su contenido o la prohibición.
Alemania ha optado por lo primero, revisando la literatura con la que los niños crecen desde hace décadas para ajustarla a los nuevos cánones de lo que es aceptable decir y pensar. En esa línea, diversas editoriales han anunciado medidas de limpieza moral para evitar aquellas expresiones que pueden ser tomadas como ofensivas por minorías. Así es como el libro de Otfried Pruessler (1923-2013), Die kleine Hexe, en el cual los niños se disfrazan de turcos, personas de color y niñas chinas, ha sido debidamente purificado. La misma suerte han corrido libros legendarios de la escritora sueca Astrid Lindgren (1907-2002) y del autor de La historia sin fin, Michael Ende (1929-1995), todos los cuales han sido depurados de su inmoralidad por los neoinquisidores. Como bien observó el diario Die Zeit:
No es el Gran Hermano de Orwell quien interviene, sino la corrección política del hermano pequeño. Su actividad inquieta no debe ser subestimada. Se realiza a sí misma en las acciones de aquellos innumerables guardianes de la virtud, a menudo nombrados por el Estado, que actúan en nombre de un orden superior, ya sea el feminismo, el antisemitismo o el antirracismo, y que descubren de inmediato, con un dispositivo de visión nocturna ideológicamente agudo, oscuras desviaciones del camino de los justos. Quien busca, siempre encuentra219.
Si los cuentos de hadas, cuyo contenido esencialmente simbólico busca transmitir moralejas de generación en generación, son tomados literalmente y sometidos al cedazo de la ideología políticamente correcta, la suerte de los clásicos no puede ser mejor. En Inglaterra, grupos de estudiantes pertenecientes a carreras impregnadas de victimismo —estudios africanos y orientales— han demandado que se elimine de sus estudios a autores como Platón, Kant y a otros filósofos de la tradición occidental, pues estos serían hombres blancos incompatibles con una forma de enseñanza anticolonial. La «filosofía blanca», como la bautizaron los estudiantes, debe ser tratada solo de manera crítica y jamás como fuente de conocimiento real. En conjunto con otros desarrollos parecidos, estas demandas llevaron a Sir Anthony Seldon, vicerrector de la Universidad de Buckingham, a advertir que «existe un peligro real de que la corrección política esté fuera de control. Necesitamos entender el mundo tal como era y no reescribir la historia como a algunos les gustaría que fuera»220.
El célebre portal Eidolon en Estados Unidos confirmaba el temor de Seldon al afirmar que el estudio de los clásicos servía para alimentar el nacionalismo blanco de extrema derecha. «Si somos verdaderamente honestos», escribió la autora experta en clásicos Dona Zuckerberg, «vemos que para muchos el estudio de los clásicos es el estudio de un hombre blanco de élite tras otro»221. El mismo sitio sostuvo que los clásicos eran directamente responsables del racismo y sexismo de nuestros días y que para preservar lo bueno que podían ofrecer debíamos analizar a los griegos y romanos de acuerdo a los estándares morales de hoy. Para «reducir el número de racistas ocasionales y supremacistas blancos que utilizan los clásicos para justificar sus puntos de vista racistas», afirmó la historiadora Rebecca Kennedy, debemos «participar en la recepción crítica del pasado clásico»222. Y ello, agregó, implica seguir el catálogo de corrección política dominante hoy en día: «No solo debemos abordar temas de raza/etnicidad, clase y género en la antigüedad en nuestra enseñanza y erudición», explicó, sino que «también debemos dejar de fingir que lo peor que hicieron los atenienses fue ejecutar a Sócrates y tratar abiertamente con el verdadero lado oscuro de las políticas antiinmigrantes de la Atenas clásica y la obsesión con la pureza étnica que se encuentra en el corazón de su literatura, historia y filosofía»223.
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