Antes del primer día de clase, el profesor ha definido y preparado lo que va a ser su curso. Puesto que para el profesor un curso es, fundamentalmente, una serie ordenada de lecturas (un dossier) sobre un asunto, ya ha decidido el asunto que quiere tratar y ya ha elegido y secuenciado los textos, aunque sabe que esa selección y esa secuencia seguramente serán alteradas a lo largo del curso. De hecho, el que el dossier sea alterado será una señal de que el curso ha sido realmente un curso. Al empezar el curso, y desde la perspectiva del profesor, hay una relación curiosa entre repetición y diferencia. Para el profesor, un curso es siempre una relectura (aunque solo sea porque ya ha leído los textos que va a leer de nuevo, con sus estudiantes, durante el curso), una oportunidad para la repetición. El privilegio del profesor es que puede permitirse el lujo de volver a leer, una y otra vez, curso tras curso, los mismos textos, aunque introduzca, desde luego, algunas variaciones. Entre un curso y otro, el profesor ha seguido estudiando, es decir, ha seguido preparando sus cursos y preparándose para sus cursos y, por eso, lo que vuelve a comenzar no será exactamente lo mismo: siempre hay algo en cada curso que se prueba y se pone a prueba por primera vez. Si el profesor decide repetir un curso no es solo porque lo considere interesante para los estudiantes sino también porque quiere seguir estudiando, porque quiere volver a leer. Como dice Peter Handke:
Invitado a escoger entre un nuevo camino y la repetición de un camino me he decidido por la repetición, y eso ha sido una decisión. (14)
Desde el punto de vista del profesor, los textos no son leídos sino releídos. El profesor es, por definición, el que ya ha leído, y los estudiantes los que van a leer. Pero lo que el profesor espera es que su relectura (hecha en otro curso, con otras personas, en otras circunstancias) le diga, también a él, algo nuevo. El profesor no solo tiene el privilegio de releer, sino también el de releer con unos estudiantes que están leyendo por primera vez. Y eso, solo eso, ya convierte la repetición en diferencia. Otra vez Peter Handke:
No enseñes. Pero cuando enseñes que sea como si, asombrado, acabaras tú mismo de enterarte de esto. (15)
El profesor, al enseñar, al repetir, espera también para sí el asombro, el enterarse de algo.
Después de la preparación (del estudio, de la lectura), el curso comienza y llega la primera clase. Ese día hay un estado de ánimo especial, como en todos los comienzos (un nuevo amor, un nuevo año, un nuevo verano, un nuevo libro, un nuevo amigo, una nueva ciudad). Pero el primer día de clase no solo tiene la emoción del estreno, de la primera vez (aunque la obra haya sido ya ensayada multitud de veces, aunque ya nos la sepamos de memoria). Desde luego, es el momento de las primeras miradas, esas que tratan de adivinar cómo responderán los otros, como reaccionarán. El primer día del curso, el profesor busca algunos ojos más abiertos de lo acostumbrado, alguna voz con una vibración especial, algunos gestos de asentimiento particularmente enfáticos, algún rostro especialmente expresivo, alguna postura corporal un poco más atenta, un poco más concentrada.
Pero el primer día de clase es también, sobre todo, el momento en que el profesor hace los primeros gestos dirigidos a los estudiantes, es decir, donde hace, por primera vez, de profesor. Y esos gestos iniciales tienen que ver, me parece, con hacer que eso que va a comenzar sea “realmente” un curso, y un curso, además, escolar, algo que se va a dar en las particulares condiciones de la escuela. Lo que el profesor hace no es anunciar una meta, sino empezar un camino.
El primer gesto del profesor tiene que ver con una operación temporal, con la reiteración del modo escolar de dar tiempo. Comenzar un curso es darse tiempo, tomarse tiempo, liberar tiempo, crear tiempo libre, tiempo liberado no solo de la exigencia de productividad y de rentabilidad sino también de la urgencia y de la prisa. El primer gesto del profesor es dar un tiempo libre, indefinido y tranquilo. No solo “aquí tenemos tiempo”, sino “aquí tenemos mucho tiempo, todo el tiempo que haga falta”, y “aquí no debemos preocuparnos por el tiempo”.
El segundo tiene que ver con una operación espacial, con la reiteración del modo escolar de dar lugar. Comenzar un curso es darse un lugar en un espacio público, en un espacio en que las cosas se hacen con otros y en presencia de otros. El segundo gesto del profesor es dar un lugar a todo el mundo y, a la vez, exigir que ese lugar no sea una posición sino una disposición y, sobre todo, una exposición. No solo “aquí cada uno tiene un lugar”, sino que ese lugar es un lugar de lectura, de escritura, de conversación, tal vez de pensamiento. El lugar que el profesor da a los estudiantes (y el que se da a sí mismo) es “un lugar que obliga” en tanto que dispone y expone a hacer las cosas seriamente. Como dice Handke:
Verbo para la seriedad: “obliga” (un bello obligar).
Por último, el tercer gesto del profesor tiene que ver con una operación material, con la reiteración del modo escolar de dar una materia de estudio (un asunto sobre el que se va a leer, a escribir, a conversar, tal vez a pensar). El gesto, por tanto, es poner algo sobre la mesa, y hacerlo como diciendo “esto es para vosotros”. Handke lo dice así:
Amor que se cumple: “he encontrado esto para ti”.
Y, un poco más adelante:
Trabajar de tal manera que después puedas entrar y decir: “tengo algo para vosotros”.
Comenzar un curso es dar una materialidad a recorrer, una línea (textual) a seguir o, si se quiere, un camino de estudio, de investigación. Pero de un estudio (o de una investigación) en la que uno mismo tiene que estar presente. En palabras de Handke:
El estar en camino, si estás con una cosa o con un trabajo, puede convertirse en una investigación, tanto de la cosa como de ti mismo.
Solo después de la reiteración de esos tres gestos, el profesor puede decir: “vamos a comenzar” o, en palabras de Peter Handke:
“Dar” comienzo, expresión adecuada.
Esto va en serio, una vez más
(Con Peter Handke)
Para empezar animosamente y con buen pie, leí en clase una cita muy bella de Peter Handke, que dice así:
Desde que tengo uso de razón he sentido siempre, de un modo reiterado, la necesidad de tener un maestro. Algunas veces bastaba una palabra para que, vivificado por el ansia de saber, me sintiera atraído a la proximidad de otra persona. A los tres o los cuatro profesores que a lo largo de mi vida tuvieron algo que enseñarme les estoy agradecido; pero de ninguno de ellos podría decir que es “mi maestro”. En la Universidad, la única persona ante la cual me sentí presa de un gusto por saber hasta entonces desconocido para mí y de quien ansié (fueron verdaderas ansias) ser su “discípulo” –cuando en una clase sobre Derecho explicaba la naturaleza ética de las cosas con frases matemáticas, misteriosas y a la vez sencillas– estaba solo como profesor invitado y al cabo de una semana escasa había desaparecido. Los escritores de quienes soy un lector concienzudo y serio me resultan queridos más bien como hermanos, y a veces están demasiado cerca. Ahora, después de los años, la única persona a la que a veces veo como una especie de maestro es mi abuelo (probablemente mucha gente tiene un “abuelo” así): siempre que me llevaba de paseo por algún camino, este se convertía para mí en una lección (aunque de un modo muy distinto al de los “caminos didácticos” que encontramos en los bosques de hoy).
La ignorancia la siento siempre como un estado de precariedad y de ella surge entonces un ansia de saber de la que no sale ninguna idea, precisamente porque no tiene “objeto” con el cual pudiera “coincidir”. Pero entonces puede ser que una sola cosa dé a entender algo y de este modo instaure “el espíritu del comienzo”; y puede ser que el estudio, que en todas las otras ocupaciones no dejó de ser un anhelo, se convierta en algo serio. (16)
Hice algún comentario sobre la dificultad del estudio en una época de aprendizaje; sobre la dificultad que tienen las personas, en esta época narcisista, para encontrar algo, un objeto distinto de sí mismas, a cuyo estudio valga la pena dedicarse; sobre si es o no esencial que los profesores pertenezcan a otra generación (algo sobre lo que no está de más preguntarse en una universidad que tanto enfatiza el intercambio de saberes y la horizontalidad de