Michael Palin

Erebus


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dieciocho mil libras de la fortuna que había amasado con el comercio de la ginebra en aparejar la Victory; no el legendario buque insignia del almirante Nelson, sino un vapor de ruedas de ochenta y cinco toneladas que se había utilizado antes como transbordador entre la isla de Man y Liverpool. La idea de Ross era que, puesto que el Victory no dependía por completo de sus velas, sería capaz de abrirse paso con mayor facilidad entre la gruesa capa de hielo. La idea tenía su lógica, pero la tripulación empezó a tener problemas con el motor la mañana siguiente, cuando zarparon de Woolwich. Incluso al navegar a toda máquina, solo alcanzaban tres nudos de velocidad. Cuando todavía se encontraban en el mar del Norte descubrieron que el sistema de calderas tenía una fuga importante (uno de sus diseñadores sugirió que taparan el agujero con una mezcla de estiércol y patatas). Aún se avistaba Escocia cuando una de las calderas estalló, al igual que John cuando le contaron lo sucedido: «Como si hubiera estado predeterminado que ni un átomo de esta maquinaria fuera otra cosa que una fuente de vejaciones, obstrucción y maldad». En el invierno de 1829, desecharon el motor entero para alivio general de todos quienes iban a bordo.

      A pesar de estos problemas iniciales, continuaron su avance y consiguieron algunos éxitos notables. Quizá ligeramente avergonzado, John Ross condujo a la Victory a través de las inexistentes montañas Croker y emergió al otro lado del estrecho de Lancaster. En su ruta, cartografió la costa oeste de una península al sur, que bautizó como Boothia Felix, cuyo nombre más tarde se abreviaría como Boothia, pero que sigue siendo la única península del mundo bautizada con el nombre de una marca de ginebra. La expedición estableció contacto con los inuits locales, lo que redundó en beneficio de ambas partes. Uno de los inuits quedó particularmente impresionado cuando el carpintero de Ross le fabricó una pierna de madera para reemplazar la que había perdido en un encuentro con un oso polar. La nueva pierna tenía inscrita la palabra «victory» y la fecha.

      Pero su mayor logro estaba todavía por llegar. El 26 de mayo de 1831, cuando habían pasado dos años de lo que sería una expedición de cuatro, James Clark Ross organizó una expedición de veintiocho días en trineo a través de la península de Boothia con la intención de descubrir la ubicación del polo norte magnético. Solo cinco días después, el 1 de junio, midió una posición de 89º 90’. Estaba lo más cerca posible del polo norte magnético. «Casi parecía que habíamos conseguido todo para lo que habíamos viajado tan lejos —escribió John Ross después—, como si nuestro viaje y todas sus labores hubieran llegado a su fin y no nos quedara nada más que hacer que regresar a casa y ser felices durante el resto de nuestros días».

      El hecho de colocar la bandera del Reino Unido y la anexión del polo norte magnético en nombre de Gran Bretaña y el rey Guillermo IV deberían haber constituido el preludio de un retorno heroico, pero el caprichoso clima del Ártico se negó a cooperar. El hielo se cerró alrededor de la expedición, cuya supervivencia estaba en tela de juicio. A medida que la perspectiva de un tercer invierno atrapados en el Ártico se convertía en una realidad, el júbilo dio paso a una amarga resignación. En junio, James Ross se sentía un triunfador. Solo unos pocos meses después, su tío John escribió abatido: «Para nosotros, la visión del hielo era una plaga, una vejación, un tormento, un castigo y un motivo de desesperación».

      Fue mucho peor de lo que nadie podría haber supuesto. De no haber sido por su estrecha relación con los inuits del lugar y la adopción de una dieta rica en aceite y grasas, sin duda habrían perecido. Desde luego, pasarían casi dos años antes de que los Ross y sus compañeros, «vestidos con harapos de bestias salvajes […] y demacrados hasta los huesos», fueran milagrosamente rescatados por un ballenero. Este barco resultó ser el Isabella, procedente de Hull, la nave que John Ross había comandado quince años antes. El capitán del Isabella apenas daba crédito a lo que veían sus ojos. Había asumido que tanto el tío como el sobrino debían de llevar dos años muertos. Tantos habían perdido las esperanzas de volver a verlos que la nación entera quedó conmocionada cuando arribaron a Stromness, en las islas Orcadas, el 12 de octubre de 1833. Cuando llegaron a Londres una semana después, la recepción fue de todo punto triunfal. Su extraordinaria fortaleza, evidente tras sobrevivir cuatro años en el hielo, sus logros científicos y su habilidad como exploradores se celebraron de forma unánime. El hecho de que la expedición hubiera estado al borde del desastre, lejos de desincentivar futuras empresas, aseguró que el Ártico se mantuviera como uno de los principales objetivos que ambicionaba el Almirantazgo y, años después, cambió drásticamente el curso de muchas vidas.

      John Ross, a quien se había restituido, recibió el título de caballero. No obstante, su momento de gloria se vio empañado por un desagradable enfrentamiento con su sobrino sobre quién merecía el crédito de haber descubierto el polo norte magnético. James reclamaba ser reconocido como único descubridor, pues él había determinado su posición. Su tío insistió en que, de haber sabido que su sobrino tenía intención de encontrar el polo, lo habría acompañado. Para los que trataban estas cuestiones, era James quien era la estrella ascendente. Comparado con su quisquilloso e impulsivo tío, parecía un hombre de confianza y determinación, cabal. A finales de 1833, fue ascendido a capitán y se le encomendó la tarea de realizar el primer estudio del magnetismo terrestre en las islas británicas.

      Apenas se había puesto a ello cuando llegaron noticias de que había doce barcos balleneros, con los seiscientos hombres de sus tripulaciones, atrapados en el hielo en el estrecho de Davis, entre Groenlandia y la isla de Baffin. El Almirantazgo acordó enviar una misión de rescate y, como era previsible, encomendó a James Clark Ross la tarea de dirigirla. Este escogió un barco llamado Cove, construido en Whitby, y nombró a Francis Crozier primer teniente de la nave.

      Mientras Ross y Crozier navegaban con rumbo norte de Hull a Stromness y se adentraban en el Atlántico Norte, el Almirantazgo empezó a buscar barcos de refuerzo por si hacía falta enviar más ayuda. De las dos bombardas que se habían transformado para la navegación polar en las expediciones de Parry, uno, el HMS Fury, había embarrancado en las rocas frente a la costa de la isla de Somerset y el otro, el Hecla, se había vendido años atrás. Eso dejaba solo al HMS Terror, un barco de la clase Vesuvius, construido en 1813, con un largo historial de servicio activo a su espalda, y al Erebus, que aún no había sido probado en ese tipo de aguas. El 1 de febrero de 1836, una tripulación reducida acudió a Portsmouth para quitarle el polvo al Erebus y trasladarlo hasta Chatham, a la espera de que se requiriese su intervención. En el ínterin, el Cove se topó con un tiempo terrible y una galerna lo golpeó con tanta furia que, en general, la gente opinó que lo que impidió que el barco se fuera a pique fue el liderazgo flemático y la gran sangre fría de James Ross. Tras regresar a Stromness para hacer reparaciones, Ross, Crozier y el Cove zarparon de nuevo hacia el estrecho de Davis. Para cuando llegaron a Groenlandia, resultó que todos los balleneros, con la excepción de uno, ya habían sido liberados del hielo.

      A pesar de esto, los esfuerzos por efectuar el rescate se consideraron heroicos. Francis Crozier fue ascendido a comandante (que, aunque resulte confuso, es el rango por debajo de capitán) y a James Ross se le ofreció el título de caballero. Para gran desilusión de sus muchos seguidores, lo rechazó, al parecer porque consideraba que el pasar a ser sir James Ross haría que lo confundieran con su conflictivo tío, recientemente ennoblecido.

      No obstante, «el hombre más atractivo de la Marina», según Jane Griffin, la futura esposa de John Franklin, tenía, sin embargo, mucho menos éxito en su vida privada. Entre sus muchos viajes, Ross había conocido y se había enamorado de Anne Coulman, la hija de dieciocho años de un adinerado terrateniente de Yorkshire. Ross había hecho lo correcto y escrito a su padre para expresarle sus sentimientos hacia Anne con la esperanza de recibir permiso para visitarla en la casa familiar. Coulman le respondió indignado, acabó inapelablemente con todos los planes de futuro para la relación y expresó su conmoción por que Ross albergara tales sentimientos «por una mera niña que todavía va a la escuela». Pero el señor Coulman tenía otros motivos para oponerse a tal unión. «Su edad [Ross tenía treinta y cuatro años] comparada con la de mi hija su profesión y las muy inciertas y peligrosas perspectivas que tiene ante usted me prohíben siquiera considerar su proposición».

      Anne, sin embargo, estaba tan enamorada de James como él de ella.