con el sol» por lo que debía «vivir bajo la tierra como goblins rastreros». Además, entre decenas de otros tweets alimentados por el odio racial, incluyó uno que anticipaba su «extinción»79. Lejos de despedirla, luego de que se desatara el escándalo de sus comnetarios en esta red social, The New York Times la defendió con argumentos sin mucho fundamentos, todo lo cual es una muestra de hasta qué punto la cultura del victimismo ha otorgado licencia para insultar y agredir a los blancos en Estados Unidos sin consecuencias80.
El caso de Jussie Smolett, actor afroamericano y homosexual protagonista de la serie Empire, quien habría contratado a dos personas para simular un ataque racista en su contra, es aún más escandaloso y sintomático de la descomposición de la cultura estadounidense. La razón para orquestar el montaje habría sido que Smolett se encontraba insatisfecho con su salario y habría pensado que ser víctima de un ataque racista y homofóbico le serviría para promover su carrera. Las primeras reacciones le dieron la razón, pues de inmediato toda la escena artística y periodística de Estados Unidos se movilizó para apoyarlo, encumbrándolo a un estatus de víctima. Pero incluso luego de que se descubrieran las evidencias que hablaban de un fraude y una puesta en escena, 20 Century Fox Television declaró que no lo despediría y tras su arresto solo se limitó a sostener que «evaluaba opciones»81. Aunque finalmente Smolett fue suspendido de la serie —sorprendentemente su causa judicial fue sobreseída y quedó libre de toda condena—, es difícil imaginar que la carrera de un actor blanco que hubiera hecho una broma considerada racista no hubiera sido arruinada de por vida. Lo que ilustra el privilegio artificial que hoy en Estados Unidos implica pertenecer a una minoría con categoría de víctima.
Otro caso que revela la forma en que se fomenta la victimización de minorías fue lo ocurrido con un grupo de alumnos de un colegio católico en Estados Unidos —Covington Catholic High School— que se encontraban en las afueras del Lincoln Memorial en Washington para una marcha pro vida. Los muchachos, algunos de los cuales usaban gorros pro Trump, se encontraron de pronto con un indígena americano, Nathan Phillips, de sesenta y cuatro años, que integraba otro grupo también congregado en el lugar. Según la interpretación de un video que se filtró a los medios, luego de acercarse a Phillips y rodearlo, los estudiantes se habrían burlado de él con cánticos, lo que fue considerado por la prensa como una expresión de racismo y rápidamente comentaristas de todo el país lanzaron su artillería en contra del «privilegio blanco» de la sociedad estadounidense y el maltrato de este hacia las minorías. Ataques e insultos entre los que se incluyeron histéricos llamados a agresiones físicas, especialmente en contra del joven que aparece en el video frente a Phillips, Nick Sandmann, de dieciséis años, inundaron las redes sociales y los medios de comunicación. Su escuela, en tanto, inmediatamente pidió disculpas a Phillips y anunció una investigación del caso, mientras el obispo de Covington, Roger J. Foys, condenó a los estudiantes. Poco tiempo transcurrió y se publicaron videos más completos sobre lo que realmente había ocurrido mostrando que la realidad era totalmente opuesta a lo que se había informado82. En ellos se veía que era Phillips quien se había acercado primero con actitud provocadora hacia los muchachos tocando su tambor mientras ellos cantaban canciones. La imagen revelaba que los jóvenes no habían respondido ante la hostilidad de Phillips y solo continuaron cantando y sonriendo.
Incluso más, en el mismo lugar y antes del incidente con Phillips, los muchachos habían sido increpados violentamente por un grupo religioso integrado por afroamericanos llamado Black Israelites, quienes los habían llamado «hijos del incesto», amenazándolos con golpizas, cuestión que también habrían hecho con el grupo de nativos americanos que estaban ahí. Los Black Israelites son un grupo con ideas extremas, reconocidos por su antisemitismo, homofobia, racismo e intolerancia, y entre sus creencias está la idea de que los blancos no pertenecen a las tribus originales elegidas por Dios.
La acelerada reacción de los medios estadounidenses ante todo lo ocurrido, fue comentada por Andrew Sullivan en los siguientes términos:
[…] Eran jóvenes de dieciséis años sometidos a ataques racistas verbales por parte de hombres adultos; y luego los niños fueron acusados de ser fanáticos intolerantes. Simplemente es increíble que los mismos progresistas —liberales— que se preocupan por las «microagresiones» de veinteañeros, fueran capaces de ver a jóvenes de dieciséis años absorber la peor basura racista de los fanáticos religiosos [...] y luego expresar el deseo de golpear a los niños en la cara83.
La cobertura mediática del episodio fue tan vergonzosa que The Washington Post se vio obligado a publicar una declaración oficial reconociendo que lo que había reportado era falso e incompleto84. Ello no disuadió a la familia de Sandmann de demandar por 250 millones de dólares al Post bajo el concepto de difamación por los daños causados a la imagen e integridad psicológica de Sandmann. Previsiblemente, la demanda fue celebrada por Donald Trump, quien afirmó que el Post corrió la historia «sin respetar los estándares mínimos de periodismo» para avanzar en la línea de la sesgada campaña de la prensa en su contra85.
El obispo de Covington, por su parte, también se disculpó en una declaración oficial de la Diócesis de Covington, que además aludía a una investigación totalmente independiente sobre el caso, la cual concluía que la reacción de los estudiantes no solo no había tenido nada de inapropiada, sino que había sido «laudatoria»86.
Ahora bien, la pregunta central en el caso Sandmann es la que formula el mismo Sullivan y se refiere a cómo es posible que se haya llegado a ese punto de «grotesca inversión de la verdad» culpando a adolescentes víctimas de ataques racistas de ser ellos los racistas a pesar de toda la evidencia disponible. El problema, dice Sullivan, es que «nuestra prensa dominante ha sido envenenada por el tribalismo»87. Ese tribalismo es el que está destruyendo el ideal de la «cultura de la dignidad», según el cual todos somos moralmente iguales poniendo en cambio el énfasis en diferencias adscritas para, a partir de ellas, establecer nuevas jerarquías morales y sociales potencialmente opresivas.
Identity politics: el nuevo tribalismo
El filósofo de las ciencias Karl Popper, en una de las obras más relevantes de la teoría liberal del siglo XX, afirmó que el tribalismo era la principal amenaza para la sociedad abierta. Por tribalismo Popper se refería a una filosofía que apela a instintos primitivos de querer fusionarnos con grupos más amplios renunciando a nuestra responsabilidad individual88. Se trata, en su extremo, de un retorno al colectivismo del tipo que propusieron doctrinas como el fascismo y el marxismo, según las cuales el individuo no era más que un elemento de un todo, de un organismo mayor con características propias y trascendentes al que debía someterse: la nación, el pueblo, la clase, la raza, etc. Ahora bien, como ha explicado Jonathan Haidt, los seres humanos somos animales ultrasociales, capaces de reunirnos en torno a mitos y hacer sacrificios por comunidades extensas89. En otras palabras, nuestra psicología social y moral, afinada por decenas de miles de años de evolución para garantizar la supervivencia de la especie, es de naturaleza tribal, lo que quiere decir que tiende a buscar la identificación con individuos similares formando grupos que se conciben en oposición a otros. Ya Charles Darwin explicaría que fue precisamente la capacidad de conectar con otros en colectivos unidos por reglas morales de fidelidad, obediencia y simpatía que facilitaban el sacrifico individual por el bien común lo que permitió a unas tribus eliminar a otras: «Un avance en el estándar de moralidad —explicó— y un aumento en el número de hombres bien dotados sin duda dará una ventaja inmensa a una tribu sobre otra» que finalmente terminará «suplantada» siguiendo así la regla general de la historia humana90.
En un sentido moderado, los deportes y la política son buenos ejemplos de nuestra moral tribal. En un sentido extremo, lo son los genocidios y las guerras religiosas. Estos instintos primitivos, sin embargo, pueden mantenerse bajo control desarrollando valores, mitos e instituciones que permiten una amplia cooperación entre grupos y personas totalmente distintos. Históricamente, la narrativa y práctica más efectiva para contener los impulsos tribales que típicamente han conducido a la violencia la ha ofrecido el liberalismo clásico y su fomento del comercio y del capitalismo91. Como doctrina, el liberalismo, que debe mucho al cristianismo y la idea de igualdad moral universal que este predicó92, enfatiza nuestra capacidad de ser responsables en tanto individuos y la dignidad natural de todos, independientemente del