Axel Kaiser

La neoinquisición


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científicos, que no son ‘encontrados’ sino ‘construidos’ por el tipo de preguntas que el investigador hace de los fenómenos frente a él. Esta es la misma noción de objetividad que une a los historiadores en un uso no crítico del marco cronológico para su narrativa159.

       Para esta visión, explica Butler, la historia, esa disciplina que al retratar el pasado explica lo que somos en el presente y nos orienta respecto de lo que queremos ser en el futuro, es una especie de mitología y su sobrevivencia depende de si es aceptada en el proceso de discusión, nada más160. Todo se funde en el absoluto relativismo, en la marea de lo que siente el lector que es verdad, pues dado que el acceso al pasado es imposible y los textos en sí no tienen significado o mensaje, este debe deconstruir el texto destrozando cualquier sello que el autor le haya dado. Nada original ni verdadero tienen para decir las obras de Shakespeare, Tolstoi o Cervantes; no hay gigantes de la literatura universal porque no hay ideas perennes que se puedan transmitir como verdades trascendentes. Ni siquiera un estilo puede ser considerado superior a otro, pues la belleza, de nuevo, es una mera construcción social y eventualmente una forma de dominación que establece poder en favor de aquellos que declaran participar de alguna manera de los estándares de belleza que defienden. Lo bueno y lo malo, lo feo y lo lindo, lo excelente y lo decadente, lo cuerdo y lo demente, no son más que conceptos utilizados de manera arbitraria. Hasta el discurso médico es sospechoso, porque pretende afirmar la autoridad política de los doctores sobre sus pacientes a quienes pueden intervenir gracias al poder que les confiere ese discurso. Así, pensaba Foucault, quien fue alguna vez internado en una clínica psiquiátrica tras un intento de suicidio, el poder real no consistía en que se obligue por la fuerza a estos procedimientos sino en lo que denunció como micropoder y «coacciones extrajurídicas»:

      Tradicionalmente […] bastaba con estudiar las formas jurídicas que regían lo que estaba permitido y lo que estaba prohibido […] en realidad me parece que el derecho que diferencia lo permitido y lo prohibido no es de hecho más que un instrumento de poder […] bastante inadecuado y bastante irreal y abstracto. Que en concreto las relaciones de poder son mucho más complejas […] todo lo extrajurídico y todas las coacciones extrajurídicas que pesan sobre los individuos y atraviesan el cuerpo social161.

       Según Foucault, «cuando un médico psiquiatra impone a un individuo una internación, un tratamiento, un estatus» ejerce dominación, pues si bien las relaciones de poder efectivamente «son las que los aparatos del Estado ejercen sobre los individuos, asimismo lo son la que el padre de familia ejerce sobre su mujer y sus hijos, el poder ejercido por el médico, el poder ejercido por el notable, el poder que en la fábrica el dueño ejerce sobre sus obreros»162.

       Foucault, impedido de exteriorizar su homosexualidad durante buena parte de su vida, llegaría incluso a poner en duda las investigaciones científicas sobre el VIH bajo el argumento de que incrementaban el poder de los médicos. Como consecuencia se burlaría del activismo homosexual que buscaba sexo seguro, lo que él nunca practicó hasta contagiarse la enfermedad de la cual finalmente moriría163. Aun cuando parezca delirante, esto es coherente con la idea de que en el mundo moderno solo hay narrativas creadas bajo el engaño de la Ilustración y que, por tanto, lo sano y lo enfermo no son más que construcciones sociales afirmadas en el liberalismo y el capitalismo, el que, de acuerdo al filósofo francés, extendió las relaciones de poder a través de todo el orden social. «Todo está —dijo analizando la medicalización— profundamente ligado al desarrollo del capitalismo» que no pudo «funcionar con un sistema de poder político en cierta forma indiferente a los individuos» porque necesitaba hacer de todos una función productiva «normalizándolos»164. Así, el Gran Hermano que George Orwell describía en su novela 1984, refiriéndose al totalitarismo marxista, sería, en realidad, el capitalismo que creó una «vigilancia precisa y concreta sobre todos los individuos» que ahora se encuentran siempre observados y controlados por el poder político, cuestión que no ocurría ni en los tiempos del feudalismo165. A Foucault, como es evidente a esta altura y recuerda Roger Scruton, no le interesaban los hechos por lo que en su esfuerzo por demostrar que existía una conexión intrínseca entre la burguesía, la familia, el paternalismo y el autoritarismo los dejó completamente de lado. De ahí, sugiere Scruton, que todo el intento del francés por desentrañar las estructuras ocultas de poder de la sociedad burguesa carezca de credibilidad, siendo más bien una «liturgia de la denuncia»166.

       En todo caso no deja de ser ingenioso el giro que Foucault logra dar para condenar el capitalismo y responsabilizarlo, junto a la civilización que le dio vida, de todo tipo de opresiones imaginables. En esa gimnástica intelectual llegaría a decir que el pueblo, para rebelarse en contra de todas estas formas de opresión invisibles, debía aplicar su propia justicia, sin tribunales ni procesos legales, pues los sistemas legales existentes eran una trampa de la burguesía para impedir la venganza de la masa:

      En mi opinión, uno no debería comenzar con la corte como una forma particular, y luego preguntar cómo y en qué condiciones podría haber una corte popular; uno debe comenzar con la justicia popular, con actos de justicia por parte de la gente, y luego preguntar qué lugar podría tener un tribunal dentro de esto. Debemos preguntarnos si tales actos de justicia popular pueden o no organizarse en forma de un tribunal. Ahora mi hipótesis no es tanto que el tribunal es la expresión natural de la justicia popular, sino que su función histórica es atraparla, controlarla y estrangularla, volviéndolo a inscribir dentro de las instituciones que son típicas de un estado aparato167.

      Y más adelante insistió en que «la justicia popular reconoce en el sistema judicial un aparato estatal, representante de la autoridad pública e instrumento del poder de clase», añadiendo que la justicia popular no necesitaba la farsa de un juez imparcial y las dos partes de un juicio. Y es que, para Foucault, las masas debían decidir ante sí, basadas en sus emociones y percepciones subjetivas, si alguien calificaba como enemigo:

      Las masas, cuando perciben que alguien es un enemigo, cuando deciden castigar a este enemigo, o reeducarlo, no confían en una idea universal abstracta de la justicia, sino en su propia experiencia, la de las lesiones que ellos han sufrido, de la forma en que han sido perjudicados, en la que han sido oprimidos; y finalmente, su decisión no es autorizada, es decir, no están respaldados por un aparato estatal que tenga el poder de hacer cumplir sus decisiones, simplemente las llevan a cabo. Por lo tanto, mantengo firmemente la opinión de que la organización de los tribunales, al menos en occidente, es necesariamente ajena a la práctica de la justicia popular168.

      Foucault fue aún más explícito argumentando que el rol del Estado era servir a la masa y educarla no para que aceptara instituciones que medien entre esta y sus supuestos agresores, sino para que simplemente decidiera cuando tenía que matar: «Entonces, ¿el trabajo de este aparato estatal es determinar sentencias? No, en absoluto […] es educar a las masas y la voluntad de las masas de tal manera que sean las propias masas quienes vengan a decir: ‘De hecho, no podemos matar a este hombre’ o ‘De hecho, debemos matarlo a él’»169.

       Así, probablemente como todos aquellos que han caído bajo el embrujo de Marx, Foucault fue también, según la descripción de Mark Lilla, un personaje fascinado con la violencia y el desborde, lo que en su vida privada se manifestó con abusos de drogas y una obsesión por el sadomasoquismo homosexual170.

       La patológica teoría de la opresión de Foucault, hoy nuevamente de moda, fue sepultada por la publicación de Archipiélago Gulag, del Nobel de Literatura Alexander Solzhenitsyn. En ella relataba su inhumana experiencia en los campos de concentración soviéticos, cuyo régimen era ampliamente admirado por la intelectualidad francesa de la época. Enfrentados a esa atroz realidad, pocos en Francia siguieron tomando en serio la tesis foucultiana de que la violencia invisible de la sociedad capitalista era peor que la visible, lo que llevó a Foucault a una crisis personal171. Este baño de realidad es el que parece haberse perdido hoy, donde tantos grupos privilegiados, partiendo por estudiantes universitarios, declaran ser oprimidos y luchar por su vida en los países con las mejores condiciones de vida en la historia humana. Ellos son herederos de Foucault, quien atacó la idea de «normalidad» afirmando que esta sería nada más que una estrategia de aquellos que se autodefinen dentro de la norma para excluir a otros. En consecuencia, la homofobia, el sexismo, el imperialismo, el racismo y otras formas de discriminación eran producto del discurso normalizador,