H.P. Lovecraft

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href="#ulink_7f922741-fb8d-532e-88b1-257447ceec32"/> The Moon-Bog: escrito en 1921 y publicado en 1926.

      Cuando me llegaba el fin de mis días, y los sinsentidos de la vida me hundían en la locura, como esas gotas de agua que el torturador deja caer incesante y repetidamente sobre un punto de su víctima, lograr dormir era lo más parecido a un luminoso refugio. En las ilusiones que creaba mi cabeza al dormir encontré un poco de la belleza que había buscado durante la vida, caminando por viejos jardines paradisíacos y bosques mágicos.

      Una vez en que el viento era suave y fragante oí la llamada del sur, y navegué interminable y lánguidamente bajo extrañas estrellas.

      Otra vez en que caía mansa la lluvia navegué tierra adentro por un río sin sol, hasta que llegué a un mundo de crepúsculo púrpura, emparrados iridiscentes y rosas imperecederas.

      Y en otra ocasión, anduve por un valle dorado que conducía a umbríos bosquecillos y ruinas, y terminaba en un enorme muro verde con parras antiguas, y un pequeño acceso con puerta de bronce.

      Muchas veces recorrí ese valle; y cada vez me demoraba más en él, en una media luz espectral donde los árboles gigantescos se retorcían grotescamente, y el suelo gris se extendía húmedo de tronco a tronco, dejando al descubierto sillares de templos enterrados. Y siempre la meta de mis quimeras era el muro cubierto de vid y la puerta de bronce.

      Algún tiempo después, a medida que los días vigiles se iban haciendo menos soportables por monótonos y grises, vagué a menudo en hipnótica paz por el valle y por los umbríos bosquecillos; y me preguntaba cómo podría adoptar estos parajes como morada eterna, de manera que nunca más tuviese que volver a un mundo insulso y falto de interés y de colores nuevos. Y al mirar la pequeña puerta del muro poderoso, me di cuenta de que al otro lado se extendía una región de ensueño de la que, una vez que se entrara, no habría regreso.

      Así que por las noches, en sueños, trataba de encontrar el cerrojo de la cancela del templo cubierto de hiedra, aunque estaba muy oculto. Y me decía que el reino del otro lado del muro no solo era más duradero, sino también más hermoso y radiante.

      Luego, una noche, descubrí en la ciudad onírica de Zakarion un papiro amarillento repleto de pensamientos de los sabios que habitaban desde antiguo esa ciudad, y eran demasiado sabios para haber nacido en el mundo vigil. En él había escritas muchas cosas sobre el mundo de los sueños, entre ellas el saber sobre un valle dorado y un bosquecillo sagrado con templos, y un gran muro con una abertura cerrada por una pequeña puerta de bronce. Cuando fui consciente de esto, comprendí que se refería a los escenarios que había frecuentado; así que me enfrasqué en la lectura del papiro amarillento.

      Algunos de estos sabios soñados hablaban con deslumbramiento de las maravillas del otro lado de la puerta sin retorno, si bien otros lo hacían con horror y decepción. No sabía qué creer; aunque anhelaba cada vez más entrar definitivamente en el país desconocido; porque la duda y el misterio son el más irresistible de los señuelos, y ningún nuevo horror puede ser más terrible que la tortura diaria de la vulgaridad. Así que cuando supe de una droga que abría la cancela y permitía cruzar adentro, decidí tomarla tan pronto despertase.

      Anoche la tomé y, en su sueño, recorrí flotando el valle y los bosquecillos umbríos; y al llegar esta vez al muro antiguo, vi que la pequeña puerta de bronce estaba entornada. Del otro lado llegaba un resplandor que iluminaba espectralmente los árboles gigantescos y seguí desplazándome musicalmente, expectante de las glorias del país del que nunca volvería.

      Sin embargo, al abrirse un poco más la puerta, y mi voluntad llevada por la droga y el sueño me empujaron por ella, supe que las glorias y visiones habían llegado a su fin; porque no había ni tierra ni mar en ese nuevo reino, sino solo el blanco vacío del espacio ilimitado y desierto. Así, más feliz de lo que podía siquiera pensar, me perdí de nuevo en esa infinitud original de olvido transparente de la que el demonio Vida me había sacado por una hora corta y solitaria.

       Ex Oblivione: escrito entre 1920 y 1921. Publicado en 1921.

      Deambulando por la pétrea ciudad de Teloth, iba el joven coronado con hojas de vid, su pelo amarillo fosforesciendo por la mirra y su traje púrpura destrozado por las zarzas de la montaña Sidrak que se halla al otro lado del puente de piedra.

      Los hombres de Teloth son sombríos y austeros. Habitan en casas cuadradas y hoscamente interrogaron al forastero sobre su origen, así como sobre su nombre y fortuna. A lo que el joven repuso:

      —Soy Iranon y vengo de Aira, una ciudad lejana que recuerdo solo ligeramente, pero que anhelo volver a encontrar. Canto canciones que aprendí en esa lejana ciudad y mi ambición consiste en crear belleza con aquello que recuerdo de la infancia. Mi fortuna está en esas pequeñas memorias y sueños, y en los deseos que canto en los jardines cuando la luna es amable y el viento de poniente conmueve los botones de loto.

      Los hombres de Teloth, oyendo tales cosas murmuraron entre sí, ya que aunque no hay en la pétrea ciudad ni risas ni cánticos, los hoscos hombres observan a veces hacia las colinas Karthianas en primavera y piensan en las cítaras de la lejana Oonai, conocida por los relatos de los viajeros. Y con tal pensamiento incitaron al forastero a quedarse y a cantar en la plaza que está frente a la torre de Mlin, aunque no les agradaba el color de su ropa desgarrada, ni la mirra de sus cabellos, tampoco su corona de hojas de parra, ni la juventud de su dorada voz. Iranon cantó al atardecer y mientras lo hacía un anciano empezó a rezar y un ciego aseveró ver un halo sobre la cabeza del cantor. Pero la mayoría de aquellos hombres de Teloth bostezaron, otros se rieron y otros se fueron a dormir, ya que Iranon no les dijo nada lucrativo, solo cantó sobre sus recuerdos, sus anhelos y sus sueños.

      —Recuerdo el atardecer, la luna y los cánticos suaves, también la ventana junto a la que me mecían para que me durmiera. Tras la ventana estaba la calle de donde llegaban luces resplandecientes, donde bailaban las sombras sobre las casas de mármol. Recuerdo el lienzo de luz de luna en el suelo, incomparable a cualquier otra luz y las visiones que surgían sobre esa luminosidad cuando mi madre me cantaba. Y recuerdo el sol de la mañana brillando en el verano sobre las multicolores colinas y la dulzura de las flores en las alas del viento del sur que hacía susurrar a los árboles.

      ¡Oh, Aira, ciudad de mármol y berilo, cuán infinitas son tus bellezas! ¡Cuánto he apreciado las cálidas y fragantes arboledas en la otra orilla del límpido Nithra, y las cascadas del pequeño Kra que recorre el verde valle! En aquellos bosques y en ese valle los niños se trenzaban guirnaldas y al anochecer yo soñaba extraños sueños bajo los árboles de la montaña mientras observaba abajo las luces de la ciudad y el ondulante Nithra reflejando una cadena de estrellas.

      Y en la ciudad había castillos de colorido y veteado mármol, con bóvedas doradas y paredes pintadas, y verdes jardines con pálidos estanques y fuentes cristalinas. A menudo jugaba en esos jardines, salpicando en los estanques, y reposé y soñé debajo los árboles entre las pálidas flores. A veces, al caer el sol, subía por la larga calle empinada hacia la ciudad y la llanura y veía sobre Aira, la ciudad mágica de mármol y berilo, espléndida en su traje de luces doradas.

      Hace mucho que te extraño, Aira, pues yo era extremadamente joven al partir hacia el exilio, pero mi padre era tu rey y yo regresaré a ti, ya que así lo ha señalado el destino. Te he buscado por los siete reinos y algún día regiré sobre tus arboledas y jardines, tus caminos y palacios, y cantaré ante hombres capaces de estimar mi canto, que no me desdeñen ni me den la espalda. Porque soy Iranon, el que fuera príncipe de Aira...

      Esa noche los hombres de Teloth albergaron al forastero en un establo y a la mañana siguiente un arconte llegó hasta él y le solicitó acudir al negocio de Athok, el zapatero remendón, y hacerse su aprendiz.

      —Pero yo soy Iranon, cantor de canciones —dijo—. No estoy hecho para el trabajo de zapatero.

      —En Teloth todos tienen que trabajar duro —contestó el arconte—, esa es la ley.

      Entonces