el resto del Antiguo Testamento; es decir, la literatura poética, cronista, sapiencial y apocalíptica).
Las diferencias entre la Biblia hebrea y el Antiguo Testamento no son muchas, pero significativas e importantes: Por ejemplo, el orden diferente de los libros (el A.T. finaliza con una profecía en torno al Mesías que viene, y la Biblia hebrea culmina con una referencia al fin del exilio babilónico), y el número de libros que incluyen (las ediciones que se basan en la Septuaginta y la Vulgata incluyen los libros apócrifos o deuterocanónicos, que posiblemente son de origen griego, y son obras que no aparecen en las Biblias hebreas).
El canon de las Escrituras
Un detalle importante al estudiar la literatura judía antigua es descubrir que la Biblia no incluye todos los libros que se produjeron en esas épocas. Inclusive, la misma Biblia alude a obras que ya no poseemos, como el libro del Justo (Jos 10.13; 1S 1.18), que debe haber sido una colección antigua de poemas ya desaparecidos. El canon actual de la Biblia no tiene todos los libros de la comunidad hebrea de la antigüedad, sino que revela un proceso crítico de evaluación y aceptación.
La palabra «canon», que se utiliza para identificar la lista de libros que se aceptan como inspirados por Dios y aceptados con autoridad por las iglesias y los creyentes, se deriva del término griego que describe una regla o caña para medir o, inclusive, alude a un modelo. La expresión, en su traducción al castellano y significación religiosa, se relaciona con los libros que han sido aceptados como genuinos y autoritativos, tanto en las iglesias como en las sinagogas. De esta forma, la palabra «canon» describe adecuadamente los libros que integran y forman parte de las Biblias, tanto judías como cristianas.
Sin embargo, las comunidades judías difieren de las cristianas en torno al grupo de libros que aceptan como fundamento de su fe y sus prácticas religiosas, además del orden en que se encuentran. Junto al A.T. o la Bi-blia hebrea, las iglesias han incorporado y aceptado el N.T. (que contiene los mismos libros en todas las confesiones), con sus veintisiete libros, que incluyen una nueva perspectiva de la vida y la experiencia religiosa, fundamentada en las enseñanzas y los mensajes expuestos por Jesús de Nazaret y sus seguidores.
Inclusive, diversas confesiones cristianas difieren en torno al número de libros que constituyen el A.T. Por ejemplo, las iglesias que fundamentan sus versiones de la Biblia en la tradición de la Septuaginta (LXX) y la Vulgata (V) (p.ej., la Católica y las Ortodoxas), incluyen una serie de libros que no aparecen en las ediciones judías o protestantes de las Escrituras, los llamados «Deuterocanónicos», entre los católicos, o «Apócrifos», entre los protestantes o evangélicos.
A continuación se incluyen las listas de los libros de acuerdo con los cánones judío y cristiano de la Biblia. Mientras que el canon judío se fundamenta en libros que se escribieron en hebreo, los libros deuterocanónicos en su edición actual aparecen en griego. Y fundamentadas en ese argumento lingüístico, además de otros análisis teológicos, las iglesias asociadas a la Reforma Protestante no han aceptado estos libros apócrifos como parte de sus Biblias. Esas ediciones protestantes o evangélicas de la Biblia siguen la tradición judía al no aceptar esas obras como parte de su canon. La pa-labra griega «apócrifo», relacionada con esos libros, significa «ocultos». La implicación, en círculos protestantes, es que no tienen el mismo peso de revelación ni la autoridad doctrinal que el resto del canon. Cuando se editan Biblias para comunidades protestantes con los libros deuterocanónicos, se agrupan en una sección entre los testamentos bajo el título «Apócrifos».
Otras iglesias, por ejemplo, como las ortodoxas y las etíopes, contienen en sus cánones del A.T. otros libros que no se incluyen entre los deuterocanónicos católicos, aunque sí aparecen entre los apócrifos protestantes: p.ej., 1 Esdras y la Oración de Manasés.
El proceso de canonización de la Biblia hebrea, que sirvió de base para las Escrituras cristianas, tomó mucho tiempo. La primera sección en ser reconocida con autoridad por la comunidad fue la Ley o Pentateuco, la primera sección de las Escrituras; el resto de los libros de la Biblia hebrea, de alguna forma directa o indirecta, aluden a la revelación divina que se ponen en evidencia en la Torá. Ya a finales de la época monárquica en Israel, se reconoció el valor y la autoridad de, por lo menos, algunas secciones de la Ley, pues fue base para algunas reformas religiosas y sociales de gran importancia en Jerusalén.
Posteriormente, la sección de los Profetas fue reconocida como parte de los documentos inspirados, en el período postexílico, al igual que la llamada historia deuteronomista. Y esa sección histórica incluye desde el libro del Deuteronomio al segundo libro de los Reyes. La sección de los Escritos fue la más que se tardó en ser reconocida como canónica, pues incorpora literatura postexílica que estaba en proceso de redacción. Ya para el siglo II a.C., las tres secciones mayores de la Biblia hebrea se habían reconocido con alguna autoridad, de acuerdo con el prólogo al libro de Eclesiástico. Las iglesias cristianas siguieron esa tradición, pues esa fue la única Biblia que leyó y estudió Jesús de Nazaret, y que recibieron y analizaron los primeros apóstoles y las iglesias primitivas.
La Biblia hebrea que utilizaron los cristianos de habla griega fue mayormente la versión Septuaginta (LXX). Esa Biblia, que era la traducción al griego de los textos hebreos, provino de Alejandría, donde los judíos helenísticos tenían un canon más extenso que sus correligionarios de Palestina. La LXX incluye los llamados libros Deuterocanónicos, y la disposición de los manuscritos que tenemos a disposición representa una estructuración con un fundamento teológico claro y bien definido: La historia de Israel llega a su culminación con el advenimiento del Mesías, el Cristo, que para las iglesias primitivas era Jesús de Nazaret. La LXX finaliza con la promesa divina en el libro del profeta Malaquías (Mal 4.5-6), que el Señor enviaría un nuevo Elías, que posteriormente en el N.T. se relaciona directamente con Juan el Bautista (Mt 1.1—3.17).
Los géneros literarios de la Biblia hebrea
El mensaje histórico, teológico y religioso de la Biblia se articula en términos humanos, mediante una serie de géneros literarios que facilitan la comprensión y propician el aprecio de la revelación divina. Para los creyentes, tanto judíos como cristianos, esta revelación bíblica tiene muchas virtudes espirituales, que se manifiestan con vigor en medio de la belleza literaria y estética que se encuentra en sus escritos.
Los escritos bíblicos se pueden catalogar, en una primera evaluación, en los dos grandes géneros literarios: La narración y la poesía. Sin embargo, un análisis más riguroso, minucioso, detallado y sobrio de esta literatura, descubre que entre esos dos géneros mayores, se encuentra una serie compleja y extensa de formas de comunicación que no solo añaden belleza a los escritos sino que facilitan los procesos de memorización y disfrute de la revelación divina.
La lectura de las Escrituras, desde la perspectiva del análisis literario, descubre los siguientes géneros, entre otros:
Relatos históricos, que pretenden transmitir las experiencias de vida de algunos personajes importantes de la historia de Israel (p.ej., Gn 11.27—25.7). Este tipo de narración alude al pueblo de Israel, presenta a sus personajes más importantes y significativos, y alude a las naciones vecinas y sus gobernantes.
Narraciones épicas, como la liberación de Egipto, el peregrinar por el desierto Sinaí, o la conquista de las tierras de Canaán, que revelan las gestas nacionales que le brindan al pueblo de Israel sentido de identidad, cohesión y pertenencia (p.ej., Éx 1—15).
Leyes y documentos legales, que ponen de manifiesto las regulaciones religiosas y las normas éticas y morales que debía seguir el pueblo si deseaba mantener una relación adecuada de pacto con Dios. Estas leyes también revelan la naturaleza divina, que se describe con términos significativos y valores fundamentales, como santidad, justicia, fidelidad y rectitud (p.ej., Éx 19.1—24.18; Lv 17.1—25.55).
Genealogías, que son piezas literarias de gran importancia y significación para el mundo antiguo, pues intentaban afirmar el sentido de pertenecía y pertinencia de una persona o una comunidad. Estas formas literarias tienen un gran valor teológico en la Biblia hebrea, pues relacionan al pueblo de Israel con la creación del mundo y el origen de la humanidad (p.ej., Gn 5.1-32;