Axel Kaiser

La neoinquisición


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ataque a la modernidad

      Hasta aquí hemos visto que la nueva ideología tribal y el victimismo que cultiva la emocracia es contraria a las culturas de la dignidad en virtud de las cuales lo relevante son los derechos y la responsabilidad del individuo y no su pertenencia a un determinado grupo que se concibe en oposición a otro. Además, en las culturas de la dignidad las personas muestran mayor resistencia a sentirse ofendidas. En ese contexto, las políticas identitarias han socavado la narrativa liberal sobre la que se fundó Estados Unidos, y que ha dominado en el resto de occidente, y en su lugar ha emergido una cultura divisiva y moralmente histérica que ha creado nuevas jerarquías arbitrarias sobre la base del color de piel, orientación sexual y el género. Ahora corresponde referirse al origen intelectual de esta ideología, el cual se remonta a pensadores europeos que han alcanzado un nivel de impacto sin igual de manos de la izquierda norteamericana. Un concepto que se suele utilizar para referirse al conjunto de teorías que abren las puertas al relativismo y subjetivismo radical es el de «posmodernismo», cuyos presupuestos básicos debemos analizar para entender por qué ocurre buena parte de lo que hemos descrito hasta ahora.

       Aunque la filosofía del posmodernismo es extensa, variada y compleja, en términos generales se la entiende como una reacción en contra del ideal moderno o ilustrado según el cual existe una verdad que puede ser descubierta. Al poner el énfasis en la razón como el instrumento para desentrañar la verdad del mundo, los modernos, a su vez, se alejaron de los premodernos, quienes creían que el conocimiento de la naturaleza provenía de la fe, la tradición y el misticismo138. Como ha explicado el profesor de Harvard Steven Pinker en un libro dedicado a defender los ideales de la Ilustración hoy amenazados, el progreso de que disfrutamos en el mundo, con los niveles de pobreza más bajos de la historia humana, la expectativa de vida más alta y las comunicaciones más avanzadas, entre muchas otras ventajas, no existiría si no hubiera tenido lugar la revolución filosófica de la Ilustración que cimentó el camino para la exploración científica y el progreso moral139. Según Karl Popper, fue Francis Bacon, a través del desarrollo del método inductivo, quien daría el chispazo inicial de la Revolución Industrial inglesa, la que en primera instancia fue una revolución filosófica y religiosa140. La promesa de Bacon, afirmó Popper, «estimula la empresa y la confianza en sí mismo. Alienta a los hombres a depender de sí mismos en la búsqueda de conocimiento y de esta manera a independizarse de la revelación divina y de antiguas tradiciones»141. Ese fue, en general, el espíritu de la Ilustración: un movimiento de renovación intelectual, cultural, ideológica y política como resultado del progreso y difusión de las nuevas ideas. En palabras de Pinker, «si hay algo que los pensadores de la Ilustración tenían en común era la insistencia en que debemos aplicar enérgicamente el estándar de la razón para entender nuestro mundo» y no caer en engaños como «la fe, el dogma, la revelación, la autoridad, el carisma, el misticismo», entre otras formas primitivas de supuesto conocimiento142. En las famosas palabras del filósofo de la Ilustración Immanuel Kant: «¡Ten el coraje de servirte de tu propia razón! He ahí el lema de la Ilustración»143.

       Ahora bien, no hay duda de que la excesiva confianza en la razón, como observó Friedrich Hayek, pavimentó el camino para que ingenieros sociales de diverso tipo dieran rienda suelta a sus anhelos utópicos intentando diseñar el orden social desde arriba. El socialismo con sus devastadoras consecuencias constituye el mejor ejemplo de ese espíritu híper racionalista en el que caían los intelectuales: «Los racionalistas tienden a ser inteligentes e intelectuales y los intelectuales inteligentes tienden a ser socialistas»144, escribiría Hayek. Una buena dosis de humildad respecto a lo que somos capaces de conocer y planificar es, como enseñó el mismo Hayek, fundamental para preservar la libertad y las fuerzas complejas y espontáneas que definen la evolución social. Pero esta conclusión, lejos de formar parte de un ataque en contra del valor de la razón como instrumento para conocer la verdad al estilo de lo que postula el posmodernismo, reivindica su correcto uso, siguiendo así la sabiduría de la Ilustración escocesa. Si pensadores como Adam Smith, David Hume y Adam Ferguson, entre otros, concluyeron que debíamos ser cuidadosos en nuestras pretensiones de conocimiento, fue porque, racionalmente, es decir, en virtud de sus observaciones y análisis científicos, establecieron que la razón se encuentra lejos de ser omnipotente. En otras palabras, para ellos, como para Hayek, era objetivamente verdadero que la razón humana tiene severos límites y que cada vez que se intentan traspasar se amenaza la libertad y se paraliza el progreso humano integral145.

       El posmodernismo plantea algo que no solo es distinto, sino totalmente opuesto al escepticismo epistemológico que frustraría a Fausto arrojándolo a los brazos del demonio. Su supuesto es que la verdad no existe o que no se puede conocer, que la razón es inútil en su persecución y que todo es un asunto de cómo se utiliza el lenguaje, el que, a su vez, es socialmente construido. De este modo, lo que existe son diversas narrativas compitiendo por espacios de dominación, pues es imposible llegar a conocimientos ciertos sobre las cosas, lo cual significa que nada ni nadie puede reclamar superioridad en ningún sentido. En palabras de Jean-François Lyotard, «simplificando al máximo, se tiene por ‘posmoderna’ la incredulidad con respecto a los metarrelatos»146. La Ilustración, con su búsqueda de la verdad y progreso humano, sería una metanarrativa o «gran narrativa» que para Lyotard debe ser desbancada abriendo el camino a que emerjan miles de narrativas locales sin que pueda ser posible establecer que ninguna es superior a la otra. La belleza, la moral, el arte e incluso la ciencia siguen, para esta perspectiva, una lógica autoritaria, pues todas esas categorías son creaciones lingüísticas, meras narrativas al borde de la ficción que compiten por ser aceptadas147. En otras palabras, todo es política entendida como dominación y conflicto.

       Sin advertir la contradicción insalvable en que caen, los pensadores posmodernos creen haber develado la real naturaleza de todas las relaciones sociales, arreglos culturales e instituciones, cuestión exclusivamente reservada para quienes adoptan sus métodos. En esto, como notó el profesor de Oxford Christopher Butler, los posmodernos, que en sus palabras configuran un grupo «internacionalista y progresista de izquierda», siguen a Marx, quien también alegó haber descubierto la verdadera naturaleza opresiva de la sociedad capitalista, invisible para quienes no adhirieran a su metodología148. Más aún, en general los teóricos franceses responsables de haber desarrollado el posmodernismo acá comentado trabajaban, dice Butler, bajo un paradigma marxista149. A diferencia de Marx, sin embargo, que escribía sus errores con claridad, los posmodernos suelen utilizar una jerga incomprensible que rompe con las reglas de la escritura convencional, llegando a una franca charlatanería disfrazada en oscuras palabras y formulaciones. En Fausto, Goethe advertía ya sobre la deshonestidad del lenguaje oscuro y rimbombante:

      ¡Busca una ganancia honrada!,

      ¡No seas como el bufón que hace sonar el cascabel!,

      El entendimiento y el buen sentido,

      con escaso arte, por sí mismos se presentan,

      y si os importa en serio decir algo,

      ¿es acaso necesario perseguir las palabras?

      Vuestros discursos, que tan bien adornan

      para presentarle a la humanidad monas vestidas de seda

      ¡son sofocantes como el viento brumoso

      que en el otoño susurra por entre las hojas secas!150.

       Basta leer un párrafo del texto de Lyotard La condición posmoderna, el que se encuentra lejos de ser inaccesible comparado con otros escritos del mismo tipo, para hacer propia la advertencia de Goethe:

      El juego de la ciencia implica, pues, una temporalidad diacrónica, es decir, una memoria y un proyecto. El destinatario actual de un enunciado científico se supone que tiene conocimiento de los enunciados precedentes a propósito de su referente (bibliografía) y solo propone un enunciado sobre ese mismo tema si difiere de los enunciados precedentes. Lo que se ha llamado el «acento» de cada actuación está aquí privilegiado con respecto al «metro», y por lo mismo la función polémica de ese juego. Esta diacronía que supone la memorización, y la investigación del nuevo enunciado designa en principio un proceso acumulativo. El ‘ritmo’ de este, que es la relación del acento con el metro, es variable151.