos para responder de manera apropiada a los desafíos del nicho social humano. Se estudia el problema de la intersubjetividad y se intenta explicar la creatividad y la aparición de los genios. Asimismo, se hace un breve recorrido por el difícil enigma de la consciencia. Toda una sección se ha dedicado a estudiar las patologías cerebrales o del alma, y sus extraños resultados.
Un tema importante está representado por las etapas de la evolución social. Se muestra que, en este lento evolucionar de la vida en grupos, han ido apareciendo pecados como la xenofobia, la envidia, la codicia, la usura, la explotación del débil, la venganza, el rencor, el terrorismo, la hipocresía, el maniqueísmo y ciertos aspectos únicos de la especie humana, como los sentimientos de culpa, el remordimiento y el sentido del humor. El egoísmo y el altruismo merecen capítulo aparte. Como novedad, del enfoque evolutivo utilizado se deriva una forma original de mirar la teoría económica, basada en la naturaleza humana y no en la simple razón, lo que ha dado origen a una nueva disciplina, conocida como “economía del comportamiento”.
Se estudian, además, algunas limitaciones específicas del intelecto humano, llamadas “sesgos”, amén de otras características vergonzosas, estupideces propias de los humanos. La agresividad y todos sus agregados, así como el impulso a la jerarquía y a la territorialidad, se presentan como respuestas de origen innato y altamente adaptativas en el pasado precultural, tendientes a resolver un conjunto complejo de situaciones creadas por la vida en comunidad. De este cuadro de conductas surgen explicaciones para la fe del carbonero, la facilidad que exhibimos casi todos los humanos para dejarnos adoctrinar, el espíritu conservador de los viejos, la rebeldía de los adolescentes, la desmedida agresividad de los deportistas, la violencia contra los “herejes”, el terrorismo sin fronteras, la corrupción administrativa...
Casi todos los temas relacionados con la conducta humana son espinosos y controvertidos, pero ninguno tanto como el relacionado con las diferencias entre los sexos. El problema central reside en la falta de equidad en los diseños de la naturaleza, desequilibrio que, en los vertebrados superiores, especialmente, castiga con preferencia al sexo femenino; sin embargo, un estudio del hombre que pretenda ser completo no podrá ignorar estos temas tan importantes y, además, los eufemismos y la hipocresía al tratar el tema no harán más que crear malentendidos. En consideración a lo anterior, el autor se anticipa y ofrece disculpas por ciertas afirmaciones que a oídos femeninos pueden sonar desagradables.
No sobra advertirle al lector que esta obra fue construida sobre las ruinas de un primer libro, titulado El Hombre: herencia y conducta. Pues bien, el viejo libro fue demolido completamente y reconstruido a la luz de la infinidad de conocimientos nuevos que se han ido agregando en las dos décadas que han transcurrido desde su publicación. Por tal motivo, el lector desprevenido que conozca el libro original podrá encontrar temas que le sonarán ya conocidos, pero puede tener la seguridad de que está frente a un libro fresco, actualizado, más ambicioso, más complejo, de mayor contenido y mejor argumentado.
Este libro está estructurado como una continuación natural de otro publicado inicialmente por la Editorial Universidad de Antioquia y luego en tercera edición por Villegas Editores, y que lleva como título Del Big Bang al Homo sapiens. El primero hace énfasis en el proceso evolutivo de las especies vivas; el segundo, en las conductas del Homo sapiens. Con el fin de que los libros puedan leerse independientemente, el autor se ha visto obligado a repetir algunos temas, aunque con desarrollos diferentes, tanto en su extensión como en su profundidad. No sobra advertirles a los lectores que los tópicos tratados en la presente obra guardan cierta independencia, de tal modo que es posible saltar de unos a otros sin pasar por los intermedios, así como es posible omitir la lectura de aquellos temas que poco interesen a un lector particular.
La procedencia bibliográfica de las citas se presenta escribiendo entre paréntesis la fecha de edición de la obra, tal como aparece referenciada en la bibliografía. Cuando sea necesario, se escribirá también dentro del mismo paréntesis el apellido del autor correspondiente. El lector sabrá perdonar que se presenten algunas citas, muy pocas, sin referencia bibliográfica. La razón es que, por desorden del autor, se les ha perdido todo rastro. Para facilitar la lectura a las personas no especializadas en temas biológicos, se ha agregado al final de la obra un glosario con los términos científicos de uso más frecuente en este libro.
Quiero agradecer a los amigos y parientes que tuvieron la paciencia de leer los originales y que me ayudaron con juiciosas observaciones en la interminable tarea de mejorar el material y reducir errores.
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Introducción
Aquellos que entienden al babuino aportan más a la metafísica que Locke
Charles Darwin
Para entender la naturaleza del Universo poseemos una ventaja interna oculta: somos nosotros mismos pequeñas porciones de él y llevamos la respuesta dentro de nosotros
Jacques Boivin
La historia de la creación de las especies comenzó hace cerca de cuatro mil millones de años. Nuestros antepasados de esa época eran, probablemente, simples proteínas —primeros ensayos de la vida— que comenzaban a evolucionar sometidas a los filtros del medio ambiente primigenio. Hace tres mil quinientos millones de años había ocurrido ya el milagro de la vida: los primeros seres unicelulares poblaban el medio acuático y se reproducían con envidiable eficiencia. Tres mil millones de años más tarde, nuestros antiguos parientes habían adquirido un esqueleto óseo y algunos se arrastraban con dificultad por tierra firme. Necesitaron ciento cincuenta millones de años más para convertirse en mamíferos, y otros ciento veinte millones de años para tomar el aspecto de pequeños simios. Hace apenas seis millones de años esos antepasados nuestros caminaban erguidos. Cuatro millones de años más tarde eran capaces de fabricar toscas herramientas de piedra y hueso. Un millón y medio de años más, y los encontramos utilizando el fuego y con la capacidad de