Samuel Pagán

Historia del Israel bíblico


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antiguas de la Biblia hebrea

      Las versiones de la Biblia hebrea son las traducciones de esos antiguos manuscritos y textos a los diversos idiomas que hablaba la comunidad judía antigua. Algunas de estas versionas antiguas de la Biblia han jugado un papel protagónico en el desarrollo de las doctrinas de las iglesias y en la diseminación del mensaje cristiano. Ese es el caso de algunas de las traducciones bíblicas al griego y al latín.

      Por varios siglos, la LXX fue la Biblia que utilizaron las comunidades judías de la diáspora, que no dominaban el idioma hebreo. Posteriormente, las iglesias cristianas hicieron de esta versión el texto fundamental para sus usos cúlticos, y también para el desarrollo efectivo de su apologética.

      Como la LXX era el texto bíblico usado por los cristianos en sus argumentaciones contra los judíos, con el tiempo, esa importante versión griega se convirtió en una esencialmente cristiana, y las comunidades judías de habla griega comenzaron a utilizar otras versiones. Los judíos, poco a poco, comenzaron a rechazar la versión de los LXX por el uso que le daban los cristianos y por algunas diferencias que presentaba con respecto al texto hebreo. De esta forma paulatina, las versiones de Aquila, Teodocio y Simaco sustituyeron a la LXX, entre los lectores judíos.

      De acuerdo con las tradiciones rabínicas, Aquila fue un converso judío del paganismo, oriundo de Ponto, que tradujo la Biblia hebrea al griego, con suma fidelidad al TM. En su traducción, intentó, inclusive, reproducir en griego palabra por palabra del texto hebreo, incluyendo los modismos del lenguaje. Esas características lingüísticas y teológicas hicieron de esta versión griega la más popular entre las sinagogas de la diáspora, posiblemente por cuatro siglos, hasta la entrada la época árabe.

      Teodocio fue un judío converso de Éfeso, que por el año 180 d.C. revisó la traducción de los LXX, con la finalidad de atemperarla a las necesidades de la comunidad judía. Esta traducción, sin embargo, aunque era un intento por hebraizar el texto de los LXX, carecía de elementos anticristianos, y fue rechazada por la comunidad judía y apreciada por la cristiana.

      Simaco era un judío fiel que con el tiempo se incorporó a las comunidades de los ebionitas. Por el año 200 d.C., y posiblemente para mejorar la traducción de Aquila, revisó nuevamente el texto griego de la Biblia. En esta ocasión, es de notar, que no se apegó tanto a la literalidad del texto hebreo y buscó transmitir con fidelidad el sentido fundamental de los pasajes particularmente difíciles de las Escrituras.

      De estas tres versiones griegas, Aquila, Teodocio y Simaco, no tenemos lamentablemente los manuscritos completos. Solo poseemos algunos fragmentos que han sobrevivido parcialmente en las famosas Hexaplas de Orígenes, que consiste en una publicación que dispone siete versiones de la Biblia en paralelo. En esta importante obra, se encuentran inclusive referencias a otras versiones griegas y antiguas de la Biblia, las cuales conocemos principalmente por su ubicación en la obra. De particular importancia son las versiones que se encuentran en las columnas quinta, sexta y séptima.

      En sus comienzos, estas traducciones se producían de manera oral, pues se llevaban a efecto a la vez que se presentaban los pasajes bíblicos en el culto sinagogal. Con el tiempo, sin embargo, se fijaron en formas literarias, y se les añadían, inclusive, comentarios y reflexiones de naturaleza doctrinal, pedagógica y homilética. A su vez, estas nuevas traducciones de los manuscritos inspirados eran una forma novel de interpretar y aplicar esos importantes textos sagrados.

      Existen traducciones arameas o targúmenes de todos los libros bíblicos, con la posible excepción de Esdras, Nehemías y Daniel. Y el uso de estas versiones bíblicas llegó hasta el período neotestamentario, como se desprende de la presencia de los Targum de Job y de Levítico entre los manuscritos de Qumrán.

      En torno a la Torá, se han encontrado cuatro targúmenes. El primero, redactado en un arameo babilónico, y ciertamente el más antiguo e importante del grupo, se conoce como el Targum de Onquelos. El manuscrito que poseemos proviene posiblemente del siglo I o II d.C., y presenta una paráfrasis sobria de las narraciones y las leyes del Pentateuco. Los otros targúmenes se han redactado en arameo palestino, y presentan paráfrasis más libres de los textos bíblicos: El Targum Yerushalmi I o de Pseudo-Jonatán; Targum Yerushalmi II o Fragmentarium, del cual se conservan solo unos 850 versículos; y el Targum Neophyti, que se encontró en la Biblioteca del Vaticano en el 1956.

      Referente a la sección de los profetas o Neviim en la Biblia hebrea, el Targum de Jonatán ben Uzziel contiene las traducciones parafrásticas de los profetas anteriores y posteriores. Aunque es de origen palestino, este targum recibió su edición definitiva en Babilonia en los siglos III y IV d.C. Se atribuye a Jonatán, que es posiblemente un discípulo distinguido de Hillel, el gran rabino del siglo I d.C.

      De los Escritos o Ketubim existen manuscritos de casi todos sus libros, y de Ester se poseen tres. Redactado en un arameo palestinense, contiene traducciones e interpretaciones del texto bíblico que provienen de diversos períodos históricos y de diferentes autores. Su edición definitiva se produjo en los siglos VIII y IX d.C.

      Dos de estas versiones griegas merecen especial atención: La primera proviene del África, c. 150 d.C.; y la segunda, posiblemente de Roma, entre los siglos II y III d.C. Esta segunda versión latina es superior a las otras versiones por la fidelidad el texto hebreo y la claridad en la comunicación. El texto base para el A.T. fue la LXX.

      La versión de la Biblia conocida como la Vulgata ha jugado un papel protagónico en la historia de la iglesia cristiana, pues se convirtió en texto bíblico oficial de la Iglesia Católica hasta épocas muy recientes. San Jerónimo llevó a efecto esta traducción (383-404/6 d.C.), en la histórica ciudad de Belén, por encomienda expresa del Papa San Dámaso que quiso tener una edición de la Biblia que ayudara a superar las dificultades textuales y las confusiones teológicas que generaban los diversos esfuerzos latinos de traducción previos.

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