Clive Barker

Medianoche absoluta


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atrás

       40. Huesos y risas

       41. Polvo de dragón

       42. Los demonios

       43. Aguas oscuras

       44. Paria

       Quinta parte: El Stormwalker

       45. Los asuntos del Imperio

       46. Hablando de misterios…

       47. Convergencia

       48. Sonrisas

       49. Aquellos-que-caminan-más-allá-de-las-estrellas

       50. Fuera de las profundidades

       51. Padre e hijo

       52. Atrocidades

       Sexta parte: No existe el mañana

       53. Compasión

       54. La emperatriz en todo su esplendor

       55. Hacia abajo

       56. La mano está en llamas

       57. Un cuchillo para cada corazón

       58. Ahora, porque…

       59. Un suspiro infinito

       60. Abarataraba

       Séptima parte: La llamada del Olvido

       61. Desaparecidos

       62. El volcán y el Vacío

       63. Cerdos

       64. No hay plan B

       65. Canción de cuna

       66. El amor llega demasiado tarde

       67. Yat Yut Yah

       68. Liberación

       69. Por cada cuchillo, cinco corazones

       70. Nada excepto las piedras

       71. Una ejecución

       72. La verdad

       73. Las almas

       74. El martillo del nephauree

       75. El final del mundo

       76. Y más allá

       Final

       Sobre el autor

       Johnny 2.0 Raymond

       Mark Miller

       Robbie Humphreys

      Epígrafe

       No saldrá el sol mañana temprano.

       No habrá luna que bendiga la noche.

       Las estrellas se enfriarán de pronto.

       Estos versos proclaman el fin de la luz.

3

      Prólogo

      Lo que el hombre ciego vio

       ¡Soñad!

       Forjaos y surgid

       de vuestras mentes para adentraros en la de otros.

       Hombres, sed mujeres.

       Peces, sed moscas.

       Niñas, dejaos crecer la barba.

       Hijos, sed vuestras madres.

       El futuro del mundo ahora descansa

       en los vientres de coral tras nuestros ojos.

      

      Una canción entonada en la calle Paradise

      Estoy. En la orilla de Idjit, donde las Dos de la Mañana miran al sur sobre los oscuros estrechos en dirección a la isla de Gorgossium, había una casa con una fachada muy decorada ubicada en lo alto de los acantilados. El inquilino respondía al nombre de señor Kithit, entre otros muchos apelativos, pero ninguno de esos nombres era el verdadero. Se le conocía simplemente como el Lector de Cartas. Las cartas que leían no se habían diseñado para los juegos de azar, ni mucho menos. Solo empleaba la baraja del tarot abaratiano, en el que un lector con tanta experiencia como el señor Kithit podría encontrarse con un pasado susurrante, un presente dubitativo y un futuro que apenas abría los ojos. Podía ganarse la vida cómodamente interpretando el modo en que caían las cartas.

      Durante muchos años, el Lector de Cartas había atendido a los numerosos clientes que llegaban en busca de sabiduría, pero esa noche no iba a saciar la curiosidad de otros. No lo haría