Ben Aaronovitch

Familias fatales


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mundo moderno de la magia. Cuando volví a La Locura, dejé registro de ello y elaboré los dos informes requeridos. El pensamiento del policía en estas situaciones en las que faltan pistas es que o bien una línea de investigación completamente distinta resultará estar conectada a ella de una forma inesperada o nunca descubrirás qué coño estaba pasando.

      Mi instinto me decía que nunca averiguaríamos por qué Richard Lewis se tiró delante de un metro…, razón de más por la que nunca deberías confiar en tu instinto.

      Capítulo 4

      Asuntos complicados e imprecisos

      Tras los incidentes relacionados con la seguridad vial, los robos y los hurtos son los delitos más comunes que sufren los civiles (lo que la gente llama habitualmente ciudadanos ciudadanos). También son de los que más se quejan, sobre todo porque saben que el número de casos resueltos es bajo.

      —No sé por qué se molestan en anotar todo eso —dicen mientras exageran el valor de sus pertenencias para el seguro—. Tampoco es que vayan a pillarlo, ¿no? —A lo que no tenemos respuesta porque tienen razón. No vamos a atraparlos por ese robo en particular, pero a menudo les cogemos después y entonces conseguimos devolverles sus cosas, esas que ya han sustituido por otras mejores gracias al seguro. La mayor parte de las pertenencias recuperadas son porquerías, pero algunas llaman la atención de la Brigada de Patrimonio Histórico, que se las lleva, las fotografía y las sube a una base de datos que se llama, gracias al infalible oído de Scotland Yard para conseguir acrónimos melodiosos, LSAD: Directorio de Arte Robado de Londres.

      No dejan de decir que van a hacerla accesible al público, pero yo esperaría sentado. Un agente de policía que puede hacer consultas si consigue persuadir a su jefe más inmediato de que presione para que le den acceso a su Unidad de Mando Operacional a través de sus terminales. No es fácil cuando el jefe más inmediato en cuestión tiene un poco difusos los conceptos sobre bases de datos, búsquedas por Internet y, ciertamente, la mismísima noción de «jefe directo». Yo había conseguido tener acceso después de Año Nuevo, y ahora comprobar las nuevas adquisiciones se había convertido en parte de mi rutina matinal. «Cualquier cosa con tal de evitar el trabajo de verdad», era el veredicto de Lesley, y Nightingale me dirigía la misma mirada larga y de sufrimiento que me dedica cuando exploto accidentalmente los extintores, me quedo dormido mientras habla o no consigo conjugar los verbos en latín.

      Así que podrás imaginarte lo contento que me puse cuando, una fría y oscura mañana, quince días después de mi visita a Swindon, localicé mi primer hallazgo. Siempre empiezo con los libros raros y casi lo paso por alto porque estaba en alemán: Über die Grundlagen, die der Praxis der Magie zugrunde leigen, pero por suerte se había traducido como Sobre los conceptos básicos subyacentes a la práctica de magia, probablemente por el traductor de Google. Había una imagen en la portada que apuntaba a Reinhard Maller como su autor y 1799 como su fecha de publicación en Weimar. Busqué a Maller en el índice de tarjetas de la biblioteca mundana, pero no encontré nada.

      Anoté el número del caso, imprimí la descripción y se lo enseñé a Nightingale después, durante la práctica de esa mañana. Él tradujo el título como Sobre los fundamentos que subyacen a la práctica de la magia.

      —No presumas —dije.

      —Creo que será mejor lo guardes —dijo—. Y mira a ver si puedes averiguar de dónde ha salido.

      —¿Tiene algo que ver con Ettersberg? —pregunté.

      —Dios mío, no —respondió—. No todo lo que es alemán está relacionado con los nazis.

      —¿Es una traducción del Principia Artis Magicae?

      —No puedo decírtelo sin haberle echado una ojeada.

      —Me acercaré a Patrimonio Histórico —dije.

      —Hazlo más tarde, después de las prácticas.

      * * *

      Patrimonio Histórico, a la que sin duda el resto de la Policía Metropolitana conoce como la Brigada de Manualidades, recuperaba de vez en cuando algún objeto tan valioso que ni siquiera el almacén de pruebas del Nuevo Scotland Yard era lo suficientemente seguro para él. Para esos objetos alquilaban un espacio en la casa de subastas Christie’s, donde se ríen de los hombres araña, les retuercen la nariz a los ladrones internacionales de arte y tienen las medidas de seguridad más importantes, y se rumorea que ilegales, del mundo. Por eso a la mañana siguiente me encontré bajando por King Street en el barrio de St. James, donde ni siquiera la lluvia glacial podía borrar el olor a dinero.

      Tampoco pudo un cartucho de bombas incendiarias, en abril de 1941, cuando lo destruyó todo salvo la fachada del número 8 de King Street, la sede londinense de Christie’s desde 1823. La reconstruyeron en los cincuenta, razón por la que el recibidor era decepcionantemente deforme y tenía un techo bajo, aunque con un aire acondicionado caro y con los suelos de mármol.

      La Locura no genera los gigabytes de papeleo que el resto de Scotland Yard, pero lo que sí producimos tiende a ser un pelín demasiado esotérico como para subcontratar a una compañía de tecnología de la información en Inverness. En su lugar tenemos a un anciano metido en un sótano de Oxford, aunque cierto es que el sótano está bajo la biblioteca Bodleiana y el hombre es un doctor en Filosofía y un miembro de la Royal Society.1

      Encontré al profesor Harold Postmartin, doctor en Filosofía, miembro de la RS y la B. Mon, inclinado sobre el libro en una sala de consultas del piso superior. Diseñada, me enteré después, para ser deliberadamente neutra y no distraerte de lo que fuera que se suponía que estabas consultando, toda la sala estaba enmoquetada en color beige, tenía las paredes blancas y unas sillas de falso estilo Bauhaus, de aluminio y lona negra. Postmartin estaba examinando su premio en un atril anodino. Llevaba puestos unos guantes blancos y utilizaba una espátula de plástico para pasar las páginas.

      —Peter —dijo cuando entré—. Esta vez te has superado a ti mismo. De verdad que te has superado.

      —¿Es bueno? —pregunté.

      —Yo diría que sí —respondió Postmartin—. Un auténtico grimorio alemán. No había visto uno de estos desde 1991.

      —Pensé que podría ser una copia del Principia.

      Postmartin me miró por encima de sus gafas y sonrió.

      —Sin duda, se basa en los principios newtonianos, pero opino que es mucho más que una copia. Mi alemán está un poco oxidado, pero creo que no me equivoco al decir que parece haber salido de la Weiβe Bibliothek de Colonia.

      Mi alemán es peor que mi latín, pero me pareció que hasta yo podía traducir eso.

      —¿De la Biblioteca Blanca? —pregunté.

      —También conocida como la Bibliotheca Alba y como la sede central de la práctica de la magia alemana hasta 1798, cuando los franceses, que eran dueños de esa parte de Alemania por aquel entonces, cerraron la universidad.

      —¿Entonces a los franceses no les gustaba la magia?

      —Apenas —respondió—. Cerraron todas las universidades. Es uno de los desafortunados efectos secundarios de la Revolución Francesa.

      Los detalles de lo que le pasó al contenido de la biblioteca anexa eran escasos, pero, según los documentos de Postmartin, toda la Weiβe Bibliothek se había trasladado en secreto de Colonia a Weimar.

      —Donde, alentada sin duda por la ola creciente del nacionalismo alemán —dijo—, se convirtió en la Deutsche Akademie der Höhere Einsichten zu Weimar o en la Weimarer Akademie der Höhere Einsichten, para abreviar.

      —Porque lo segundo es mucho más corto —aclaré.

      —La Academia de Conocimientos Superiores de Weimar —dijo Postmartin.