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el Crepúsculo

      La pandilla abaratiana de Candy tenía muchos planes para celebrar que había vuelto sana y salva a las islas tras la violencia y la locura del Más Allá. Pero apenas habían terminado de darle la bienvenida con besos y risas (a lo que los hermanos John añadieron una versión a cappella de un viejo estándar abaratiano) cuando Deaux-Deaux, el Capitán de Mar, que había sido el primer amigo que había hecho Candy en aguas abaratianas, fue a buscarla para decirle que se estaba transmitiendo la orden, por todos los medios y en todas las direcciones posibles, de que se presentara ante la Gran Cabeza de Yeba Día Sombrío. El Consejo de las Horas ya estaba congregado allí, en una reunión de emergencia para analizar al completo los desastrosos acontecimientos que habían tenido lugar en Chickentown. Puesto que Candy poseía una perspectiva única de dichos acontecimientos, era vital que asistiera para prestar declaración.

      No sería una reunión fácil, lo sabía. Sin duda, el Consejo sospechaba que ella era el origen de los sucesos que habían causado tanta destrucción. Querrían que les diera un testimonio completo de por qué y cómo había logrado hacer unos enemigos tan poderosos como Mater Motley y su nieto, Christopher Carroña: enemigos con el poder de anular el sello que el Consejo había puesto sobre Abarat y obligar a las aguas del Izabella a doblegarse a su voluntad, lo que provocó que se formara una ola tan potente como para anegar el umbral entre los mundos e inundar las calles de Chickentown.

      Se despidió en seguida de aquellos a los que acababa de volver a saludar (Finnegan Hob, Tom Dos Dedos, los hermanos John, Ginebra) y, en compañía de su amigo Malingo, el geshrat, subió a bordo de un pequeño bote que el Consejo le había enviado y partió hacia los Estrechos del Crepúsculo.

      El viaje fue largo pero sin incidentes. No fue gracias al temperamento del Izabella, que estaba muy agitado y presentaba en sus corrientes multitud de pruebas del viaje que habían realizado recientemente sus aguas más allá de la frontera entre los mundos. Había restos de Chickentown flotando por todas partes: juguetes de plástico, botellas de plástico y muebles de plástico, por no mencionar cajas de cereales y latas de cerveza, páginas de revistas del corazón y televisores rotos. Una placa con el nombre de una calle, pollos muertos, el contenido de la nevera de alguien, sobras que se meneaban en bolsas de plástico herméticas: medio sándwich, unos filetes de carne y una porción de tarta de cerezas.

      —Qué extraño —dijo Candy mientras observaba cómo flotaba todo—. Me da hambre.

      —Hay muchos peces —dijo el abaratiano vestido con el uniforme del Consejo que conducía el bote entre la basura.

      —No los veo —dijo Malingo.

      El hombre se inclinó sobre un lado del bote y, con una velocidad asombrosa, metió la mano en el agua y sacó un pez gordo con puntos amarillos y manchas de color azul brillante. Le ofreció la criatura, toda pánico y colorido, a Malingo.

      —Toma —dijo—. ¡Cómetelo! Es un pez sanshee. Tiene una carne muy buena.

      —No, gracias, crudo no.

      —Como quieras. —Se lo ofreció a Candy—. ¿Mi señora?

      —No tengo hambre, gracias.

      —¿Le importa si yo…?

      —Adelante.

      El hombre abrió la boca mucho más de lo que Candy pensaba que fuera posible y mostró dos impresionantes hileras de dientes afilados. El pez, para gran sorpresa de Candy, emitió un chillido agudo que se apagó en el instante en el que su depredador le arrancó la cabeza. La chica no quería mostrar repulsión por lo que probablemente fuera algo perfectamente natural para el piloto, así que se puso a observar de nuevo los extraños recuerdos de Chickentown que seguían flotando, hasta que la pequeña embarcación les introdujo finalmente en el ajetreado puerto de Yeba Día Sombrío.

      Capítulo 2

      El Consejo habla

      Candy había esperado que la convocaran en la Sala del Consejo, que los Consejeros la interrogaran sobre lo que había visto y experimentado y que después la dejaran irse para reunirse de nuevo con sus amigos. Pero, tan pronto como se presentó ante el Consejo, pareció evidente que, de los once individuos allí reunidos, no todos pensaban que Candy era una víctima inocente de los acontecimientos desastrosos causantes de tanta destrucción, sino que debía pactarse alguna clase de castigo.

      Una de las acusadoras de Candy, una mujer llamada Nyritta Maku, originaria de Huffaker, fue la primera en expresar su opinión y lo hizo sin edulcorarla ni lo más mínimo.

      —Está muy claro que, por razones que solo tú conoces —dijo; su cráneo de piel azul se extendía hasta formar una serie de subcráneos de hueso blando y con un tamaño más pequeño que colgaban como una cola—, viniste a Abarat sin que nadie de esta sala te invitara, con la intención de causar problemas. Y así fue de inmediato: liberaste a un geshrat del servicio de un mago encarcelado sin tener ninguna autoridad para ello; despertaste la furia de Mater Motley, lo que por sí solo merecería una dura sentencia; y hay cosas peores. Ya hemos escuchado testimonios. Parece que tienes la arrogancia de pensar que interpretarás un papel importante en el futuro de nuestras islas.

      —Yo no vine aquí deliberadamente, si es a eso a lo que te refieres.

      —¿No has hecho semejante afirmación?

      —Esto es un accidente. Que yo esté aquí es un accidente.

      —Responde a la pregunta.

      —Si tuviera que hacer una suposición aventurada, diría que es lo que intenta hacer, Nyritta —dijo el representante del Presente. Era una espiral de cálida luz moteada en medio de la cual flotaban semillas de amapola de oro blanco—. Dale la oportunidad de que encuentre las palabras.

      —Oh, de verdad que te encantan las causas perdidas, Keemi.

      —No estoy perdida —dijo Candy—. Sé manejarme bastante bien.

      —¿Y cómo es eso? —preguntó un tercer miembro del Consejo; su rostro era una flor de cuatro pétalos con ocho ojos y una boca brillante en el centro—. No solo te manejas bien por las islas, sino que también sabes mucho sobre el Abarataraba.

      —Solo he escuchado historias de aquí y de allá.

      —¡Historias! —dijo Yobias Thim, que llevaba una fila de velas alrededor del ala de su sombrero—. Uno no aprende a manejar a Feits y Wantons solo escuchando historias. Creo que lo que ocurrió con Motley y Carroña y tus conocimientos del Abarataraba forman parte de un mismo asunto muy sospechoso.

      —Dejadlo estar —dijo Keemi—. No la hemos hecho venir a Okizor para interrogarla sobre por qué conoce el Abarataraba.

      Miró a los Consejeros de su alrededor: no había dos que compartieran la misma fisionomía. El representante de Gorro de Orlando tenía una brillante cresta de gallo con plumas coloradas y turquesas que se alzaban orgullosas en medio de su agitación, mientras que el rostro del representante de Soma Pluma, Helio Fatha, oscilaba como si mirase fijamente a través de una nube de calor. La cara iluminada del Consejero de las Seis de la Mañana estaba cubierta con la promesa de un nuevo día.

      —Vale, es verdad. Sé algunas… cosas —admitió Candy—. Empezó en el faro cuando descubrí cómo invocar al Izabella. No estoy diciendo que no pudiera hacerlo, porque pude. Es solo que no sé cómo lo hice. ¿Acaso importa?

      —Si este Consejo piensa que importa —gruñó el semblante de piedra originario de Efreet—, entonces importa. Y todo lo demás debería serte indiferente hasta que la pregunta se haya respondido satisfactoriamente.

      Candy asintió.

      —De acuerdo —dijo—. Lo haré lo mejor que pueda, pero es complicado.

      Y así empezó a contarles lo mejor que pudo las partes que conocía, empezando por los acontecimientos de los que derivó todo lo demás: su nacimiento y el hecho de que, más o menos una hora