Mark Gimenez

El caso contra William


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Cuando lo dijo, a todos nos entraron ganas de echar la pota.

      Lupe llegó en ese momento con una fuente de comida mexicana. Ella también era lo que quedaba de la otra casa. Todos los muebles eran nuevos, pero la asistenta llevaba ya dos años con la familia. Ya no llevaba vestidos de campesina mexicana llenos de colores, sino un vestido completamente negro, como una camarera de un restaurante de lujo. Liz había decidido que Lupe tenía que renovarse y llevar un uniforme nuevo acorde a la nueva casa.

      —¿Qué quieres saber? —preguntó Frank.

      —Tengo catorce años y nunca he visto una, ni siquiera en foto. Ya debería saber algo así.

      —¿Podemos hablar de otra cosa? —dijo Becky.

      —¿Por qué?

      —Porque es asqueroso.

      —Le estaba preguntando a William.

      —Todos los chicos lo saben. Me siento un estúpido.

      Frank trató de recordar cuándo fue la primera vez que vio una. Fue en una revista Playboy que un chico había metido de contrabando en el instituto. Estaba en noveno curso, y nunca más vio a las chicas de la misma manera. A Frank le había tocado responder a todas las preguntas sobre sexo de su hijo, tener las típicas charlas padre-hijo. Contarle la verdad sobre Santa Claus fue mucho más fácil. Esa charla también le había tocado a Frank.

      —Muy bien. Después de cenar., buscaremos una foto de una vagina en internet.

      Becky se quedó mirando a Frank con la boca abierta. Este le respondió levantando las manos sin saber qué decir.

      —¿Qué?

      —Si te hubiese pedido ver un pene cuando tenía catorce años, ¿me habrías enseñado una foto en internet?

      —No.

      —Exacto.

      —¿Y has visto alguno?

      —El suyo… pero hace tiempo —dijo, señalando a su hermano.

      Tenía muchas más cosas que contarle, pero Frank no logró reunir el valor para preguntarle. Ella respondió de todas formas.

      —No te preocupes, papi. Sigo siendo virgen. No voy a dejar que sea el recuerdo de instituto de un chico. Soy más lista que eso.

      Frank se inclinó y la besó en la frente.

      —Gracias.

      —¿Por qué?

      —Por ser una buena hija, no como yo, que soy un padre horrible.

      —De nada.

      Todo el mundo decía que criar al primogénito era fácil. Al segundo, no tanto.

      —¿Puedo hacer otra pregunta?

      —No.

      Pero la hizo de todas formas.

      —Jimmy dice que las chicas se meten un DIU en la vagina para no quedarse embarazadas. Pero yo le dije que eso sería peligrosísimo porque el hijo de tu secretaria murió por un DIU en Irak. Jimmy es tonto, ¿no?

      —Sí que lo es —dijo Becky.

      —Es tonto, pero no por eso —dijo Frank—. El hijo de Nancy murió por un DEI, un dispositivo explosivo improvisado. Un DIU es un dispositivo intrauterino, un método anticonceptivo que usan las mujeres.

      —¿Les duele?

      —¿A las mujeres? Sí.

      Frank sonrió a Becky.

      —¡Qué divertido! —dijo a su padre.

      —¿Qué hay de postre? —preguntó su hijo.

      l móvil de William sonó. Tenía un mensaje. Lo leyó, saltó de la silla y corrió a la cocina, donde estaba la tele más cercana. La encendió y puso las noticias locales. Su madre se quedó a su lado. Estaba enfadada porque papá no iba al almuerzo con ella al día siguiente.

      —¡Papá!

      Papá y Becky llegaron unos segundos después. William señaló a la televisión. El reportero informaba: «Bradley Todd, la estrella de baloncesto de la Universidad de Texas, ha sido hoy arrestado en Austin por la supuesta brutal violación y el asesinato de una compañera de universidad. En estos momentos, lo están trasladando a la cárcel del condado de Travis. El fiscal del distrito va a pedir la pena de muerte».

      —Así que eso era —dijo papá.

      —¿Qué?

      —El director deportivo y el entrenador me llamaron hoy mientras jugabas. Tenemos una reunión este sábado por la mañana. Para hablar de eso.

      —¿No íbamos a jugar al golf?

      —El domingo.

      —¿Es el hijo de los Todds de Highland Park? —preguntó Liz—. ¿Los multimillonarios?

      —No lo sé.

      Ella sí lo sabía.

      —Están en lo más alto de la sociedad de Dallas.

      —Su padre pagará para sacarlo de ahí —apuntó William—. Tal y como hizo Kobe.

      —A Kobe no lo acusaron de asesinato.

      —No vas a ser su abogado, ¿verdad? —preguntó Becky.

      —Depende.

      —¡Papá! ¡No puedes representar a un violador asesino!

      —No voy a hacerlo. Lo voy a conocer, comprobar si ha sido acusado injustamente, si es inocente.

      —¿Y si no lo es? ¿Qué pasa si no es inocente?

      —Tendrá que buscarse otro abogado.

      Capítulo 7

      La cárcel del condado de Travis estaba en la esquina de la Décima y la calle Nueces en el centro de Austin. En un día normal, cientos de hombres residían allí; miles más residían en una instalación penitenciaria al sur de la ciudad. Todos estaban allí de manera involuntaria. Habían sido arrestados y se les habían elevado cargos por infringir el Código Penal de Texas. Asalto. Robo. Violación. Asesinato. Muchos no podían salir bajo fianza. A muchos otros se les denegaba. Todos querían salir. Con desesperación.

      Bradley Todd era uno de esos hombres.

      Sentado en el lado de los reclusos tras la partición de metacrilato de la sala de visitas, no tenía pinta de ser ni un violador ni un asesino. Parecía un misionero mormón, muy alto. Tenía veinte años y era la estrella del equipo de baloncesto de la UT (Universidad de Texas). El entrenador Billy Hayes movía la cabeza de un lado a otro, desesperado.

      —Cuando por fin encuentro un chico blanco que puede jugar en primera división, va y hace esto.

      —¿Sí? —preguntó Frank—. ¿Lo hizo?

      —¿Qué? ¿Matar y asesinar a esa chica? No, quería decir que lo arresten.

      —Arrestadlos, Horns. —Scooter McKnight suspiró.

      «Arrasadlos, Horns» era el eslogan del equipo, los Longhorn. Después de que algunos deportistas de la UT hubieran sido detenidos en los últimos años por infringir la ley, los medios de comunicación de Austin habían cambiado su grito de guerra, ahora era «Arrestadlos, Horns».

      —Es solo un jugador —dijo Billy—. Un tirador nato. Podría ser profesional, pero quiere ser médico… Increíble, ¿verdad? Una acusación falsa podría arruinar toda su vida. Es religioso, republicano… Los republicanos no violan ni asesinan a compañeras de universidad, por el amor de Dios. Frank, va los domingos al campus. ¿Cuántos jugadores de baloncesto hacen eso hoy en día? Esa chica, se lanzaba a los brazos de cualquier deportista famoso. Es difícil decir que no cuando todo lo que tienes que hacer