forjar un espacio donde todos pudieran ser bienvenidos»208. Todos menos los blancos, pues interesantemente, los líderes de la protesta aplicaron su propio apartheid con los estudiantes blancos que querían apoyarlos, excluyéndolos de una serie de instancias.
A la visión condenatoria de la historia imperial de occidente nos referiremos con mayor detención más adelante. Por ahora cabe insistir en la idea de que una vez abiertas las avenidas a la limpieza moral de los portadores de esta ideología no existen límites lógicos que puedan establecerse. El frenesí por derribar estatuas y eliminar vestigios de personas que han vivido hace siglos no puede excluir a casi nadie, pues de alguno u otro modo todos mantuvieron opiniones o conductas propias de sus tiempos. Y tampoco puede eximir a quienes han vivido después, aun cuando sus trayectorias de vida sean genuinamente heroicas. Que la Universidad de Ghana, luego de sistemáticas protestas de parte de docentes de la institución, haya removido una estatua del líder pacifista indio Mahatma Gandhi por haberse referido de manera peyorativa a los africanos en su juventud es la mejor prueba de la imposibilidad de satisfacer el estándar de perfección exigido209. Bastan un par de comentarios inapropiados para que uno de los líderes más admirados del siglo XX, cuya contribución a la filosofía de la paz nadie puede poner en duda, pase a ser considerado un paria y toda la obra de su vida reducida, simbólicamente, a la indecencia.
Quemando libros
La ideología victimista y el correlato autoflagelante que se han apoderado de gran parte de las esferas intelectuales de occidente, esparciéndose hasta regiones como África, exige lealtad absoluta a los dogmas de la fe que predica. De ahí su aroma revolucionario y de ahí también el hecho de que muchos de sus precursores hayan sido quemados en la hoguera pública de la neoinquisición por no cumplir ellos mismos con los estándares imposibles de santidad que fijaron. Esa pretensión totalizante, paradójicamente derivada de un relativismo epistemológico y valórico absoluto, es también lo que lleva a que ni siquiera la literatura quede a salvo de la aplastante maquinaria de subversión moral y cultural que ha montado esta ideología que ya fuera anticipada en la novela Fahrenheit 451, publicada en 1951. En ella, el autor Ray Bradbury describió un mundo en el que la profesión de bombero ya no consistía en apagar incendios sino en quemar libros para hacerlos desaparecer de la tierra. La lógica para justificar dicha función la expone uno de los personajes de la obra, Beatty, reflejando de manera insuperable la racionalidad purgatoria que se invoca hoy en día para censurar y desacreditar distintas obras: «Debes entender que nuestra civilización es tan vasta que no podemos agitar y molestar a nuestras minorías…», le dice Beatty a Montag, el bombero protagonista de la novela que comienza a tener dudas sobre su trabajo. «A la gente de color le molesta Little Black Sambo. Quémalo. La gente blanca no se siente bien después de leer La cabaña del tío Tom. Quémalo […] quema el libro; serenidad, Montag. Paz, Montag. Lleva tu lucha hacia fuera. Mejor aún, al incinerador»210.
Correctamente Bradbury advirtió que el rol de los libros era provocar, hacer pensar a la gente y explorar los límites de la imaginación llevando la lucha del ser humano «hacia adentro», pues he ahí la clave del crecimiento personal y del avance cultural. Los neoinquisidores, en cambio, pretenden llevarla, como dice Beatty, «hacia fuera», de modo que todos podamos vivir en una impostada, inconsciente y feliz mediocridad servil a quien detenta el poder. «Un libro es un arma cargada en la casa del vecino. Quémalo. Quítale la bala al arma. Rompe la mente de los hombres. ¿Quién sabe quién pueda convertirse en el objetivo de un hombre bien leído?», insiste Beatty, declarando la amenaza que los libros suponen al sembrar dudas en las mentes de las personas211.
Un ejemplo de que Fahrenheit 451 no quedó meramente en el terreno de la ficción —confirmando así una vez más la necesidad de contar con buena literatura para entender el fenómeno humano— es la persecución que se ha hecho de Mark Twain, quien, como vimos en la introducción de este libro, escribiría alarmado por la historia criminal de la Inquisición. Sus magistrales obras Las aventuras de Huckleberry Finn y Las aventuras de Tom Sawyer han sido, sin embargo, ya sometidas por una editorial a una purga que eliminó más de doscientas palabras referentes a gente de raza negra por considerarlas ofensivas, a pesar de que Twain mismo fue un promotor de la igualdad racial y ambas novelas combatían los prejuicios raciales. La censura, realizada en parte por la creciente resistencia de las nuevas generaciones a leer las obras debido a su contenido supuestamente inmoral, terminó desdibujando por completo el mensaje integrador de las obras212. Muchos otros textos han sido censurados o atacados de manera similar. Así, por ejemplo, la novela Los cinco de la escritora bestseller mundial Enid Blyton (1897-1968) una saga de veintiún títulos, fue relanzada en español por la editorial Juventud luego de una cuidadosa limpieza de su texto, el que describía a los niños protegiendo a las niñas, a los buenos en general como anglosajones y a los malos como pertenecientes a otras razas. La obra maestra Ulises, de James Joyce (1882-1941), fue publicada por Apple en su edición para iPad removiendo los desnudos que describía, desatando reacciones que obligaron a la empresa a retractarse213. El señor de los anillos, de J.R.R. Tolkien, por su parte, ha sido acusado de racista múltiples veces en un intento por horadar su influencia y desacreditar la obra más icónica en la historia de la literatura fantástica. El Times de Londres explicó por qué, de acuerdo a diversos críticos, Tolkien caería en el peor pecado de los nuevos tiempos, uno capaz de destruir la sociedad. Así, por ejemplo, el autor estadounidense Andy Duncan dijo que «es difícil no pasar por alto la noción repetida en Tolkien de que algunas razas son peores que otras y algunas personas son peores que otras y parece que, a largo plazo, si abrazas esto demasiado, tiene consecuencias terribles para ti y para la sociedad». Por tanto, agregó, hay que explorar por qué los orcos sirven a Sauron: «Puedes imaginar fácilmente que todas las personas que están siguiendo las órdenes del Señor Oscuro lo hicieron por simple conservación», dice, pero «es más fácil demonizar a los oponentes que tratar de entenderlos» finaliza214. Para la neoinquisición, entonces, Tolkien era un racista que amenaza la estabilidad social porque no se preocupó de entender los sentimientos de los orcos en su novela de ficción.
En España acusaciones similares se han hecho por organizaciones feministas en contra del Nobel de Literatura Pablo Neruda, del autor Javier Marías y Arturo Pérez Reverte, entre otros. Según el «Breve decálogo de ideas para una escuela feminista» de la CCOO, (Comisiones Obreras), las escuelas deben feminizar la educación eliminando autores misóginos. El punto 7 del decálogo instruye a los profesores a «eliminar libros escritos por autores machistas y misóginos entre las posibles lecturas obligatorias para el alumnado» —entre los que mencionan a Neruda, Marías y Pérez Reverte— y a hablar de la «faceta misógina de ciertos autores legitimados como hegemónicos», tales como «Rousseau, Kant, Nietzsche, entre otros»215.
Tampoco los cuentos para niños pequeños escapan al ojo inquisitorial de la corrección política. En Barcelona la comisión de padres de la escuela Táber decidió retirar doscientos libros de cuentos infantiles, entre ellos Caperucita roja y La bella durmiente, por no contar con perspectivas de género y considerarlos «tóxicos». «Estamos lejos de una biblioteca igualitaria en la que los personajes sean hombres y mujeres por igual y en la que las mujeres no estén estereotipadas», explicó una de las madres que integraban la comisión, dando cuenta de cómo la ideología feminista ha penetrado sectores de la sociedad española216. Diversas escuelas han anunciado intenciones de emular la limpieza realizada por Táber. Otras personas, sin embargo, advirtieron que una vez iniciado el camino de purga ideológica no podía ponerse límite, lo cual amenazaba la memoria de pueblos completos, pues esta se basa en gran medida en obras trabajadas y leídas por generaciones. Según activistas feministas, en tanto, La bella durmiente enseñaría a los niños la cultura de la violación porque el príncipe besa a la muchacha mientras ella duerme, es decir, sin pedirle su consentimiento. El Telegrahp notó que La Cenicienta también podría ser atacada por reforzar estereotipos como la familia nuclear tradicional; La bella y la bestia sería un ejemplo de acoso sexual en el trabajo; Blanca Nieves otro caso de cultura de la violación, y así sucesivamente217. De hecho, el sitio web Romper, que ofrece consejos a padres sobre cómo educar a sus hijos, publicó un artículo afirmando que esos cuentos de hadas reforzaban un «cultura de la violación». La autora, Dina Leygerman, admitió que había prohibido y eliminado de su casa todos los cuentos de hadas después de caer en cuenta lo sexistas que eran las historias. «Cuando