más profundo de los diversos pensadores posmodernos, pero así como conocer las ideas centrales de Foucault es necesario para comprender la crisis de identidad occidental que se manifiesta de manera flagrante en la esfera pública en Estados Unidos, corresponde también dedicarle un breve espacio a Derrida, cuya influencia en las universidades de ese país ha sido enorme, especialmente en lo que concierne a la victimología que configuran los estudios culturales, feministas, homosexual y teoría poscolonial173.
Como Foucault, aunque de manera más ácida y con mayor foco, Derrida las emprende contra el lenguaje, específicamente contra lo que denominó «logocentrismo», que es el predominio del logos, esto es, del lenguaje y de la razón que se expresa a través de él creando jerarquías que, en su visión, deben ser desmontadas. En la línea de Foucault, Derrida cree que no es posible conocer la verdad a través del lenguaje, pues este es en sí mismo una estructura creada por quien la utiliza y, por tanto, es imposible pretender acceso a una verdad fuera de él a través de él. Su teoría de la «deconstrucción» afirma que todos los textos son ambiguos y por tanto no existe un solo significado que pueda atribuirse a la palabra escrita, sino tantos como existan lectores. En otras palabras, se abren las puertas a un completo irracionalismo en el sentido de que no se puede reclamar encontrar verdad alguna en un texto, sino múltiples verdades que pueden incluso ser contradictorias. Y es que, para esta visión, las ideas, interpretaciones o sentimientos no son verdaderos o falsos frente a un texto174. El mismo Derrida admite que su ataque es contra la idea de racionalidad y verdad del lenguaje escrito:
La ‘racionalidad’ —tal vez sería necesario abandonar esta palabra, por la razón que aparecerá al final de esta frase— que dirige la escritura así ampliada y radicalizada, ya no surge de un logos e inaugura la destrucción, no la demolición sino la des-sedimentación, la des-construcción de todas las significaciones que tienen su fuente en este logos. En particular la significación de verdad. Todas las determinaciones metafísicas de la verdad, e incluso aquella que nos recuerda Heidegger, por sobre la onto-teología metafísica, son más o menos inmediatamente inseparables de la instancia del logos o de una razón pensada en la descendencia del logos, en cualquier sentido que se lo entienda…175.
En suma, el lenguaje es inherentemente poco confiable porque las palabras tienen significado en la medida en que son referidas a y se diferencian de otras palabras, como, por ejemplo, gordo y flaco, lindo y feo, hombre y mujer, superior e inferior, etc. Ahora bien, ninguno de estos conceptos tiene un vínculo directo con el objeto referido —la gordura, la belleza, la masculinidad y así sucesivamente—. Más bien forman parte de todo un sistema lingüístico que jamás toca el mundo real y, como consecuencia, el significado de lo que hablamos jamás es estable y siempre se encuentra sujeto a cambio, aun cuando usemos las mismas palabras176.
El problema con la tesis de Derrida es que si el lenguaje es inestable, poco confiable, carece de acceso a la verdad y por tanto debe ser deconstruido para desmantelar esa pretensión, entonces ¿por qué no deconstruir la deconstrucción? En otras palabras, si el lenguaje no es fuente de conocimiento sobre las cosas, entonces la teoría de Derrida, que es formulada obviamente utilizando el lenguaje, tampoco puede serlo. Pero nada de eso le importaba a este intelectual, quien simplemente se defendía diciendo que la deconstrucción era una práctica que buscaba poner a toda la tradición filosófica —y científica, literaria, artística, etcétera— bajo sospecha177. Las consecuencias de esa sospecha han sido devastadoras. Pues si Derrida tiene razón y debemos alejarnos del logocentrismo, entonces no podemos reclamar, por ejemplo, que la filosofía liberal con su pretensión generalmente metafísica de que todos los seres humanos poseemos la misma dignidad y, por tanto, merecemos el mismo respeto, es superior al comunismo o al nazismo. Si el lenguaje no nos dice nada definitivamente verdadero, entonces todo el esfuerzo que ha hecho occidente por avanzar moralmente es absurdo y quedamos totalmente a la deriva, sin un norte filosófico que nos oriente. Lilla explica:
Si la deconstrucción arroja dudas sobre todos los principios políticos de la tradición filosófica de occidente —Derrida menciona la propiedad, la intencionalidad, la voluntad, la libertad, la conciencia, el autoconocimiento, el sujeto, el yo, la persona y la comunidad—, ¿es posible emitir juicios sobre política? ¿Puede uno distinguir entre el bien y el mal, entre la justicia y la injusticia? ¿O es que esos términos también están contaminados de logocentrismo que debe abandonarse?178.
Las implicancias de la teoría de Derrida son tan devastadoras que él mismo finalmente realizó un giro aceptando que había algo así como una justicia por la que valía la pena luchar aunque, como Foucault, nunca dejó de ser un genuino agresor de todo lo que significaba occidente. Por eso, y el evidente absurdo en que cae toda su teoría, es que, al decir del profesor de Stanford Kenneth Taylor, Derrida es considerado un charlatán y un fraude en amplios círculos de filosofía179. Se trata, sin embargo, de un charlatán antihumanista que ha tenido un impacto gigantesco en el posmodernismo adoptado por las universidades estadounidenses, lo que prueba, según Lilla, la inmadurez prevalente en ese país y su disposición a aceptar «cualquier idea y a cualquier persona» aun a riesgo de socavar los fundamentos liberales de la sociedad en la que viven a manos de doctrinas que niegan la verdad180.
«Los nacidos después de la Segunda Guerra Mundial tienen la certeza de pertenecer a las heces de la humanidad, a una civilización execrable que ha dominado y saqueado la mayor parte del mundo durante siglos en nombre de la superioridad del hombre blanco».
Pascal Bruckner
Escribiendo la historia a martillazos
Que una filosofía tan virulenta como el posmodernismo y doctrinas similares conduzcan a un proceso de decadencia civilizatorio es algo que no debiera sorprender. Aunque sea un hecho poco comprendido, las humanidades y la filosofía han constituido siempre el fundamento del florecimiento político, artístico, científico y social de toda cultura. Por lo tanto, si las creencias y valores que sostienen una civilización se degradan, esta no puede subsistir. En el caso de occidente, el complejo de culpa y odio a lo propio promovido por sucesivos pensadores de izquierda ha terminado por desplazar cualquier vestigio de orgullo histórico fulminando la capacidad de reclamar superioridad en cualquiera de sus logros. No es una coincidencia que intelectuales como Derrida, Lyotard y Foucault se inspiraran en Marx, el más grande demoledor de occidente que jamás haya existido, y, más aún, en las tesis antioccidentales del antropólogo francés Claude Lévi-Strauss, quien, a su vez, también se inspiraba en Marx. Lévi-Strauss desarrolló la teoría del «estructuralismo» en antropología, según la cual se deben aplicar modelos de estudio de las estructuras lingüísticas al análisis de la sociedad en general181. En lingüística, explicó el francés, el estructuralismo implica pasar del estudio de la lingüística consciente a su «infraestructura inconsciente», sin tomar los términos de manera independiente sino en relación con otros términos, incorporando así la idea de sistema al estudio de los fonemas con el fin de «establecer leyes generales mediante inducción o deducción»182. Este esfuerzo por extraer normas generales del lenguaje es posible debido a que existe una estructura de la mente humana que subyace a sus expresiones visibles en la cual se aloja el lenguaje.
Ahora bien, esta aproximación, afirmó, debe aplicarse también al estudio de las tribus, pues los seres humanos, pensó Lévi-Strauss, nos relacionamos en sociedad mediante estructuras estables e impredecibles derivadas de la estructura universal de nuestra mente. Los diversos símbolos de las distintas culturas pueden no hacer mucho sentido aisladamente, pero entendidos como expresiones de normas o patrones que rigen universalmente la mente humana y la cultura se puede conocer su significado. El trabajo del antropólogo es precisamente develar esas normas ocultas. De este modo, al proveer conocimiento sobre las unidades más elementales de las sociedades, el análisis estructural permite elaborar modelos abstractos sobre sus costumbres, instituciones, etc., haciendo posible compararlas dentro de la misma cultura y con otras culturas. Lévi-Strauss rechaza, por lo tanto, la idea de que el análisis empírico histórico sea la fuente por excelencia del saber antropológico, pues este consiste en observar los grupos humanos y su evolución sin ser capaz de ofrecer una teoría que relacione sus partes